Adiós a Carmen Morell, gran voz de la copla
Formó pareja con Pepe Blanco, que la maltrataba.
Tarde, nos hemos enterado del fallecimiento de una de las más grandes intérpretes de la copla, Carmen Morell, el pasado martes 27 de enero. En la residencia Ballesol, de Valencia, donde llevaba ingresada cinco años. Padecía demencia senil. Aun así, algunas tardes alegraba a sus compañeros con alguna de las coplas que le hicieron muy popular, allá por los años 50. Caso de "Me debes un beso", "Amor que vienes cantando", "Pregonera de España", "Bombón", "No me lo quites hermano", "La lumbre de tu cigarro"…
Nacida en Barcelona el 13 de febrero de 1923, se llamaba Rosa Ferrando Galiana, hija de un albaceteño que trabajaba de descargador en el puerto de la Ciudad Condal, y de una valenciana. Comenzó a cantar con dieciséis años, imitando a Concha Piquer. Tenía una bella y potente voz, de resonancias líricas; de ahí que en su repertorio llevara números de zarzuela. Un agente de espectáculos la bautizó artísticamente con el sobrenombre definitivo de Carmen Morell. De gira por Andalucía con uno de aquellos espectáculos de variedades que tanto abundaron durante la postguerra un avispado empresario la instó a formar pareja con un cancionero que por entonces, año 1946, ya empezaba a destacar con algunas coplas, como El farolero y El gitano señorito. Se trataba del riojano Pepe Blanco. No hay que olvidar que en aquella época triunfaba un dúo flamenco formado por Lola Flores y Manolo Caracol. Luego la idea de aquel promotor de espectáculos llamado Manuel Taramona no andaba desencaminada. Cierto es que la primera función que estrenaron Carmen Morell y Pepe Blanco titulada Alegrías 1946, con libreto de Antonio Quintero y Rafael de León musicado por el maestro Manuel Quiroga no tuvo el éxito apetecido en su estreno en el madrileño teatro Infanta Isabel. Tampoco les fue bien la gira por provincias. Debían ocho mil pesetas a la compañía, constituidos ambos en empresa, cuando a punto de concluir la desastrosa tournée alcanzaron un éxito inesperado en Vigo. Amortizadas las pérdidas, a partir de entonces y hasta 1960 fueron una pareja popularísima en toda España, rivalizando con la ya mentada líneas atrás, y ganando una fortuna. Más él que ella, pues así constaba en los contratos. Algo injusto, sin duda.
Los espectáculos de Carmen Morell y Pepe Blanco eran presentados con un gusto exquisito por los mejores teatros de España, aunque dada su enorme notoriedad tenían también que acudir a pueblos, a veces sin tener un escenario debidamente acondicionado e incluso sin camerinos, teniéndose que cambiar de vestuario en lugares poco propicios, llámense corrales o malolientes retretes. Pero esa era la España de la postguerra. Y ellos ganaban mucho dinero. Carmen exhibía lujosos modelos de primeras firmas. Y Pepe, de etiqueta, demostraba con su voz recia, varonil, que era uno de los mejores cantantes del género. Si él entusiasmaba a las féminas, ella resultaba atractiva y elegante. Así es que a sus espectáculos acudían matrimonios felices de escucharlos. Por problemas anteriores con sus respectivas casas de discos no pudieron grabar al alimón ninguna de sus canciones hasta 1949. A partir de entonces sonaban en la radio a todas horas. Era natural que fueran captados por el cine. Su primera película, de 1950, fue La mujer, el torero y el toro, basada en la novela de igual título de Alberto Insúa. La segunda fue la más taquillera de las tres que protagonizaron: Amor sobre ruedas. Pepe Blanco era un castizo taxista, que canturreaba amenizando los trayectos por las calles de Madrid, y Carmen Morell una afamada estrella de la canción triunfadora en América que regresaba a España. Eso sucedía en 1954 y tres años más tarde rodaron su último filme juntos, Maravilla, donde él interpretaba un airoso pasacalle, "Madrid tiene seis letras".
Hasta entonces la pareja procuraba llevarse bien, dentro y fuera del teatro. Se les ocurrió incluir en sus espectáculos unas jotas de picadillo, en las que uno y otra se echaban en cara algunas divergencias, lo que era muy del agrado del respetable. Aunque él estaba casado y tenía dos hijos, dado que las giras eran muy prolongadas y tardaba en volver a su hogar, teniendo asimismo en cuenta su aire de chuleta y seductor, no parece extraño que fuera conquistando poco a poco a su compañera de trabajo. Y Carmen Morell cayó en las redes amorosas que le iba tendiendo el tunante. Creyó ella en algún momento que él podría dejar a su mujer, Rosa Sistiaga, para siquiera vivir juntos, que no casados, habida en cuenta que en ese tiempo no existía en España el divorcio. Pero el riojano le hizo ver que nunca se separaría de su legítima. Coincidió ello, tras varios años de convivencia, en que él bebía más de la cuenta, lo que trascendía en el escenario pero es que, además, llegó a levantarle el brazo, a maltratarla, según me confesó la artista catalana. Y en 1960 se dijeron adiós para siempre: "En realidad Pepe y yo nunca nos llevábamos bien, no nos entendíamos. Nos hicieron después muchas ofertas. Contratos millonarios si aceptábamos volver. Pero ninguno de los dos aceptó, sobre todo yo. Ni nos volvimos a ver, ni nos llamamos por teléfono ni nos escribimos carta alguna".
A Pepe Blanco, cantando ya en solitario, le fue mejor que a ella. Quien actuó en otros espectáculos y grabó discos, pero sin la resonancia de antes. Encontró en 1961 a un antiguo militar, Gustavo Gutiérrez Quiñones, que se convirtió no sólo en su representante sino en su marido. Enviudó en 1994. Y su voz se fue apagando, hasta retirarse a las puertas del nuevo siglo. Fue una gran intérprete de la canción española y una gran dama en todos los sentidos. Probablemente amargada desde que dejó de cantar con Pepe Blanco, sintiéndose engañada por él así como injustamente tratada y valorada, según nos pareció apreciar la última vez que nos vimos en Valencia, donde residió desde su matrimonio.
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