Pocas bandas han representado de forma más fiel el espíritu del período contracultural de los sesenta y setenta en Estados Unidos como los Grateful Dead. Una banda tan genial como atípica a todos los niveles, reverenciada como ninguna por una legión de fans que han compartido sus giras sin fin durante décadas. Un proyecto con el récord de directos disponibles para escuchar y descargar legalmente en archive.org (con más de 10.000 grabaciones de shows de la banda disponibles), pues siempre permitieron a sus seguidores grabar los conciertos, a condición de que no se lucrasen con ello. Pero este hecho es sólo una de las muestras de lo diferente que resultó este grupo, al igual que su líder Jerry García, quien nos abandonó hace veinte años. Una figura tan singular como los Grateful Dead, o como su San Francisco natal en los años de la psicodelia, el amor libre y la experimentación sonora y psicotrópica.
Mientras otros pretenden haber tomado una parte importante en el ciclón cultural que barrió América durante los años sesenta y setenta, Jerry sencillamente lo vivió en primera persona. Mientras otros sueñan con formar parte de un experimento social (fallido o no) inédito en los Estados Unidos, Jerry lo hizo con los cinco sentidos. Lo contempló desde escenarios como el de Monterey en el 67. Lo olió en el viento en aquel fatídico Festival de Altamont de los Stones poco más tarde. Lo degustó en compañía del escritor Ken Kesey y sus Merry Pranksters en alucinógenas formas bajo las iniciales LSD, o viviendo con los Deads en aquella comuna del 710 de Ashbury Street. Lo tocó con la punta de los dedos en cada soñadora improvisación, única e irrepetible de forma que no existieran dos conciertos iguales de su banda. Y por supuesto que lo escuchó… estaba en el aire, en cada eco del cada vez más cuidado sistema de sonido que les acompañaba en la carretera. También lo escuchaba en la devoción con la que los Deadheads (su legión de fans itinerantes, muchos de los cuales dejaban sus vidas "normales" para unirse a la banda durante meses, o incluso años) adornaban la comitiva de cada espectáculo en directo. Jerry García vivió todo eso y mucho más, mientras el resto sólo lo soñamos.
Este nieto de gallegos por parte de padre, nacido en San Francisco en 1942, había estado interesado en la música (y más concretamente en el piano) desde bien pequeño; un mundo al que le animaron a acercarse sus padres, aún a pesar de perder gran parte de un dedo de la mano en un accidente con un hacha. No fue la única tragedia que sacudió su vida en la infancia, ya que poco después, su padre fallecía ahogado cuando Jerry contaba con tan solo cinco años de edad. Un suceso al que Jerry logró sobreponerse gracias a su familia y al poder creciente que la música ejercía sobre él: su mente se abrió al folk, al blues y al bluegrass, componiendo el lienzo de la música popular norteamericana, resultando en una de las marcas más reconocibles de su banda, que formaría a mediados de los años sesenta junto al teclista Ron Pigpen McKernan, al batería Bill Kreutzmann, al bajista Phil Les y al guitarra Bob Weir. A ellos había que sumarle al artista Robert Hunter, principal letrista de la banda y habitual colaborador de García en la composición de los mensajes de la banda.
Con la llegada de la psicodelia y el ambiente de bandas como Jefferson Airplane (en alguno de cuyos trabajos García aparecía acreditado como "consejero espiritual y musical") o Quicksilver Messenger Service, los Grateful Dead se convirtieron en la banda más representativa de su contexto a medida que avanzaba la década. Aunque sus primeros trabajos no gozaron de gran popularidad en las listas de ventas, sus únicos directos les hacían ganar una creciente base de fans y su experimentación e improvisaciones, abiertas a casi todos los géneros musicales, les hacían irrepetibles en ésta y cualquier escena. Trabajos como Anthem of The Sun o el mítico Live/Dead de 1969 prepararon el camino a los dos trabajos con los que saludaban a la nueva década, y quizá sus discos más exitosos, editados ambos en 1970.
Workingman’s Dead y American Beauty les mostrarían ante el gran público con temas tan definitorios como "Casey Jones" (firmada por García y Hunter) o "Sugar Magnolia". Un éxito que continuaba con las ediciones de algunos discos en directo, apoyando la creciente calidad de su propuesta vocal e instrumental. Esta tendencia de enriquecimiento musical continuaba hasta mitad de la década, cuando las crecientes adicciones de Jerry y compañía, combinadas con cierta bajada en la factura de sus discos, marcó un declive en una trayectoria en la que nunca desaparecieron los continuos shows por los escenarios de todo el mundo, y que continuarían de forma casi ininterrumpida hasta aquel 9 de agosto de 1995 en el que perdimos a Jerry. Y mientras nuestro querido músico alternaba proyectos musicales (aunque nunca dejó a los Deads) y hacía frente a rehabilitaciones y diversos problemas médicos, derivados de sus hábitos al límite. Dichos problemas se plasmaron en un coma diabético que duró cinco días, allá por 1985, diez años antes del infarto que acabaría con su vida.
Y hay quienes dicen que Jerry no ha muerto, que le han visto aquí o allá a lo largo de los últimos diez años, como otros mitos cuya muerte no acaba de ser asimilada por todo el mundo. NI siquiera los homenajes brindados por sus compañeros musicales pueden paliar la pérdida de una figura como la de Jerry García, un tipo tan grande como para ser homenajeado con un sabor de helado, así como en innumerables guiños de canciones y ficciones varias. Pregúntenle a Stephen King o a alguno de sus alter ego como Bill Dembrough. Pregunten a la banda Kula Shaker, al escritor George R.R. Martin, a leyendas del deporte como Bill Walton, políticos como Bill Clinton, músicos como Henry Rollins o iconos como Steve Jobs. Todos ellos tienen algo en común: en algún punto de sus vidas, han sido deadheads. Moviendo sus vidas al sonido de la guitarra y la voz de Jerry García.