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Serrat en Madrid o una reivindicación noble del paisanaje

El artista catalán brindó un concierto lleno de himnos y en el que participaron Joaquín Sabina o Pasión Vega.

Serrat, en el Palacio de los Deportes de Madrid | EFE

"Yo no quiero que Cataluña se independice para, así, poder seguir llamando paisano a Serrat", me dice una señora como de la quinta de mi madre, justo después de que el cantante catalán interprete "Mi niñez". El noi del Poble-sec repitió este lunes lleno en el Palacio de los Deportes de Madrid, ahora Barclaycard Center, en un alarde de talento natural, noble y verdadero, como de otro tiempo pasado que fue mejor –a nivel artístico, quiere decirse-, cuando era "Mediterráneo" y no "La Gozadera" el hit de la canción popular.

Serrat vino a alborotar el barrio, a recordarnos que mañana es sólo un adverbio de tiempo, a disculparse por el retraso –los conciertos estaban previstos para mayo, pero, contra una traqueo laringitis aguda, poco se puede hacer cuando la agenda se vuelve urgente–. Qué bien lo definió Sabina en "Mi primo El Nano", cuando dice que "le tiembla el corazón en la garganta". Cuñado y yerno perfecto, divertido, poeta, reivindicativo. "De todo corazón, muchas gracias por invertir una noche con nosotros", dijo antes de interpretar "De vez en cuando la vida".

Juanito celebra feliz el cincuenta aniversario de su primer concierto. Vive de un oficio que le divierte, hace propaganda de su Antología desordenada, da las gracias y regatea los piropos. Un tipo del público le dice "guapo". "Yo lo respeto, pero ese género no lo toco", responde el catalán, con la consecuente carcajada general del respetable.

Introduce "Niño silvestre" refiriéndose a la explotación y a la pobreza infantil, atizando a esa "vieja, egoísta y brutal Europa, que reprime aquello que inventó". Canta "Cançó de Bressol" en castellano y en catalán, justifica las constantes revisiones del título de "Ara que tinc vint anys" –"Yo soy catalán, y no tengo por costumbre tirar nada, y menos, algo que funcione"–, se desata la locura –en cursiva, debido a que no es lo mismo el éxtasis de una fan de Serrat que la de una belieber– con "Para la libertad" y "Mediterráneo", presenta a la banda en "No hago otra cosa que pensar en ti", embruja y sobrecoge con "Romance de Curro El Palmo".

Tras "Hoy puede ser un gran día", se dirige a una mujer del público: "No mire usted tanto el reloj, señora, que no ha terminado la fiesta". Entonces, Serrat presenta a Dani Martín, con quien canta una versión de "Señora" que no termina de cuajar; a Pasión Vega, quien enamora con "No es caprichoso el azar"; al argentino Abel Pintos, con quien interpreta la hermosísima "Lucía".

Serrat presenta a Sabina con socarronería y con el público, intuitivo, en pie: "Es una satisfacción tenerlo con vida en los escenarios, después de que una lesión le haya tenido tanto tiempo encerrado en su casa. Es como un río, como si el Guadiana pasara por Úbeda". Joaquín aparece en el escenario con la perilla albina, el icónico bombín y un traje azul: "En Úbeda también vamos a pedir la independencia, que lo sepas". Cantan, tan cómplices, "Cuenta conmigo", de La orquesta del Titanic –el disco que fabricaron al alimón–.

Después, discreta, salió Ana Belén para cantar "Paraules d'amor", y sonaron "Fiesta", "Aquellas pequeñas cosas" y "Cantares". La señora de la quinta de mi madre se desgañita con el "golpe a golpe / verso a verso". Tras finalizar el concierto, me apropio de sus palabras: yo tampoco quiero que Cataluña se independice para, así, decir que Serrat es mi paisano.

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