El día que R.E.M. se presentó en sociedad
Han pasado 35 años desde el primer concierto de la mítica formación.
5 de abril de 1980. Iglesia de St. Mary en Athens, Georgia. En el local trasero anexo al edificio, cuatro chicos afinan sus instrumentos y se disponen a comenzar, sin saberlo, una de las carreras más fulgurantes de las últimas décadas. El evento en cuestión no pasa de ser una fiesta de cumpleaños de un joven de la zona, pero servirá como primer test para una de las máquinas de hacer himnos musicales que más satisfacciones ha regalado nuestros oídos. La formación ni siquiera tiene nombre en aquellos días, aunque poco más tarde (y tras descartar alternativas como Twisted Kites o Negro Wives) se decidirán por R.E.M. tras abrir un diccionario al azar y encontrarse con la manera de designar una de las fases del sueño.
La unión definitiva como banda llegaría con las incorporaciones de Mike Mills y Bil Berry, universitarios de la zona que habían coincidido en algunos proyectos musicales de adolescencia con su bajo y batería, respectivamente. Entre los cuatro, formarán un crisol en el que mezclaban su devoción por las melodías de las más destacadas formaciones de los sesenta (con especial atención a The Byrds o The Beach Boys), con la osadía musical de proyectos tan vanguardistas como The Velvet Underground, Television, los Stooges de Iggy Pop o los malogrados Big Star de Alex Chilton. Aquella fórmula rock, de alma totalmente independiente, calaría en los sucesivos meses en la juventud de la zona, generando un gran interés en sus conciertos. En aquellas primeras actuaciones, R.E.M. ofrecía un espíritu de rock enteramente alternativo, que no estaba reñido con el ruido ni con la delicadeza, y que sabía pasearse a la perfección por la esencia lírica de las dos últimas décadas.
La fórmula de aquellos primeros años respondía al martilleo de la sección rítmica, equilibrado por el lirismo de la voz de Stipe y la evocadora guitarra de Buck. El hermetismo en las letras y el dominio de las melodías conformaban un proyecto en el que ya se apreciaba la grandeza en temas como "Talk about The Passion" o "Gardening at Night". La banda entraba en los cuarenta discos más vendidos a escala nacional, y sus logros continuaban con sus siguientes trabajos (Murmur, Reckoning y Fables of The Reconstruction) en la primera mitad de los ochenta, culminando en un soberbio Life Riches Pageant, en el que encontrábamos composiciones tan atractivas como Swan Swan H. o Fall on Me. La perfecta unión de guitarra y voz, la profunda evocación de las letras (tanto las nostálgicas como aquellas en las que la banda comenzaba a demostrar su activismo) y la temprana madurez de la banda presagiaban una carrera larga y exitosa, y por una vez se cumplieron los augurios. Su período de colaboración con su sello terminó con el magnífico y eléctrico Document (1987), en el que arrollaban temas como "It’s The End of The World As We Know It" o la poderosa "The One I Love".
En 1988, y tras firmar por Warner, la banda editaba Green, su consagración en el mercado alternativo internacional y su entrada en las vidas de una generación a lo largo y ancho del mundo. Aquí encontrábamos la canción de cabecera de la desternillante telecomedia Búscate la Vida, el celebrado "Stand", y también el no menos afortunado "Orange Crush". Aunque lo más grande estaba aún por llegar, faltaba el álbum que les colocaría como referentes absolutos en los noventa, y que les mantendría en los oídos de aquella generación que crecía en la década del desencanto lírico y la angustia adolescente. El bombazo se tituló Out of Time, y salió al mercado en 1991: contenía temas como "Shiny Happy People", en el que colaboraba su paisana Kate Pierson, de B 52’s, de un desenfreno optimista que contrastaba con el himno de la melancolía que apuntalaba el disco: "Losing My Religion". Su atmósfera hipnótica se repetía en uno de los singles de su siguiente trabajo, el Automatic For The People de 1992: "Everybody Hurts" mecía al oyente en el tranquilo desencanto del ser humano de finales de siglo, y alentaba a la búsqueda de soluciones para su condición. Una canción que mecía los sentidos casi tanto como los despertaría el vibrante Monster, de 1994. Un trabajo diferente a sus hermanos mayores, donde los arranques guitarreros de "What’s The Frecuency, Kenneth?" Contrastaban con la belleza medida de canciones como el "Man on The Moon", single destacado de su anterior trabajo.
La banda siguió adelante con álbum tan complejo y profundo como infravalorado, el New Adventures in Hi-Fi, en el que sacudía la amargura y pasión de canciones como "Bittersweet Me", "Leave" y, sobre todo, "E-Bow The Letter", que contó con la presencia de Patti Smith. Un tema pletórico que arropaba al espíritu imperante en gran parte de la juventud (y, en realidad, también de la edad adulta) de su tiempo. No mucho después de aquello, el batería Bill Berry abandonaba la banda tras haber pasado por algunos problemas médicos que incluyeron un aneurisma cerebral. La banda despidió la década con Up (1998), y saludó al cambio de siglo con Reveal (2001), discos en los que la reputación y la solidez de la banda les colocaba al casi al margen de cualquier tipo de juicio. Además, se trataba de discos tan correctos como respetables, y como muestra, tenemos pequeñas gemas como "Imitation of Life", inspirado en forma y fondo en los melodramas del director Douglas Sirk. Sus últimos trabajos, que salpicaron la pasada década entre sus magníficos directos, pusieron el broche de oro a una trayectoria que terminaba en 2011. Se cerraba así una parte de nuestra vidas musicales, al mismo tiempo que sonaba la última nota de una carrera que comenzaba en aquella iglesia de Athens, la noche del 5 de abril de 1980. Aunque, como decía aquel personaje de una tierra lejana, las grandes historias (también en la música) no terminan nunca.
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