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El Maestro Padilla, a los 55 años de su muerte

Autor de "Valencia", "La violetera", "El relicario"… Un conpositor español universal que abarcó multitud de géneros.

El Maestro Padilla | Archivo

Fue José Padilla (Almería, 1889-Madrid, 1960) uno de los más universales compositores españoles, con una variada, nutrida obra relacionada con géneros tan dispares como la zarzuela, el cuplé, la canción romántica, la comedia musical, la revista o las bandas sonoras cinematográficas. Si tuviéramos que elegir un solo título de su repertorio nos valdría el pasodoble "Valencia", que las mejores orquestas del mundo entero llevaron siempre en su programación. Con ocasión de cumplirse este 25 de octubre cincuenta y cinco años de su fallecimiento hemos hilvanado la presente evocación.

Su padre tenía una sastrería, en donde quería adiestrar a su hijo Pepe, pero éste, sin afición alguna por las tijeras y el jaboncillo de la época, contó más con el apoyo de su abuelo, a la sazón organista de la Catedral y propietario de una tienda de instrumentos musicales. José Padilla se instaló, ya cursados con brillantez sus estudios, en la Barcelona de la "bèlle-époque", donde estrenó la zarzuela "La bien amada", que resultó un serio fracaso. Sin embargo, se salvaría de la quema el número final, un pasodoble interpretado por un coro de pescadores: "Valencia". El autor de la letra y del libreto en general era su colaborador José Andrés de la Prada, del que se popularizaron estas frases y estribillos de su reconocido número: "Valencia, es la tierra de las flores, de la luz y del amor…". Y esta otra: "Tus mujeres todas tienen de las rosas el color". Y "… amores que en Valencia son floridos como ramos de azahar".

Difundido el pasodoble en disco en 1925 por Mercedes Serós, una de las grandes cupletistas de la época, tuvo infinidad de versiones, entre las que recuerdo como más original la del rey del tango, Carlos Gardel. Al margen de la letra, la composición musical dio la vuelta al mundo. Y no ha dejado de escucharse noventa años después de ser creada. Un himno para los valencianos, aparte del firmado por el maestro Serrano, que cada 19 de marzo lo entonan al unísono con verdadera emoción. Antes de ese éxito, el maestro Padilla había compuesto "El relicario" gracias a una apuesta.

Mantenía una tertulia con dos periodistas del diario catalán El Liberal, apellidados Oliveros y Castellví, quienes lo apremiaron para ver si era capaz en dos o tres horas como mucho crear un pasodoble. Aceptó el envite el músico, con la condición de que ambos le escribieran en el mismo espacio de tiempo una letra. Y sugirió, dado el ritmo al que lo emplazaban, que fuera de tema taurino. Así fue como nació esa pieza que en 1914 popularizara la mítica Raquel Meller (aunque no fuera ella la responsable de su estreno). Padilla se compró un castillo con los derechos de autor percibidos. Y a otro periodista, autor de zarzuelas y empleado del Ayuntamiento madrileño, Eduardo Montesinos, le solicitó una letra alusiva a las floristas. Fue "La violetera". Una evocación de las floristas que vendían violetas a las puertas del teatro Apolo o por las Ramblas barcelonesas. Y el maestro le puso una música romántica que, en la voz nuevamente de Raquel Meller alcanzó una difusión extraordinaria fuera de nuestras fronteras. Al punto que Charles Chaplin la incluyó como fondo instrumental en la banda sonora de su película Luces de la ciudad. Con toda la cara dura del mundo, firmándola como suya y sin pedir autorización alguna al compositor almeriense. Quien tardaría unos años en obtener por vía judicial tanto el reconocimiento a su obra como los derechos e indemnización correspondientes. Nunca pudo entenderse cómo el creador de "Charlot" cometió aquel inadmisible expolio.

La fama del maestro Padilla traspasó muchos países pero fue París el punto neurálgico donde festejó sus mayores triunfos. Por ejemplo con un número que la célebre Mistinguette dio a conocer en 1926 en el Moulín Rouge y que el gran Ernst Lubitsch incluyó como fondo de su Ninotchka, cuando Greta Garbo retorna a Moscú y su personaje evoca su paso por la capital francesa: "Ça c´est París". Las autoridades galas no vacilaron en honrar a nuestro compatriota con la Legión de Honor. En época contemporánea Federico Fellini seleccionó la misma pieza para su filme Ocho y medio y años después El relicario para Ginger y Fred, donde Giulietta Massina y Marcello Mastronianni formaban una deliciosa pareja de ancianos bailarines. Esas canciones de Padilla tendrían más versiones, entre otras a cargo de voces de oro: Maurice Chevalier, Josephine Baker, Rodolfo Valentino, Titta Ruffo, Tito Schippa, Plácido Domingo, Montserrat Caballé … ¿Qué tenor español que se precie no ha cantado alguna vez "Princesita", otra canción bellísima del maestro?

Y entre sinfonías, zarzuelas, más pasodobles, incluso tangos argentinos, citemos su dedicación a la revista musical. Celia Gámez le estrenó el pasacalle "Estudiantina portuguesa". Otra figura de ese género, Queta Claver, que le cantó varios números, me contaba que el maestro tenía una obsesión: "Pretendía que en sus obras revisteriles se incluyera siempre su pasodoble "Valencia". Lo que no era posible, claro.

Fue José Padilla, que tenía buena facha, un pertinaz enamoradizo, del que tenemos referencias de unas cuantas conquistas. No siendo hoy recordadas aquellas amantes nos referiremos solamente a sus dos esposas. La primera, Rosa Oruechevarría, una vasca que conoció en Buenos Aires con la que se desposó en 1917. El matrimonio sólo les duró un año. Contaban que ella, muy celosa, le pegaba de vez en cuando. En 1934 el maestro reincidió con una boda civil, siendo su segunda mujer una cantante de su compañía, la portuguesa Lydia Ferreira, que se convirtió en su sombra, en su representante. Por amor a ella Padilla dedicó una parte de su obra musical al vecino país. No tuvo hijos el maestro. Así es que cuando murió hace ahora cincuenta y cinco años sus bienes pasaron a dos de sus sobrinos, hijos del periodista José Montero Alonso, casado con una hermana del músico. Que estaban enfrentados. Y no supieron o pudieron mantener abierta la Casa-Museo dedicada a su tío, donde había vivido sus últimos tiempos, calle Gabriel Abréu, 11, colonia Iturbi, cerca de la Fuente del Berro madrileña. Tampoco ninguna institución los ayudó, y el chalecito de dos plantas con un pequeño jardín donde se guardaban objetos y recuerdos del gran compositor, pasó a mejor vida, tras colgar sus herederos el cartel de "Se vende". Una pena.

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