Muchos vamos a rememorar el estreno de El barbero de Sevilla, la ópera de Gioachino Rossini con libreto italiano de Cesare Sterbini. Es natural porque hace 200 años que se estrenó en el teatro Argentina de Roma, el 20 de febrero de 1816, y en ella intervino el fantástico talento musical sevillano Manuel del Pópolo García. Sin duda, ha resultado ser el más famoso de todos los "barberos de Sevilla", hasta el punto, fíjense, que la serie de dibujos animados para niños de Merry Melodies, Bugs Bunny, le dedicó un capítulo. El pájaro loco, otro. Y hay más, incluso con gato tenor y ratón. Topicazos sobre España no le faltan como dejó caer justamente Pérez Reverte. Sin embargo, se hizo universal.
Recordemos aquí que ha habido otros "barberos de Sevilla" anteriores y posteriores, alguno de ellos mucho más famosos en su tiempo que el finalmente consagrado por los dictados del público. De los demás, desde El barberillo de Lavapiés al barbero de Cervantes y otros muchos fígaros, rapadores o peluqueros que pueblan la literatura y la realidad histórica, no podemos tratar ahora.
El primero de todos los barberos famosos de Sevilla en la literatura fue el de Pierre-Augustin Carón de Beaumarchais, que data de 1775, parte de su trilogía sobre el conde Almaviva, la madre de todas las composiciones posteriores sobre el barbero sevillano. El crápula francés, que lo era y mucho a pesar de sus simpatías por la independencia de los Estados Unidos de América, nunca pisó Sevilla y tampoco, naturalmente, la barbería de la casa que desembocaba en la calle Santander de Sevilla, a pocos metros de la Catedral y la Giralda, donde se cree arreglaba pelo y barba nuestro Fígaro andaluz según anotó el cronista hispalense José María de Mena. En la calle Francos, precisó que estaba el establecimiento el propio Gustavo Adolfo Bécquer en su crítica de la ópera del 22 de enero de 1861, publicada en El contemporáneo. Cuenta Stefan Zweig que María Antonieta, mutatis mutandis, no vio bajar la guillotina porque anduvo ocupada en representar a Rosina en el teatro rococó de Trianón y en otras cosas, cuando surcaba la historia el año 1785.
Otro más que famoso "Barbero" de Sevilla fue el de Paisiello, el segundo en la historia de los escenarios. El barbero de Sevilla, o La precaución inútil, drama cómico con música libremente traducido del francés, presentado en el Teatro Imperial de la corte el año 1782 fue compuesto por Giovanni Paisiello, un autor de éxito muy superior, entonces, a Rossini, con libreto en italiano de Giuseppe Petrosellini. Cuando se representó el de Rossini, sus partidarios boicotearon la ópera y casi la hicieron naufragar. Por cierto, que Ortega consideró a Kant la precaución inútil, o el barbero de Sevilla, contra la ontología.
El tercero no fue tampoco de Rossini, sino el de Las bodas de Fígaro de Mozart, correspondiente a la segunda obra de la trilogía del francés y se estrenó el 1 de mayo de 1786 en Viena. No era exactamente el "barbero de Sevilla", pero como si lo fuera porque era Fígaro y por eso mismo Mozart tiene estatua en Sevilla, aunque no la tienen ni Rossini ni Manuel García, el tenor y compositor sevillano en quien se inspiró el italiano para su conde Almaviva. Por cierto, que Mozart tuvo que oír a fondo la de Paisello porque su introducción recuerda bastante a pasajes del autor italiano. Fue en su tiempo una obra liberal a favor del matrimonio civil que sufrió años de censura y en la que hubo que mutilar algunas partes para poder ser representada.
El cuarto, esta vez sí, fue de el de Rufini, como ridiculizó un personaje de Galdós (La segunda Casaca, El grande Oriente, 1876) al italiano Rossini. Se llamaba Carlos y la obra no le gustó nada: "Anoche se estrenó: es un sainete ridículo, según me han dicho -añadió el amigo-. Un tutor estúpido, un barbero sin vergüenza, una pupila descocada, un amante que se finge soldado borracho para meterse en la casa, después se hace maestro de música, y luego entra por el balcón". Vaya resumen. A don Benito le inspiraban más los barberos de Madrid. Paisello, digámoslo, murió meses después del estreno del babero de Rossini en junio de 1816.
Cuenta Manuel Chaves Rey en su biografía de Larra que éste llego a escribir un poema, no impreso, que no he encontrado, en honor de Rossini y su barbero, lo cual no es mucho si se tiene en cuenta que adoptó el alias "Fígaro". ¿Que por qué lo hizo? Por la fama de parlanchines de los barberos. Lo explicó incluso el propio Larra: "Díjome el amigo que debía de llamarme Fígaro, nombre á la par sonoro y significativo de mis hazañas, porque aunque ni soy barbero, ni de Sevilla, soy, como si lo fuera, charlatán, enredador y curioso además, si los hay. Me llamo, pues. Fígaro". O sea, que sí, que conocía la historia.
Por si fuera poco, Próspero Merimée dio a entender en Una corrida de toros que los barberos de Sevilla vestían como los toreros, con calzones y medias de seda, además de chupetín. Diferente vestían los de Madrid, con casaquilla y corbata, precisó Mesonero Romanos, que trataba con Larra. O sea.
Y ahora una de risa, de carcajada, vamos. "Garzón (El hombre que veía amanecer con Pilar Urbano) coge de la carpeta el programa de mano de El barbero de Sevilla, le da la vuelta y ve que, en efecto, allí está el dibujo a mano de un croquis: el organigrama de la nueva delegación, coordinando los servicios de policía, de Guardia Civil, de vigilancia aduanera y del Cesid. Lo hizo en la penumbra del Teatro de la Ópera de Viena". Jajajajajajaja. Si nuestro Fígaro se sentía el factótum de la ciudad de Sevilla, Garzón querría haber sido factótum del mundo mundial. Menos mal que su precaución fue también inútil y no es calumnia, palabrita.
Si creen que aquí acaba la relación de barberos de Sevilla, andan bastante errados. Enumeremos sucintamente: Hay una zarzuela que se llama El barbero de Sevilla de Gerónimo Giménez, Nieto, Perrín y Palacios. Delphin Alard compuso una Fantasía fácil sobre El Barbero de Sevilla. J. Leybach escribió otra fantasía sobre el mismo barbero, esta vez, brillante -dijo él-. Puede considerarse una película sobre el barbero de Sevilla la del célebre actor Totó, al que llamaron el aristócrata de la risa, Figaro quà, Figaro là (1950) de Carlo Ludovico Bragaglia, con referencia expresa a la ópera de Rossini. Pero Benito Perojo dirigió una película española en plena guerra civil (1938) llamada sin más El barbero de Sevilla en la que Miguel Ligero y Estrellita Castro fueron cabecera del cartel. En 1954, Ladislao Vajda rodó Fígaro, las aventuras del barbero de Sevilla, con Lolita Sevilla y Luis Mariano, que fue nominada para la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Si quieren seguir y seguir, entren en la web de la Biblioteca Nacional de España y ya verán. Si desean penetrar más intensamente en el misterio y el arte de las barberías andaluzas - barberos de Sevilla incluídos, claro-, tienen que comprarse un maravilloso libro de Alberto del Campo y Rafael Caceres titulado Historia cultural del flamenco, El barbero y la guitarra, con el que entenderán la historia del barbero de Sevilla desde su primera aparición en la obra de Beaumarchais a su presencia en la ópera y la literatura española así como su relación con el flamenco, el cante y el gozo de vivir. Tomen nota de que la guitarra era llamada el "instrumento de los barberos", como refiere Ignacio Ramos Altamira en su Historia de la guitarra y los guitarristas españoles.
Sólo añadiré que Campoamor, en La lira rota, poema en un canto, versifica las andanzas de Ginés Briones, otro barbero de Sevilla, aunque lo más interesante e inquietante es el texto de Kempis, libro II, capítulo XII, que sitúa al principio: "Unas veces te dejará Dios, y otras te perseguirá el prójimo, y lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado ni confortado con ningún remedio ni consuelo". Jo. Menos mal que Ginesillo Briones sabía del conde de Almaviva y de la Rosina de la ópera de Rossini. Tal circunstancia no impidió que muriera fracasado aunque dulcemente. Al cielo no iría del todo porque era un pícaro. Pero tampoco al infierno.
Posdata sobre un querido barbero de Sevilla
Tras recordar a don Enrique Mediavilla, mi barbero de Jerez, que me ponía una sillita de niño sobre su sillón de barbero para estar a la altura de su maquinilla, he de referirme a don Antonio Martínez Díaz, que tenía barbería en la calle Ancha de Sevilla, en pleno corazón del barrio de San Bernardo, barrio de los toreros, muy cerca de donde Joselito el Gallo erigió en 1918 una plaza de toros, La Monumental, para competir con la Real Maestranza. No faltó en esta barbería ni la guitarra, ni el cante, ni la tertulia ni los pajaritos, sobre todo canarios.