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José Luis Perales regresa con un disco producido por su hijo

Que sea uno de los cantautores mejor pagados no le ha hecho perder campechanía y afabilidad.

Que sea uno de los cantautores mejor pagados no le ha hecho perder campechanía y afabilidad.
José Luis Perales | Archivo

Comienza en Valencia este sábado, 7 de mayo, una gira por toda España después de tres años y medio de silencio discográfico. José Luis Perales, que cuenta setenta y un años, se embarca en esta nueva aventura cuando muchos lo creíamos ya medio jubilado. Cuarenta y tres años lleva en activo como compositor e intérprete, con un historial que podemos resumir así: seiscientas canciones registradas, treinta y pico álbumes grabados y cuarenta millones de ellos vendidos en España e Hispanoamérica. Lo que sin duda le ha reportado una fortuna, de la que jamás se ha envanecido. La sencillez es su mejor tarjeta de visita en el trato cercano con los periodistas; pero asimismo en el escenario suele mostrarse algo apocado, tímido y familiar con sus admiradores. Que sea uno de los cinco cantautores españoles millonarios y mejor pagados no le ha hecho perder la misma campechanía que cuando lo conocimos en sus principios.

En aquellos primeros años 70 del pasado siglo no se atrevía a firmar sus canciones con el nombre propio y en su casa de discos Hispavox figuraba como Alexis Sauce, seudónimo tras el que se escondía este conquense del pueblecito de Castejón, hijo de un modesto albañil, que estudió con beca en la Universidad Laboral de Sevilla, donde se hizo con dos títulos: maestro industrial eléctrico y oficial industrial radiotécnico. Tocaba la bandurria en una rondalla. Su facilidad para componer canciones de letras sencillas y pegadizas fue siempre una constante de su repertorio. Las primeras composiciones que le aceptaron las grabarían Daniel Velázquez, Jeanette, Juan Bau, Marián Conde, Basilio… Hasta que se decidió él mismo a estrenarlas, aguantando las primeras críticas adversas en las que se mofaban algunos de sus escasas cualidades vocales.

Hace ya mucho tiempo que nadie le discute su condición de primera figura. En esta gira que ahora emprende dará a conocer sus nuevas composiciones, diez en total, reunidas en el álbum "Calma", donde a su habitual estilo de baladista intimista le ha añadido otras facetas desconocidas en él, como autor de música country-rock, swing-jazz y soul-pop. ¿A qué y a quién se deben esas variantes en los acompañamientos musicales de sus textos y en los arreglos? El responsable de tal cambio es su hijo Pablo, de treinta y ocho años, que vive desde hace tres en los Estados Unidos y es productor discográfico. Ya ha colaborado con su progenitor otras veces pero en este álbum, "Calma", es donde se nota más su presencia por los conocimientos adquiridos.

José Luis Perales se siente orgulloso de su vástago, al que uno recuerda siendo un bebé cuando visitábamos al cantante en su domicilio madrileño. Estaba en esa época, año 1978, muy preocupado por la salud del pequeño, a la sazón con nueve meses, que padecía hidrocefalia, a consecuencia de una formación excesiva de líquido cefalorraquídeo. Pablito llevaba una válvula incrustada en la cabeza para poder desalojar el líquido que se le acumulaba. Sufría unos fortísimos dolores y cada dos por tres sus padres tenían que llevarlo a urgencias. Lo operaron en varias ocasiones, existiendo el riesgo de que su cabeza fuera aumentando de tamaño. Fueron tiempos difíciles para el matrimonio, José Luis y Manuela, que trataron de sobrellevar aquella difícil prueba con el mayor sigilo posible. Afortunadamente, pasado un largo tiempo, el chico venció tan grave enfermedad.

A pesar de esos tres años y pico alejado de los escenarios José Luis Perales no ha dejado nunca de escribir. Por ejemplo: para seleccionar la decena de piezas de este reciente disco, hubo de prescindir de una treintena que tenía preparadas, y que pueden servirle para otra ocasión. Y no sólo eso: en el pasado otoño se estrenó como novelista, publicando "La melodía del tiempo", un relato acerca de la vida de tres generaciones de seres, habitantes de un pueblo castellano, donde reflejaba tanto la relación entre padres e hijos como la existencia en medio del campo. Sin duda alguna con muchos apuntes autobiográficos, porque su infancia y adolescencia transcurrieron precisamente en su pueblo natal, en donde siendo ya un artista conocido se hizo construir una casa.

Su padre, maestro de obras, le ayudó, encantado, en levantarla. También mantenía su preciosa vivienda de tres pisos, en Cuenca, aledaña a la Catedral, con un magnífico estudio de grabación. Y luego su chalé de Madrid. El físico del cantante no ha sufrido demasiado los reveses del tiempo, y aun con sus cabellos cenicientos no aparenta esos citados setenta y un años cumplidos. Procura llevar una vida sana, suele estar siempre entretenido y si no escribe, se dedica a la cerámica, a la escultura, o a cuidar su jardín. Aparentemente suele dar la impresión de ser un hombre tranquilo, poco propenso a enfadarse, con el semblante de alguien que nunca "ha roto un plato" y de naturaleza pacífica. Nadie diría que antes de casarse con Manuela, secretaria de la empresa en la que José Luis comenzó a trabajar de delineante cuando aún no tenía claro lo de convertirse en cantante profesional, fuera un joven enamoradizo, que tuvo más de una novieta. Luego, sí, ya casado, no se le conocieron otras conquistas.

Es, a pesar de su aspecto serio y algo soso un tipo divertido, que cuenta historias regocijantes. Como ésta, que le sucedió en un teatro, en una función a la que acudieron muchos niños, tomó a uno en brazos y comenzó a cantar con él una de sus creaciones. Precisamente la tan conocida "Que canten los niños". Y desde la primera estrofa advirtió que todos los allí reunidos no hacían nada más que reír a mandíbula batiente. Hasta que mirando al pequeño que continuaba sosteniendo en sus brazos se dio cuenta que era ¡un enano!

Otro episodio que, contado por él puede mover asimismo a la carcajada, tuvo sin embargo elementos más propios de un capítulo de El Caso. A mitad de su actuación en un pueblo extremeño un espectador se dirigió de repente hacia José Luis conminándole a que se callara de una vez. Pensó Perales que aquel caballero había bebido, tal vez, más de la cuenta y no le hizo caso, continuando su actuación. De repente, el tipo extrajo de su americana un revólver y apuntando al cantante disparó un tiro. Ni que decir tiene que en seguida el público rodeó al agresor hasta que apareció la fuerza pública. ¿Qué pasó con José Luis? ¿Resultó herido? Afortunadamente el arma era de fogueo y todo quedó en un buen susto.

Una de las cosas que más agrada a José Luis Perales es contemplar entre su audiencia a varias generaciones de espectadores; a veces, de una misma familia. Y cuando pasan a saludarlo al camarín es frecuente que escuche comentarios de padres, hijos y nietos acerca de sus canciones; las mismas que han ido escuchando con el paso de los años. Historias sencillas, cotidianas, que son marca de la casa, la de su estilo habitual, nada rebuscado. Contaba un día que Gabriel García Márquez lo felicitó, expresándole su admiración por conseguir condensar en sólo los tres minutos que dura una canción la historia, a lo mejor, de toda una vida.

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