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Physical Graffiti, salvaje y majestuoso

La carrera de Page, Plant, Jones y Bonham, marcada hasta entonces por cinco trabajos de rock duro y blues, les situaba como referencia mundial.

Han pasado cuarenta años desde que Physical Graffiti ondeaba orgulloso su bandera de número uno en las principales listas de ventas. Un álbum que reafirmaba a Led Zeppelin como una de las bandas más exitosas, influyentes y representativas del rock and roll con mayúsculas. Porque en la época de la que hablamos, cada concierto de los británicos equivalía a un espectáculo tan mastodóntico como crudo, tan popular como respetado por el oyente con más exigencia. Habían logrado una presencia tan poderosa que, pasados cinco discos de extraordinaria calidad, estaba lejos de perder autenticidad.

La carrera de Page, Plant, Jones y Bonham, marcada hasta entonces por cinco trabajos de rock duro y blues, de matices folk y poesía a golpe de decibelios, les situaba como referencia mundial, y su siguiente paso estaría a la altura de las circunstancias. Además, y tras haber publicado todo su material hasta el momento con el sello Atlantic, la formación se estrenaba en su propio sello, Swan Song. Esta circunstancia vino marcada por la idea del grupo de controlar todo el proceso artístico, desde la preproducción hasta el diseño artístico de su material. Además, Jimmy Page mantenía su rol como productor del álbum -como en todos los discos anteriores de los Zeps-, marcado por una evolución en su sonido medida de forma tan inteligente como precisa. Y es que, cuando un artista amplía su estilo con otras influencias e inquietudes, el resultado puede ser tan desastroso como inapropiado, regla que no se cumple en absoluto con este trabajo.

El disco, que se había hecho esperar casi dos años, se repartía en un total de quince canciones, con ocho composiciones nuevas y algunos descartes de trabajos anteriores. Se optaba por este tracklist tan extenso por una simple razón: los temas nuevos superaban el espacio de un LP, así que decidieron ampliar a un álbum doble, un riesgo comercial, pero también calculado para una banda de tanto éxito. Las sesiones de grabación se desarrollaron en la Granja Headley, estudio ya conocido para los cuatro, que habían forjado la magia de sus clásicos anteriores en ese mismo escenario.

La apertura del doble vinilo llegaba con Custard Pie, uno de los grandes homenajes al blues que habían sido tan característicos en la trayectoria de la banda, con los clásicos del Delta del Mississippi en el retrovisor. The Rover, pieza acústica reconvertida a eléctrica y rescatada de las sesiones de su anterior disco, continuaba el espectáculo hasta meternos de lleno en In My Time Of Dying, otro retazo de buen blues de más de once minutos de duración, cerrado con una improvisación que reafirmaba una vez más el talento de los cuatro músicos. De hecho, todos aparecen acreditados como autores del tema. Al cambiar la cara, nos encontramos con el riff contagioso de Houses of The Holy, título de su anterior disco que no había pasado el corte entonces, pero que ahora se incluía como homenaje a aquellos "santos lugares" donde Led Zeppelin había tocado.

Trampled Under Foot, un tema tan funky en la línea de bajo como sexual y bluesero en su letra (no en vano bebía del Terraplene Blues de Robert Johnson), preparaba el camino al cierre del primer disco: un monstruo titulado Kashmir. El tema comprendía más de ocho minutos influenciados por un viaje de Page y Plant por Marruecos que tardó alrededor de tres años en cristalizar en este crescendo de ritmo atípico orquestado por John Paul Jones. La épica y la fastuosidad aparecían en mitad del disco para señalar uno de sus puntos clave.

En el segundo vinilo de Physical Graffiti, el sintetizador de Jones abría fuego en In The Light, donde Page daba la réplica valiéndose de un arco de violín para arrancar lamentos de su guitarra. El folk instrumental Bron-Yr-Aur y el guiño a Neil Young de Down By The Seaside (dos descartes de discos anteriores) daban paso a Ten Years Gone, donde Page sacaba todo su abanico de guitarras y construía un tema tan complejo como fascinante. La mano de Jones en la composición de Night Flight tenía su contestación en el trallazo de The Wanton Song, con la presencia una vez más de los pesados riffs de guitarra y la crudeza característica de la banda. Quedaba tiempo aún para un rato de diversión y rock clásico con Boogie With Stu (titulada así por la presencia de Ian Stewart, cuyo piano habíamos escuchado ya en Black Dog), seguido del acústico Black Country Woman, que había sido grabado en el jardín trasero de MIck Jagger. El disco cierra con Sick Again, un coqueteo con el glam rock que ofrecía otro atisbo de los Zeps en el gran mosaico musical del álbum.

Toda la obra se redondeaba con una portada de edificio de apartamentos en Nueva York en la que los huecos de las ventanas se podían rellenar con varias láminas, para contar diferentes historias y montar, por ejemplo, el título del disco a través de los espacios en blanco. El remate perfecto para un trabajo que, con cuarenta años a sus espaldas, sigue dando lecciones a cualquiera que intente emular lo salvaje y majestuoso que puede llegar a ser el rock. Un hecho fácil de comprobar gracias a la reciente reedición del trabajo en diferentes formatos, que golpeará con tanta fuerza como en 1975.

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