Se conoce poco el lado más castizo del compositor italiano Luigi Boccherini (1743-1805). Y no es parte minúscula en su vida: pasó casi 40 años en nuestro país, 15 de ellos dedicando su arte al infante don Luis, hermano de Carlos III. Murió en su vivienda en el madrileño barrio de Lavapiés y en la misma ciudad fue enterrado, hasta que más de un siglo después sus restos fueron llevados a su Lucca natal.
El Teatro de la Zarzuela recupera ahora, a partir de un montaje de 2009, la única obra genuinamente española que compuso en toda su trayectoria: Clementina, un encargo de la condesa-duquesa de Benavente que estrenó en su propio palacio en 1787, con libreto de Ramón de la Cruz y sus criados como intérpretes.
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Cuesta adentrarse en Clementina. Puede afirmarse que es una zarzuela de cámara, pues en el apartado musical recuerda a los cuartetos de cuerda tan representativos del compositor. Es, pues, una partitura con abundantes números, todos muy semejantes, en los que todas las voces brillan y a la vez impiden que ninguna sobresalga. Primer reto para el espectador. El segundo, aunque más que reto es castigo, es un texto notablemente avejentado, un sainete que acusa los más de dos siglos que empolvan sus diálogos. La Clementina del título se disputa con su hermana Narcisa el amor de su padre, don Clemente –todo un lujo contar con Manuel Galiana para tan pequeño papel-, alrededor del cual gravitan un desgarbado profesor de música que corteja a una criada, una severa ama de cría, un melifluo galán portugués y un marqués en busca de esposa. Mucho enredo con poca sustancia y muchas situaciones cómicas que solo a medias se pueden calificar de tal.
Pero no teman, dos grandes profesionales como Andrea Marcon, en su debut a la batuta en este teatro, y Mario Gas, que ya dirigió este título en 2009, consiguen levantar la obra con un pulcro sentido del espectáculo. La música está tratada con mimo, como requiere una zarzuela tan íntima, tan doméstica, con un salón que podría ser el nuestro como escenario. Todos los intérpretes están por encima de sus personajes, lo cual es una suerte. Carmen Romeu es una Clementina tan elegante como es de esperar, y Vanessa Goikoetxea sale airosa con una Narcisa cargada de mohínes. El mejor de la función, Xavier Capdet como el marqués de la Ballesta, un papel sin partes cantadas, como el de Galiana, pero con las más hilarantes situaciones.
Aprovechen la ocasión de ver Clementina, un singular capítulo de nuestra historia musical. Quién sabe cuándo se repetirá esta oportunidad.