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'Blonde On Blonde': el mejor disco de Bob Dylan cumple 50 años

Estamos ante una especie de Enciclopedia Espasa del rock. Recoge la mejor cosecha de un genio que sobrepasó los límites exprimiendo su creatividad.

Portada de \'Blonde On Blonde\' | bobdylan.com

La euforia de la efeméride invita a escribir que Blonde On Blonde, el séptimo álbum de estudio de Bob Dylan (Duluth, Minnesota, 1941), el primer LP doble en la historia del rock, es el mejor trabajo de este genio de la más alta literatura cantada. Al menos, si concebimos al BOB como obra global.

Me explico. Dylan tiene varios discos ochomilesHighway 61 Revisited, Blood on the Tracks, Oh, Mercy, o Time Out of Mind, por poner sólo cuatro ejemplos- que contienen himnos mayúsculos, combinados perfectos de poesía y folk/rock –"Like A Rolling Stone", "Tangled Up In Blue", "Most of the Time", "Not Dark Yet"…- pero que, a la hora de ser puristas al extremo, cuentan con alguna canción que, digamos, baja el nivel –"From a Buick 6", "Disease of Conceit" o "Highlands"; no tengo la osadía de incluir en este grupo alguna de Blood on the Tracks- o con un sonido más pobre, monótono o seco.

Blonde On Blonde es una especie de Enciclopedia Espasa del rock. Lo tiene todo. Es tan amplio, tan completo, tan inabarcable. Su gestación fue anárquica e intermitente. Podríamos situar la fecha de su concepción en agosto de 1965, cuando conoce en Toronto a The Hawks, la futura The Band, incorporando a sus conciertos a los maravillosos Robbie Robertson (guitarra), Garth Hudson (teclados), Richard Manuel (piano), Rick Danko (bajo) y Levon Helm (batería). Se empezó a grabar en los estudios de Columbia en Nueva York ese mismo mes, pero Dylan se "desmotivó" y el trabajo fue interrumpido. Las sesiones se retomaron en febrero y marzo del año siguiente en el Estudio A de la citada discográfica, pero en Nashville, por orden del productor Bob Johnston. Participó un total de quince músicos. El parto tuvo lugar el 16 de mayo.

Entrevistado por Robert Shelton, Dylan decía que "se necesita mucho aguante para mantener este ritmo. Es muy duro, tío". Desde hacía dos años, había renunciado "a tratar de decirle a la gente que está equivocada al pensar como lo hace, sobre el mundo, sobre mí, o sobre lo que sea". En marzo de 1966, declaraba a Playboy: "No estoy interesado en mí como intérprete. Los intérpretes son personas que interpretan para los demás. A diferencia de los actores, yo sé lo que digo. En mi cabeza todo está muy claro". Las catorce canciones del BOB suenan, cincuenta años después, tan exuberantes, tan vivas, tan atroces, tan felices. Son la mejor cosecha de un genio que sobrepasó los límites exprimiendo su creatividad, teniendo las cosas claras, sabiendo a dónde quería llegar. "Es este sonido claro, brillante, fluido y salvaje –le cuenta a Ron Ronsenbaum en 1978- como el mercurio. Un sonido metálico, brillante como el oro, de gran poder evocador. Este es mi sonido".

¿Alberga algún misterio el nombre del álbum? Dylan aún no lo ha explicado, y teorías sobre éste hay a porrones –desde la referencia a Brecht on Brecht al posible homenaje simplista a uno de estos dos rubios: su amigo, el guitarrista de The Rolling Stones Brian Jones, y su amante, la actriz y modelo Edie Sedgwick-. Pese a que la tropa se ha empeñado en encontrar la doble o triple lectura, BOB es un disco menos enrevesado y mucho más digerible que Highway 61 Revisited. No hay tanta maraña. Esa especie de originalísima sencillez también se traslada a la portada, una fotografía de Jerry Schatzberg tomada en el West Side, cerca de los mataderos. "Evidentemente –cuenta el autor de la imagen-, todo el mundo ha intentado interpretar qué significado tiene, y algunos creen que representa un viaje bajo los efectos del LSD. No es cierto en absoluto. Simplemente, teníamos mucho frío y estábamos tiritando".

De sus catorce canciones, destacamos "Rainy Day Women #12&35", con la que arranca el disco, tildada numerosas veces como "drug song"; sin embargo, según el propio Dylan, "no he compuesto ni compondré nunca una canción sobre drogas", se trata "solo una broma de mal gusto". Quizá el primer momento cumbre del BOB lo encontremos en la tercera pieza, "Visions of Johanna", una canción obsesiva y compleja, salpicada de, según Greil Marcus, preguntas "como ¿dónde estamos? ¿Quién somos? ¿Qué hacemos aquí? Y, si queremos irnos, ¿encontraremos la salida?". La festiva "I Want You" la salvó del descarte y la desidia el teclista Al Kooper. La hermosísima "Just Like a Woman", dirigida, presuntamente, hacia la ya citada Sedgwick, fue criticada con dureza por las feministas –el New York Times del 14 de marzo de 1971 recogía una columna de la novelista y figura influyente del movimiento Women’s Lib, Marion Meade, que rezaba: "No existe un catálogo más completo de insultos sexistas que esta canción, en que, para Dylan, la avidez, la hipocresía, el carácter quejumbroso y la histeria serían las características naturales de la mujer"-. John Lennon se enfadó con Dylan por los dos últimos versos de "4th Time Around", que creía que iban dirigidos a él: "Nunca te pedí la muleta / Ahora no pidas la mía". Y el monumental final con "Sad-Eyed Lady of the Lowlands", un cantar de gesta romántico, cantado con una mezcla de serenidad y carne viva, compuesto para Sara, con quien había contraído matrimonio en el más estricto secreto el 22 de noviembre de 1965.

"One Of Us Must Know (Sooner or Later)", "Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again" o "Absolutely Sweet Marie" también justifican la tesis eufórica con la que arrancamos al principio: que BOB es el mejor disco de Bob Dylan.

Se admiten discrepancias.

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