Hace cinco años, más o menos por estas fechas, se reeditaba el álbum Exile on Main St. con una cuidada remasterización del material original, acompañada de diez cortes inéditos y un documental sobre la grabación del que, en opinión de la mayoría, resultó ser el mejor trabajo de los Rolling Stones. El lanzamiento consiguió que aquel inolvidable disco llegase por segunda vez al número uno en las listas británicas, tras su publicación original en 1972. Pero sirvió además para sumergir de nuevo a los aficionados al rock and roll en el espíritu de aquella época dorada de la música moderna.
Pero lo que termina por seducir al oyente más mitómano es la historia de cómo se gestó, creció y floreció aquel desquiciado circo de dieciocho pistas, tan experimental como abrasivo, tan rotundo al final como improbable en gran parte de su desarrollo. Tal vez lo correcto sería señalar el contexto en los meses previos a su grabación, allá por 1971. Nos encontramos ante una banda que, tras haber conquistado el mundo y ganado millones con su música, tienen más problemas financieros de los que deberían, derivados de los acuerdos estipulados con su antiguo manager, Allen Klein, y de un desconocimiento de sus obligaciones tributarias. En esta situación, y para evitar problemas mayores con la justicia, hacen las maletas y se "exilian" en diferentes zonas de Francia para retomar sus vidas y también su actividad profesional.
Tras algunos intentos de conseguir estudios de grabación a su gusto, terminan por traerse el estudio móvil a la mansión que ocupaba Keith Richards con su familia cerca de Niza, en cuyo sótano incubarán el corazón del próximo disco de la banda… pero lo harán de un modo tan directo como salvaje. Para empezar, el propio Richards pasaba por un momento importante en cuanto al consumo de drogas (lo cual, tratándose del personaje, ya es decir algo), y algunos de los presentes se apuntaron a la fiesta más por el descontrol que por la música. Pero la banda tuvo que montar en la villa su base de operaciones, con todos los problemas que planteaba la situación. Por un lado, las condiciones para la grabación no ofrecían muchas garantías, y hubo que dividir el sótano en pequeñas habitaciones para que el sonido no se colase de una pista a otra (algo que, según el personal que trabajó en la mezcla, fue imposible de lograr en algunas ocasiones). Una de las imágenes más célebres que se conservan es la del saxofonista Bobby Keys grabando sus aportaciones en un pequeño pasillo, sin ir más lejos.
Por otro lado, y aunque los músicos se fueron instalando en casa de Keith para no perder tiempo en desplazamientos, Mick Jagger se ausentaba frecuentemente para acudir junto a su querida Bianca, en avanzado estado de gestación durante aquella grabación maratoniana. Así las cosas, era bastante extraño que toda la banda coincidiera para grabar juntos, y normalmente solían ensayar con los músicos que hubiera en cada momento, a los que se iba sumando cualquiera que acabara de llegar o de despertarse. Se marcaron horas y horas de improvisaciones y repeticiones, hasta que al fin, en mágicos destellos, la banda lograba clavar el sentimiento de cada canción. Un ambiente tan bohemio e insalubre como el que habían respirado los bluesmen a los que buena parte del disco homenajeaba, alguno de los cuales fue versionado para la ocasión.
Entre la inspiración, la desorganización y las drogas, la banda reunió una buena cantidad de material a medio hacer, que Jagger se encargó de mover rápidamente a Los Ángeles para completarlo con voces dobladas, pistas adicionales y otros retoques que corrigieran, en la medida de lo posible, las deficiencias sonoras de aquella experiencia al límite. La decisión llegó justo a tiempo, pues la policía francesa empezaba ya a sondear la posibilidad de actuar contra aquella comuna de músicos pasados de vueltas, y aquello era lo último que Keith Richards necesitaba. Así que la banda cruzó el charco y terminó de dar forma a las dieciocho canciones que conformarían el primer álbum doble de su carrera. En esta segunda etapa, el productor Jimmy Miller contó con la aportación de músicos de enorme talento como Dr. John o Billy Preston, que se añadieron al elenco de colaboradores que habían desfilado por la fase uno del proyecto, como el malogrado Gram Parsons.
El resultado, criticado en su momento por parte de la prensa especializada, fue un abanico de blues y rock and roll con guiños a otros géneros como el góspel, que veía la luz arropado por el descontrol, paro también por el duro trabajo de sus creadores. Se compuso principalmente de canciones creadas en Francia y cerradas en Norteamérica, aunque también incluyó algún que otro inédito de sus dos últimos años. Destacar alguna de sus canciones por encima de las demás puede resultar difícil, pero sin duda sus dos singles, "Tumblin’ Dice" y "Happy" (con Richards en la voz principal) son dos buenos ejemplos… aunque "Sweet Virginia", "Ventilator Blues" o "Let it Loose" tampoco se quedan atrás. Ya puestos, no se pueden dejar de nombrar cortes como "All Down The Line", "Torn and Freyed" o "Shine a Light". Y, ¿qué decir de las versiones de figuras como Robert Johnson o Slim Harpo? Tal vez lo único que se puede decir es que, sin contener ninguna de las quince canciones más conocidas de la carrera de los Stones, "Exile on Main St." acaba por reivindicarse en cada tema como su mejor trabajo. Y además, mejora con cada escucha.