Cuando perdimos a Lou Reed en 2013, sabíamos que este momento llegaría de forma inevitable; había ocurrido con otros artistas, y ahora nos toca revivirlo con él: llegan las reediciones de gran parte de sus trabajos en solitario. Y la pregunta no se hace esperar, ¿merece la pena? Lamentablemente, no hay una única respuesta.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que se trata de un trabajo supervisado por el propio artista en los meses anteriores a su muerte y eso siempre constituye un punto a favor de esta novedad discográfica. Pero, tratándose de Lou Reed, es incluso más importante: tengamos en cuenta que, si bien musicalmente ha construido su leyenda al margen de modas (ejemplos como su trabajo con la Velvet Underground así lo atestiguan), no siempre pudo lanzar al mercado su trabajo en el formato que deseaba. Como ejemplo, el disco que estos días se promociona desde su web (con bastante ironía, por cierto), ahora con el sonido cuadrafónico original, bajo el cual fue concebido: Metal Machine Music. Un álbum no apto para todos los paladares, ya que incluso muchos de los fans más acérrimos reniegan del mismo, y francamente, no se trata de un disco convencional. Con él asistimos al hecho de que a Lou Reed no le interesaba más que el resultado de su obra, aunque ésta quedase en ocasiones fuera de las listas de éxitos.
Con trabajos como éste, acompañados de otros clásicos como Transformer, Berlin o Sally Can’t Dance, el sello Arista/RCA lanza al mercado las reediciones por separado o en una gran caja, para abarcar a todos los bolsillos y grados de fanatismo. Aunque están disponibles en formato CD, el vinilo se promociona aún más si cabe, dado el boom del formato en épocas recientes. Y, siendo sinceros, hay ciertos discos que seducen más desde el tocadiscos. La presentación y los textos que acompañan el paquete, así como los extras físicos que completan la caja (libro, póster, etc…), hacen que el producto sea aún más atractivo.
Forman parte de tan preciado regalo obras como su debut de 1972 (olvidado, pero no olvidable), y las dos joyas que vinieron después: Transformer y Berlin. El primero, el ideal para regalar al no iniciado, abriendo el paso hacia otras obras de calado más lento. El segundo, una prueba para comprobar cómo un disco gana con el tiempo, y alcanza la categoría de imprescindible tras el paso de los años. Dos obras en las que figuran buena parte de sus referentes líricos más representativos, y que anticipaban una dualidad expresada en los dos años siguientes. Entonces aparecían Sally Can’t Dance, rítmico y todo lo comercial que puede resultar Lou Reed (en el buen sentido de la palabra, por supuesto), y el ya citado Metal Machine Music, un álbum marciano, que también completa su carácter, ofreciéndonos su cara más experimental.
Dentro de los elementos a destacar de esta reedición, por supuesto estarían Coney Island Baby y The Blue Mask, dos de esos discos en los que aprecias el paso de los años de forma tan lógica como eficiente, con un Reed que, cuando quiere, puede ofrecer grandes trabajos casi sin despeinarse… otra cosa es que prefiriese despeinarse, golpearse, y arrasar con cualquier cosa que le viniese en gana, pero sobre su carácter existen ya muchas biografías, tan contradictorias como la vida misma. En cualquier caso, y aunque no parezca el regalo más apropiado para una fechas tan familiares como éstas, pensemos un minuto en la cara de un fan de Lou Reed abriendo esta caja y disfrutándola durante horas… eso es algo que hasta al mismo Lou haría sonreír, aunque luego no lo quisiera reconocer.