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La verdadera historia de la Dolores, la de la copla

De mujer denostada durante siglo y medio en Calatayud pasó a ser una heroína e hija predilecta de la ciudad.

De mujer denostada durante siglo y medio en Calatayud pasó a ser una heroína e hija predilecta de la ciudad.
'La Dolores', cuadro de autor desconocido | Mesón La Dolores

Por estos días de octubre, ya con los soles del membrillo aunque este año muy cálidos todavía, se escuchan más jotas que el resto del año en Aragón, con motivo de las fiestas del Pilar. Hay una de ellas que, si bien no pertenece al rico acervo folclórico de esa querida región, allí se ambienta y es, dentro del género de las coplas, una de las más populares en ese ritmo, con una letra que ha ido escuchándose desde hace varias generaciones, a partir de su estreno en Buenos Aires en 1944.

Reza en su letra:

Si vas a Calatayud / pregunta por la Dolores; / que una copla la mató / de vergüenza y sinsabores…

¿Quién, todavía, no la recuerda? Acerca de ese personaje femenino circula una interminable leyenda que, del teatro, saltó al cine, partiendo de un supuesto suceso en el que salía malparada la maña en cuestión. Aquella Dolores existió realmente, pero me temo que en gran medida se desconoce lo que en verdad le ocurrió y de dónde partió la cuarteta sobre todo que mancillaba su honor.

El escritor catalán José Felíu y Codina viajaba en tren cuando en la estación aragonesa de Binéfar se asomó a una ventanilla al escuchar la copla de un ciego que, acompañándose a la guitarra, cantaba una historieta sobre una mujer deshonrada. Nada nuevo, en principio, como argumento teatral, pero llegado a Barcelona, aquél se puso a escribir un romance que, una vez impreso daría origen a un drama del mismo autor, que tituló "La Dolores", como la protagonista de aquel referido cantar de ciegos.

Pasaron dieciséis años hasta que Felíu y Codina logró estrenar su pieza en el teatro Novedades, de Barcelona, el 10 de noviembre de 1892 y el 19 de marzo de 1893 en el madrileño teatro de la Comedia. Entre los espectadores de esa última función se encontraba el célebre compositor Tomás Bretón quien, entusiasmado con la historia decidió adaptarla escribiendo no sólo la partitura, que era lo habitual en él, sino asimismo el libreto. Con un sensacional éxito se dio a conocer el 16 de marzo de 1895, en el teatro de la Zarzuela, de Madrid. Está catalogada como ópera y tiene tres actos. Su jota goza desde entonces de una difusión extraordinaria y no hay representación antológica de la zarzuela donde no aparezca, iniciándose con el tenor de turno que con brío, ataca aquello de: "Aragón la más hermosa / es de España y sus regiones…"

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Novela por entregas

Bretón había estado en Calatayud ambientándose para escribir su obra sobre todo escuchando a los rondadores. Recuérdese que es en la ciudad bilbilitana donde transcurre el drama de la Dolores. Sucedió a ese estreno la publicación en seriales folletinescos de la misma historia de Felíu y Codina, quien también decidió convertirla en novela por entregas, algo muy corriente en la prensa de finales del XIX. No vamos a explayarnos en la existencia posterior de más estrenos teatrales partiendo del mismo argumento, por creerlos ajenos a toda originalidad.

En 1917 se editan unas "Coplas de la Dolores" dedicadas a la eminente actriz María Ladvenant, acompañadas de la partitura de Bretón. Y en sucesivas décadas fueron apareciendo discos con canciones alusivas al asunto que nos acompaña. Insistimos que de todas ellas, a día de hoy, la que más ha resistido el tiempo es la ya mencionada "Si vas a Calatayud", cuya letra es de Salvador Valverde, hijo de españoles aunque bonaerense de nacimiento; injustamente preterido en la historia de la copla, acaso por su filiación política, al que hemos de recordar por ser uno de los autores de la inmortal "Ojos verdes".

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Puso música a "Si vas a Calatayud" Ramón Zarzoso. No se estrenó en España hasta 1955, once años después de su estreno argentino. El cine contribuiría todavía más a difundir la figura de la Dolores. Tras un primer intento en cine mudo de 1925, un decenio después el aragonés Florián Rey dirige a su mujer, Imperio Argentina en Nobleza baturra siguiendo las pautas del guión anterior del filme silente, que firmó Joaquín Dicenta. Separado de Imperio, Florián Rey volvió a incidir en idéntica temática, teniendo ahora como estrella a Conchita Piquer, en La Dolores, en 1939.

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Finalmente, rodada en 1960, sería la última versión para la pantalla, con el título Alma aragonesa, protagonizada por la cupletista Lilián de Celis al frente del reparto, con la novedad de que en vez de localizarse en Calatayud, o simular esa ciudad, la acción transcurre en la sierra de Albarracín. Pero el asunto sigue siendo el mismo que nos ocupa. Y ahora, vayamos con la identidad de aquella mujer. Fueron las arduas investigaciones del bilbilitano Antonio Sánchez Portero, durante más de veinte años, las que le posibilitaron publicar un par de libros, en donde pudo saberse quién era realmente la Dolores y qué de verdad y de mentira existía cerca de su persona y su leyenda. Excelentes trabajos. Y se encargó de presidir –nadie mejor- el Museo de la Dolores y una Asociación Cultural con igual denominación.

La verdadera Dolores

Se llamaba María de los Dolores Peinador Narvión, nacida en Calatayud el 13 de mayo de 1819 en el seno de una familia de tres hermanos, cuyo patriarca era teniente de los Reales Ejércitos, abogado de la Audiencia de Zaragoza y Juez de Primera Instancia. No fueron cordiales las relaciones entre los hijos de este ilustre señor, quien enviudó y volvió a contraer nupcias. Resulta que su primera mujer había dejado una cuantiosa herencia, que don Blas Peinador se negaba a entregar a sus descendientes; la parte que le correspondiera a cada uno, por supuesto. El varón acabó dando con sus huesos en la cárcel, desesperado por no ver ni un duro de los muchos que le correspondían, y sus dos hermanas, fuera del hogar, sentíanse doblemente huérfanas, engañadas por su padre, y sin medios para subsistir. Y entonces, la primogénita, que era Dolores optó por casarse con el primer hombre que la pretendió, un ex teniente granadino, de nombre Esteban Tovar.

Ella era alta, rubia, de ojos azules, muy elegante. La boda se celebró en Zaragoza: con veinte años la novia; el novio cinco años mayor. Fijaron su residencia en Calatayud, la patria chica de Dolores. Mediaba el siglo XIX y el matrimonio alternaba con lo mejor de la buena sociedad bilbilitana. El marido encontró trabajo como secretario del Ayuntamiento. Fueron llegando los hijos al feliz hogar, cuatro en total. Pero como en el litigio contra el padre de ella fueron gastando gran parte de su patrimonio, con el añadido de que habían adquirido a sus dos hermanos la parte de la herencia que les correspondía, las necesidades comenzaron a aparecer, originando la lógica preocupación de aquella familia. Esteban Tovar fue poco a poco renunciando a sus deberes de esposo, alejándose cada vez más de su mujer.

Dolores Peinador entró en un periodo de desazón por el abandono de su marido. Su comportamiento ya no fue igual entre sus conocidos. No estando comprobado que en ausencia de Esteban ella le fuera infiel, tampoco se sabe a ciencia cierta qué hizo para que a su alrededor comenzaran las murmuraciones. Fue cuando alguien dio en inventar una copla en la que Dolores era aludida poniendo en tela de juicio su honor. ¿Qué pudo ocurrir? No hallando amor en su marido, ni siquiera comprensión, aguantando los agravios de su padre que no cedía con la herencia, pudo haberse entregado a otro hombre. Pero es una suposición, las investigaciones no corroboran esa posible conducta de ella.

Como mujer ¿precisaba de encuentros adulterinos para mitigar la soledad que le producía la ausencia constante de su esposo? Insistimos que son cuestiones ya imposibles de dilucidar. Entonces, ante aquellas miradas y chismorreos del vecindario, Dolores se enfrentó a su marido y decidieron dejar Calatayud para siempre en tan crítica situación, marchando con su prole a Madrid. Era el año 1850 y encontraron un piso de alquiler en la calle de la Ballesta (calle luego, lo que son las cosas, que alcanzaría fama por ser centro de prostíbulos y bares de copas). Dolores enviudó. Sus últimos años fueron en calidad de criada en el palacio de los Marqueses de Altamira, calle de Flor Alta número 8, casi esquina a la Gran Vía con San Bernardo. Tenía setenta y cinco años cuando dejó este mundo el 12 de agosto de 1894, siendo enterrada en el cementerio de la Almudena.

Lo que está claro, haciendo recuento, es que en el añejo drama de Felíu y Codina, en la ópera de Bretón, en tantas y tantas otras obras, y en las películas, aparece una Dolores sirviendo en un mesón, y aguantando las maledicencias de un novio despechado. Cuando queda dicho que la verdadera Dolores, aunque pudiera haber cometido algún desliz, no responde a la identidad de aquella ficticia mesonera; que la engañó su padre, que su marido no le hacía caso, pero que fue madre de sus hijos y pudo mantener aquel matrimonio, a trancas y barrancas, hasta enviudar. Eso sí: en Calatayud, fue objeto de vileza e infamia. Y el propio autor de esas investigaciones sobre Dolores Peinador, confesaba haber sido violentamente amenazado por sus propios paisanos. Y aquella denostada Dolores de la copla ya pasó a ser una heroína, en expresión de Sánchez Portero, quien añadía: "… ahora es sagrada, intocable y ha pasado a ser hija predilecta de la ciudad".

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