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Teatro de la Zarzuela

La intrascendencia, ese placer

Un doble programa compuesto por una comedia musical de Gershwin y una opereta del maestro Alonso certifica que la ligereza puede ser un arte.

Un doble programa compuesto por una comedia musical de Gershwin y una opereta del maestro Alonso certifica que la ligereza puede ser un arte.
Momento de la función

Se ha convertido en costumbre del Teatro de la Zarzuela el incluir en sus temporadas emparejamientos de obras, sesiones compuestas por dos títulos que por sí solos resultarían breves e insuficientes. No solo contribuye este sistema a que la velada resulte más amena: también permite crear nexos, a veces obvios –el ambiente circense, como en Black el Payaso/I Pagliacci-, a veces inesperados –la recreación del Madrid de las pinturas de Amalia Avia en Los amores de la Inés/La verbena de la Paloma-. Ambos programas dobles fueron vistos el año pasado, y solo el segundo lograba el ansiado equilibrio, ese que da nuevo significado a obras ya conocidas.

Actualmente podemos disfrutar –y en seguida se entenderá el sentido del verbo- de un título de George e Ira Gershwin nunca estrenado en nuestro país, Lady, be good! (1924), acompañado de una opereta de Francisco Alonso, con letra de su colaborador habitual, José Muñoz Román, y que no se había representado desde su puesta de largo: Luna de miel en El Cairo (1943).

Momento de la función

El hilo conductor de la propuesta, cuya dirección escénica corre a cargo de Emilio Sagi, es, por un lado, el lado jazzístico de ambas partituras, y por otro, el hedonismo teatral, la excelencia de la música frente a la irrelevancia del argumento. Se persigue, ante todo, el gozo del público.

Ese público acoge con suspicacia la primera obra, con una trama de enredos amorosos, confusión de identidades y repartos de herencias, cómico y sofisticado, al estilo de los relatos de P.G. Wodehouse. No están los asistentes de este Teatro acostumbrados a obras enteramente en inglés –gran parte del reparto es nativo de esta lengua-, alejadas además de los musicales norteamericanos actuales: aquí hay un número musical cada cinco frases. No obstante, la exquisitez de los Gershwin –y algún guiño hispano en el libreto- se hace con cualquiera.

Con la segunda parte resulta todo mucho más fácil: hablada y cantada en español, con la melodía siempre atractiva del maestro Alonso, Luna de miel en El Cairo tiene lo mejor de la zarzuela tardía –los diferentes estilos, el fox-trot al lado del pasodoble, o esa famosa marchiña, "Tomar la vida en serio", si bien no es el número más lucido- y lo peor de la revista, género en el que también se la puede enmarcar. Hay tontorronas referencias castizas, tiples descaradas y el consabido mariquita secundario, a todas luces ya caduco, pero que sigue haciendo despertar el mecanismo de la risa en la audiencia más veterana. Unos intérpretes de altura –con damas como Ruth Iniesta y Mariola Cantarero, ésta más hilarante que nunca- ayudan a relegar esos enervantes detalles.

Sagi acostumbra a desnudar escénicamente sus títulos para, libres de artificio, realzar el valor de la música: memorable fue aquella Luisa Fernanda en el Teatro Real, con unos decorados casi minimalistas. No es este el caso: un hotel de los años 20, un local de ensayos, las pirámides de Egipto consiguen llevarse bien con las lentejuelas, el marabú y las enérgicas coreografías -¡ese número de claqué!-, elementos estos poco habituales en estas tablas. Todo al servicio del puro entretenimiento. Al día siguiente recordaremos lo agradable que fue la experiencia. Y con eso basta.

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