La resurrección de Pablo Abraira
El creador de "Gavilán o paloma" ha estado varios años olvidado.
El público quiere siempre a los triunfadores, se olvida fácilmente de aquellos que no consiguen mantenerse en el podio. Porque esa calderilla de la fama que es la popularidad suele ser traidora, caprichosa muchas veces. Y aquél que era alabado resulta de golpe y porrazo objeto del desdén; o peor, del silencio. Y eso, en la vida de un artista de la canción es letal. Le ha ocurrido a Pablo Abraira, uno de nuestros más interesantes intérpretes, en principio conocido por su faceta melódica, aun cuando su formación musical sea amplia y abarque un repertorio de "rythm and blues" y pop rock que le ha permitido en su carrera alcanzar éxitos en comedias musicales.
Llevaba –injustamente- largo tiempo sin que su nombre apareciera en los medios de comunicación cuando estos días pasados ha vuelto a brillar por méritos propios gracias a su lograda interpretación de "Hércules", un musical con texto de Miguel Murillo, letras de Xenia Reguant, música de Ferrán González y dirección de Ricard Reguant, que ha sido estrenado con éxito en el 61 Festival de Teatro Clásico de Mérida, en su espectacular coliseo romano. Una especie de fábula acerca del mítico héroe llevada al mundo del circo.
En una compañía de jóvenes actores Pablo Abraira ha destacado en su doble faceta interpretativa, la de actor-cantante, que ya ejerciera hace una treintena de años, cuando protagonizara "Lovy", considerado el primer musical español. Luego intervino en las reposiciones de "Evita" (donde sustituyó a Patxi Andión, en el personaje del "Ché" Guevara, que no pudo estrenar en su día por otros compromisos contraídos) y "Jesucristo Superstar" (que había sido dado a conocer por Camilo Sesto).
Hasta llegar a esta, llamemos, "resurrección" artística, Pablo Abraira ha vivido temporadas de aislamiento profesional, olvidado de empresarios, de periodistas que en su día lo jalearon, cuando fue número 1 en las listas de éxitos. Aquello ocurría en la mitad de los ya lejanos años 70, con baladas que aún perviven en la memoria de muchos: "O tú o nada", "Pólvora mojada" y muy especialmente "Gavilán o paloma", con aquel estribillo inolvidable: "Amiga, hay que ver cómo es el amor / que vuelve a quien lo toma / gavilán o paloma. / Pobre tonto, ingenuo, charlatán, / que fui paloma por querer ser gavilán…"; composición de Rafael Pérez Botija, que tanto significó entonces en la carrera del cantante. Sus "fans" lo perseguían a la entrada y salida de sus actuaciones, convirtiéndolo en auténtico ídolo romántico.
Con el paso de los años, con ese poso que otorga la veteranía, Pablo considera que aquel tiempo modificó su personalidad, convirtiéndose aún a su pesar en una especie de manipulado muñeco en manos de su compañía discográfica; en protagonista, a contracorriente de su verdadero carácter, de las páginas de las revistas del corazón. Se ríe ahora cuando recuerda haber sido elegido por una publicación del ramo como uno de los hombres más sexy de España. Cuando él, algo tímido y por encima de todo defensor a ultranza de su intimidad, era enemigo de ser pasto de los reporteros de la prensa rosa. Se había separado de su mujer, luego mantuvo relaciones con María Veranes, más tarde emparejado con otros amores que él trataba de ocultar a la curiosidad pública. Lo que le hizo casi estallar de ira fue cuando unos "paparazzi" persiguieron a sus hijos en el colegio. Y entonces se dijo "¡basta!". Porque tampoco estaba dispuesto a proseguir por la misma senda musical de sus mentados éxitos. Le apasionaba la música relacionada con el jazz y fue feliz cuando, por ejemplo, pudo contar con su buen amigo y colega Pedro Ruy-Blas en uno de sus posteriores discos. Pero, ¡ay!, en la década de los 80 las casas de discos ya no querían saber nada de él. Dejó de interesar a las revistas también. Había cambiado de aspecto en ese periodo, pues de llevar poblada barba por exigencias de sus comedias musicales pasó a significarse físicamente sólo con un mostacho rubio. A falta de contratos hubo de retirarse forzosa, temporalmente, de la canción, ganándose los garbanzos en una agencia de contratación artística que montaba grandes espectáculos de pop y rock. Resolvió en los 90 marcharse a México, donde aún se le recordaba, y allí grabó dos álbumes. Con el nuevo siglo volvieron las desilusiones para él, al constatar que su nuevo trabajo discográfico, aparecido en 2003, "Ahora", pasaba inadvertido.
A trancas y barrancas cantó después donde pudo y le dejaron, ya desde luego sin el "caché" de sus viejos tiempos. Y siempre obligado a repetir una y otra vez "Gavilán o paloma" y sus otros números 1, con otras creaciones también como "30 de febrero". El último de sus doce álbumes que componen su discografía está fechado en 2006. Cuatro años después presentaba un programa, "Weekend", para una productora de televisión, dedicado al turismo, que le produjo satisfacciones personales, al afrontar retos nuevos para él como practicar espeleología introduciéndose en un barranco; y submarinismo.
Y ya en época reciente, Pablo Abraira, siempre tesonero, ha continuado cantando. Luciendo su bella voz. No sólo sus obligados éxitos propios sino versiones de otras estrellas, de su admirado Stevie Wonder o de Joan Manuel Serrat. En la última primavera se fue a Chile, donde lo acogieron muy bien en su gira "Volvería a volver". Ahora acaba de cumplir sesenta y seis años y contempla la vida con tranquilidad y filosofía. Sabe que el triunfo suele ser efímero y él lo ha pagado caro. Es un buen tipo, lleno de sinceridad. Con talento musical, que ha labrado con estudio, dedicación, esfuerzo. Un madrileño que, por cierto, vino al mundo en un lugar poco habitual: su madre, camino del hospital aquel 1 de julio de 1949, lo alumbró en el asiento trasero de un taxi.
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