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Bruce Springsteen, todo está en 'Born to Run'

Uno de los músicos más talentosos y carismáticos de nuestro tiempo facturaba un clásico hace cuarenta años.

Uno de los músicos más talentosos y carismáticos de nuestro tiempo facturaba un clásico hace cuarenta años.
'Born to Run' | Portada

Hace tan solo unos días, uno de los músicos más talentosos y carismáticos de nuestro tiempo cumplía 66 años. Una edad que, lejos de jubilarle, le confirma como un artista tan en plena forma que, para celebrarlo, se marca conciertos de tres y de cuatro horas como si nada. Aunque no debería sorprendernos su capacidad para abarcar más cosas que la mayoría, porque lleva años haciéndolo a todos los niveles. Lo mismo factura piezas de rock contundentes y cargadas de ritmo, que firma temas de corte más intimista, en los que retazos del mejor folk apuntan directo al corazón del oyente desde su garganta raspada.

Y es que en sus más de cuatro décadas sobre los escenarios, Bruce Springsteen ha podido hace casi de todo, desarrollando su propia historia (compuesta, a su vez, de todas y cada una de las que nos ha relatado desde el micrófono), y reuniendo tanta honestidad y crédito musicales como le ha sido posible. Una receta que, de forma invariable, le ha conducido a firmar un puñado de obras maestras en forma de discos. Ya sea en los setenta, con su extraordinario debut Greetings From Asbury Park, NJ, o en los ochenta (The River, Born in The USA o Nebraska caben en esta categoría, escojan ustedes), el de New Jersey habría cosechado grandeza para varias carreras musicales. Pero lejos de contentarse con tal bagaje, el Boss nos ha regalado unos cuantos ejemplos más de su grandeza: The Rising, The Ghost of Tom Joad, o el más reciente High Hopes bastan para seducir a casi cualquier oyente por sí solos, y certifican una de las pocas cosas seguras de este mundo: cundo quieres lo mejor, siempre puedes contar con Springsteen. Y luego, quizá un peldaño por encima de todo eso, está Born to Run.

El disco que definiría la carrera del músico se fraguó en un clima de tensión, motivada por las presiones de su sello discográfico para lograr un éxito comercial que, en aquellos días a mediados de los setenta, aún no había llamado a su puerta. Por aquellos días, el veinteañero Bruce había tomado elementos de folk-rock para intentar redefinir sus conceptos post-adolescentes de amor, angustia, inquietud… madurando tanto a nivel compositivo como emocional. Un proceso que intentaba plasmar mediante sonidos que, según él mismo, escuchaba en su cabeza, pero que se perdían a la hora de intentar grabarlos. El proceso completo llevaría más de un año, y las colaboraciones del productor John Landau, así como de los habituales socios musicales del artista, se antojarían básicas para lograr traducir aquel proceso mental en un todo instrumental y lírico que contenía todo lo que un artista puede expresar en cuarenta minutos de música.

La producción, marcada por la grandiosidad del llamado muro de sonido acuñado por Phil Spector, conjuga a las mil maravillas con la potencia vocal de Bruce, acentuada por el brutalmente honesto mensaje emocional que contienen sus canciones. El fantástico sonido de la E Street Band destilaba tanto ritmo como lirismo salía de la boca del Boss, dejando una huella enorme en cualquiera de las generaciones que crecerían reverenciando el disco. Ocho cortes que conforman una clase maestra en otras tantas lecciones, dignas todas ellas de mención.

Abriendo el álbum tenemos "Thunder Road" quizá una de las mejores de toda la carrera de Springsteen: una canción concebida por el autor como "la invitación a quedarte a escuchar el resto", que arranca con evocadora armónica, y avanza a través del piano hasta crecer y convertirse en un rock coronado por un solo de saxofón con la marca de Clarence Clemons. A través de sus casi cinco minutos, nos transmite una historia de lucha por escapar del fracaso y de sueño por buscar un lugar para la esperanza en el futuro. Con guiño al "Only the Lonely" de Roy Orbison, crea un cuadro evocador y perfecto para arrancar cualquier álbum.

El relevo es tomado por un pedazo de soul como es "Tenth Avenue Freeze-Out", ejecutado con la maestría habitual de la E Street Band, cuya formación se describe en la letra de la canción. Ojo a la intro de la sección de metales, diseñada por el inimitable Steve Van Zandt para la ocasión. Una de las más recordadas por los fans, a la que sigue la no menos célebre "Night", en la que un pletórico Clemons conduce su saxo a través de una historia de evasión y búsqueda de la realidad, aderezada por coches y chicas… vamos, un cuento de rock and roll del clásico en el que nos lleva al final de la primera cara del disco, que se plasma en "Backstreets", un cuento de raíz dylanesca en el que la poesía crece con cada desgarrada frase. Tras el elegante arranque de piano, la historia de una ruptura y el dolor que produce perder una amiga al tiempo que una pareja, confirma la madurez y la honestidad de la que hablamos al referirnos a este disco. Lo realmente grande de este tema (y, por supuesto, de los otros siete) es que crees cada palabra, grito y nota musical que Springsteen y compañía te regalan. Y no has hecho más que acabar la mitad, aún queda el otro lado.

Para retomar la acción, te golpea el "Born to Run" que titula el álbum: pega desde la primera nota, y toda la intensidad te recorre hasta que caes rendido ante su fuerza. Un tema que preside todo el disco, con el que su autor vuelve al tema de la huida, de la posibilidad de redención para aquellos a quienes parece estarles prohibida. Referenciando varios lugares reales de New Jersey, el músico recorre su geografía y la de sus propios sentimientos hasta permitirse a sí mismo soñar con un futuro, aunque tenga que echarse a la carretera por tiempo indefinido para lograrlo. Tras este gigante musical, la figura de Orbison (y el ritmo de Bo Diddley) aparecen en "She’s The One", otro tema de rock clásico, sencillo y bien interpretado, que muere al comenzar la melancólica y sugerente "Meeting Across The River". Una poesía jazzística de atmósfera envolvente sobre otro perdedor y sus tribulaciones.

Quizá dejó lo mejor para el final, es lo que piensan los defensores a ultranza de "Jungleland", tema redondo que cierra el disco con tanto adorno en lo musical como verdad en lo sentimental: más de nueve minutos de poesía urbana que firmaría el mismísimo Dylan, arropada por una banda de dimensiones tan tremendas como para evocar todas las historias en una sola: lean y escuchen sus últimas estrofas.

Hace cuarenta años apareció un disco que, escuchado en toda su extensión (y sin atajos), lo contiene todo. O al menos todo aquello que el mejor rock puede aspirar a contener. Su nombre es Born to Run, y su autor, un chaval de veintitantos llamado Bruce Springsteen.

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