Llamó mi atención una esquela publicada en ABC el pasado 2 de enero donde se notificaba que al cumplirse los ciento veinticinco años de la muerte de Julián Gayarre su familia y la Fundación que lleva su nombre invitaban a recordarlo con una Santa Misa en su memoria. No es habitual cuando ha transcurrido tanto tiempo y sus descendientes pertenecerán a la quinta, sexta generación, y por ello me conmovió el gesto. Por otra parte merecido pues fue el mejor tenor español de su tiempo con fama acreditada en los mejores escenarios operísticos del mundo.
Por otra parte preciso es evocar que Sebastián Julián Gayarre pertenecía a una modesta familia navarra del pueblo de Roncal y hubo de trabajar en el campo a temprana edad. Su padre le instó a que eligiera: labrador en el terruño o pastor de cabras en la montaña, decidiéndose por la última opción. Tenía trece años. Con dos o tres más, creyendo don Mariano, su progenitor, que tendría mayor porvenir se fue con él a la capital, Pamplona, a la quincallería de un conocido suyo, quien lo tomó de aprendiz, para vender cintas y puntillas. Duró poco en ese puesto porque un día se embelesó contemplando el paso de la banda de música de un Regimiento y el patrón lo echó de su negocio. De allí, el rudo navarro entró en una herrería de Lumbier. Dando martillazos al yunque dióle por cantar jotas (como ya hacía en solitario cuando pastoreaba en los valles) con la admiración de sus compañeros, que lo animaron a que se inscribiera en el Orfeón pamplonés.
Así lo hizo, abandonando al poco tiempo la fragua y recibiendo clases de canto y música de quien sería su primer maestro, Conrado García, quien creyó nada más escucharlo que estaba ante una voz privilegiada; que debería pulir, estaba claro. El encuentro en aquel Orfeón con el sacerdote y eminente compositor Hilarión Eslava, que era del pueblo de Burlada y conocía al director posibilitó que la joven promesa del bel canto estudiara en Madrid con una beca de cuatro mil reales. Como la cantidad no era lo suficiente para supervivir en la capital de España, el mozo hubo de componérselas para obtener otros ingresos, en giras con un amigo cantando zarzuelas por los pueblos. No sin más sacrificios, se trasladó a Italia, recibió intensas clases de canto y así pudo por fin obtener la oportunidad de encabezar el elenco de una ópera, Elixir d´amore. Ese mismo día, 20 de septiembre de 1869, en su camarín del teatro de Varesse, había recibido un telegrama donde le notificaban la muerte de su madre. Cuando cantaba "Una furtiva lágrima", el público, que se había enterado de la triste noticia, lo acogió con emocionadas ovaciones.
Sería el principio de una triunfal carrera que duró veinte años de éxitos crecientes en Italia, Inglaterra, por supuesto España, Estados de Unidos y Sudamérica. Su consagración puede fijarse en la noche del 2 de enero de 1876 cantando "La favorita" en la Scala milanesa junto a la mezzo soprano Elena Sanz, la que fue ardiente amante del rey Alfonso XII. Otra señalada ocasión tuvo lugar en el Covent Garden londinense, tras cantar "Lohengrin". Un caballero de mediana estatura fue a su encuentro, y sin identificarse, le dijo simplemente: "Señor Gayarre: así soñé que fuera el personaje que usted acaba de representar. Lo felicito". Ante el lacónico halago y el gesto de extrañeza del tenor cuando se hubo marchado el visitante indagó para conocer su identidad: era Ricardo Wágner. Sorprende la anécdota, desde luego, pero así la hemos recogido de fuente que nos parece fiable.
Por cierto: en los primeros años de su carrera se anunciaba con su doble nombre de pila y el primer apellido, hasta que su antiguo maestro y paisano le recomendó apeara de las carteleras el primer apelativo. De modo que pasara a la historia como Julián Gayarre. Era de carácter tozudo, noble. Encontrándose de gira en tierras rusas, el Zar lo hizo llamar a su Palacio de Invierno para que cantara ante él. Nuestro compatriota simuló ante el enviado real hallarse afónico. Al día siguiente, el Zar, disculpándose, le hacía saber por carta que le rogaría encarecidamente pudiera complacerle, si su garganta lo permitía. Ante el cambio de actitud, Gayarre, cedió. No aceptaba imposiciones de nadie.
Otra anécdota suya lo sitúa en Madrid, paseando con un amigo al anochecer cuando se dieron de bruces con unos músicos callejeros a los que ningún transeúnte hacía caso. Se acercó a ellos el tenor y se dispuso a dar un recital de quince minutos con su poderosa, bellísima voz, que atrajo en ese espacio de tiempo a un buen número de curiosos, quienes "se rascaron el bolsillo" cuando el propio Gayarre y su amigo, sombrero en mano, les invitaron a ello para entregar lo recogido a aquellos humildes violinistas. Dos decenios, apuntábamos, duró la carrera operística del inmenso tenor navarro, con un repertorio de sesenta títulos, entre los que sobresalieron sus grandiosas interpretaciones en "La Gioconda", "Meyerbeer", "El Profeta", "Los Hugonotes", "Il puritani", “La africana”, “Tanahäuser”, “Lucía de Lamermoor”, “Un ballo in maschera”…
La noche del 8 de abril de 1889 en el Teatro Real de Madrid su voz se quebró de repente al dar un sí natural. "Esto se acaba", comentó a sus allegados. Eran tiempos de angustia por una aguda epidemia del llamado "dengue", una gripe que causó muchas pérdidas humanas. Julián Gayarre fallecería en su domicilio cercano al Teatro Real el 2 de enero de 1890, justo una semana antes de haber cumplido cuarenta y seis años.
Poco se sabe de su vida íntima, que él ocultó a la curiosidad pública. Interesada la ciencia médica y no pocos aficionados a la ópera por saber cómo podía articular sonidos tan bellos e inusuales, un doctor extirpó la laringe al cadáver y tras su estudio dictaminó que presentaba una deformación en la cuerda izquierda, lo que para el tenor navarro constituía una ventaja. La laringe se encuentra depositada en la Casa-Museo sita en el pueblo de Roncal. En el cementerio descansan sus restos, bajo un mausoleo obra de Mariano Benlliure. Tres películas se estrenaron sobre su vida. La primera, de 1932, interpretada por Pepe Romeu; la segunda, que es la mejor, con Alfredo Kraus de protagonista en 1959, en tanto hubo una tercera, más discreta, con José Carreras, fechada en 1986. Y, a propósito: no se tiene constancia de que exista recogida la voz de Gayarre en ninguna grabación de las que parece existían ya en su tiempo.