Ramoncín es ahora protagonista de las páginas de Sucesos y Tribunales. Ya estarán enterados: la Fiscalía Anticorrupción lo acusa de fraude a la Sociedad General de Autores y Editores (aquella que presidía otro inculpado, Teddy Bautista, pendientes de juicio ambos junto con otros exdirectivos) por apropiarse –supuestamente, claro- de fondos de la entidad, al facturar facturas falsas por importe de 57.402 euros. ¿Corrupto Ramoncín? Podría ir a la cárcel si la justicia así lo decide. Le piden cuatro años de prisión con el añadido de diez meses más.
A todo esto, ¿quién es Ramoncín? Pues se lo contamos lo más escuetamente que podamos. Nombre completo: José Ramón Julio Márquez Martínez. Hijo de una cantante de coplas, Diana Márquez, que grabó algunos discos allá por los primeros años 50. Nació el 25 de noviembre de 1955. Tiene ahora, por tanto, cincuenta y nueve años. Un físico que no representa, pues siempre ha dado la impresión de ser más joven, con su rostro bien parecido, de facciones algo aniñadas. Leyendo un día Disco Express, que era una publicación avanzada en cuanto a novedades musicales, que se editaba en Pamplona (la ciudad del recordado Joaquín Luqui, que empezó a colaborar allí) nuestro personaje, madrileño del barrio de Delicias y luego muy querido en Vallecas acudió al reclamo del anuncio de un grupo que buscaba un vocalista rockero. Y lo admitieron. El conjunto llevaba el nombre de W.C. , que ya saben son las siglas de retrete, pero en inglés, que suena más fino. El debut se produjo en las Navidades de 1976 en el Ateneo Politécnico de Madrid. Eran los tiempos en que los Sex Pistols hacían de las suyas como abanderados británicos de la moda punk. El pelo en puntas, como si fueran chuzos, los significaban por la calle.
Ramoncín se apuntó a ese movimiento de rock urbano donde todo parecía estar permitido, desde salivazos al aire en plena actuación hasta insultos dirigidos al personal. La gente se divertía en esas perfomances más propias de masocas. Fui a una de ellas, tuve bastante y salí escaldado. Esquivé como pude uno de los huevos duros que desde el escenario de la madrileña sala "Pachá" lanzaba como un poseso el mentado Ramoncín. Los de su casa de discos, la multinacional Emi, estaban encantados con él, por lo visto, ya que algunas publicaciones le dedicaban sus páginas a esas incívicas demostraciones. Lo de vender discos, ya era otra cosa.
Aun así, sus primeras grabaciones, en aquella segunda mitad de los años 70, fueron recibidas con expectación, con letras divertidas en las que el provocador cantante y compositor ponía a parir todo aquello que no le gustaba de la sociedad circundante: "Cómete una paraguaya", "Marica de terciopelo" y sobre todo un título que hizo fortuna, "El rey del pollo frito", con el que sería conocido en adelante. No se supo entonces en quién se había basado para escribir aquella canción: un todopoderoso ejecutivo de la industria discográfica, director general a la sazón de CBS, llamado Tomás Muñoz, todo un caballero y ejemplar empresario como tuve ocasión de comprobar en más de una ocasión.
Debió tomarse a broma aquella invectiva del cantautor y no hacerle demasiado caso. Pero, en unos años, Ramoncín se hizo un hueco en el tinglado de la música juvenil y hasta el realizador cinematográfico Fernando Colomo le hizo una oferta para protagonizar su guión "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?", lo que apenas se divulgó, declinando la oportunidad, aunque sugiriendo que quienes debían estar en la película eran los componentes de Burning, como así sucedería, popularizando éstos la canción de igual título. Llegada la movida madrileña a Ramoncín le pilló con el paso cambiado y mediados los 80 acusó un bache artístico, tras su éxito con "Arañando la ciudad". Se rehízo en 1987 con "La vida en el filo", donde registró un tema dedicado al munícipe matritense Tierno Galván, "el viejo profesor", que arengaba a los veinteañeros "a colocarse" y llamaba "Lennox" al asesinado "beatle".
Ramoncín confesaba haber fumado solamente hachís. Desde luego, su físico siempre fue digno de un deportista. Logró que el guitarrista de Queen, Brian May, colaborara en aquel álbum. En 1990 Ramoncín anunció su retirada. Que no cumplió, como los viejos matadores de toros, reapareciendo, marchándose de nuevo, y así, en una desigual carrera discográfica, dejó algunos trabajos interesantes, como su recopilatorio Ángel de curo, fechado en 2000. Lo que perdió como mito del underground hispano lo fue ganando con sus periódicas apariciones televisivas, en Crónicas marcianas y otras tertulias de respetables audiencias, donde ofició de compulsivo orador, disertando sobre lo divino y humano, con una llamativa labia y desde luego, admitámoslo, con una verborrea que superaba a la de grandes profesionales de la locución.
Diríase que Ramoncín dictaba sentencias, sin a lo mejor proponérselo, pero con la misma seguridad que pudiera ejercer un sesudo filósofo en su cátedra, pongamos por caso. Una enciclopedia andante, sin dubitaciones, sin pausas, seguro siempre de sus discursos, muchas veces éticos. Y, ya ven: ahora es él objeto de la atención de las tertulias, de las que lleva alejado un tiempo. Nos dejó para la posteridad algunos libros, de versos y de lexicografía, como un original diccionario, el "Tocho cheli", alabado en su día por el un tanto olvidado ya Francisco Umbral, que estaba hasta en la sopa en esos finales de la anterior centuria.
Cometió Ramoncín tal vez la mayor imprudencia de su ya controvertida biografía: convertirse en directivo de la SGAE, puesto que abandonó en 2007, tras unas temporadas en las que se erigió defensor del canon (lo empezaron a llamar "Canoncín"), se enfrentó a muchos compañeros y tuvo un sonado rifirrafe con Joaquín Sabina, tan curtido por otra parte en otro tipo de trifulcas. Y quien salió perdiendo fue el madrileño. Ahora Ramoncín, que tanto pontificó sobre la transparencia en infinidad de asuntos, y nos regaló admoniciones a diestra y siniestra entre sus modelos de comportamiento, ha de afrontar esta cita con la Justicia. Lo está pasando mal. Los días más amargos de aquel que se mofaba tirándonos huevos podridos mientras repetía el estribillo del "rey del pollo frito".