Sin duda, Carmen es una de las óperas que más se presta a la experimentación. La figura universal de la seductora cigarrera y la dúctil y siempre maravillosa música de Bizet han dado paso a proyectos dispares como un musical de afroamericanos –Carmen Jones, primero sobre las tablas y luego en el cine- o un ballet flamenco –el que inmortalizaron Saura y Gades-. Frente a estos, una versión de la obra con libreto enteramente en nuestro idioma e introduciendo diálogos no parece tan arriesgado, teniendo en cuenta las raíces hispanas de la partitura y de la historia, ¿o sí?
La idea ya viene de lejos: en 1887 se estrenó en este mismo teatro. Por entonces no era algo singular la adaptación de libretos extranjeros; de hecho, uno de los motivos del origen de la zarzuela es la necesidad de un género lírico que fuera accesible para el público español. La directora de escena, Ana Zamora, y Saúl Aguado se han encargado de readaptar el texto de entonces. No es sencilla la tarea: había que conservar el sentido original, encajar la métrica y huír del ripio. Sustituir ‘toreador’ por ‘torero’ en la célebre marcha descoloca al espectador, pues queda una sílaba ausente, por poner un ejemplo, pero en líneas generales es un trabajo esforzado, modélico.
¿Qué ofrece esta Carmen, al margen de este detalle, al que uno se acostumbra pasados unos minutos? No poco: una relectura completa del mito, huyendo de los tópicos. Carmen ya no es la villana que manipula a los hombres, sino una mujer fuerte en pleno ejercicio de su libertad. Cada acto está ambientado en una época histórica –de la original de la historia hasta nuestros días-, y cada uno de los mismos viene prologado por frases de grandes españolas que lucharon por serlo: ahí sale Mariana Pineda pero también Emilia Pardo Bazán.
Hay, por tanto, una intención sincera de hacer una nueva Carmen. La ópera, ahora zarzuela, gana con algunas de estas innovaciones pero pierde con otras. La escenografía, compuesta de arcos y una escalinata, apenas cambia en tres horas. Es esta una costumbre que ha adquirido el Teatro en los montajes recientes. Aquí contribuye a la monotonía y al inmovilismo que embarga la parte central de la obra. Por su parte, la música de fondo empaña los diálogos en más de una ocasión –aunque la dirección de la taiwanesa Yi-Chen Lin, que se estrena en este coliseo, es ejemplar-. Los actores saltan al patio de butacas en más de una ocasión, pero esto no pasa de la anécdota colorista. Hay un enorme nivel en el coro, también en el infantil –los Pequeños Cantores de la JORCAM-. María José Montiel, ya curtida en otras ‘Cármenes’, va ganando según avanza la función y resulta mejor cuando se desmelena. Eso sí, muy sensual no resulta, y es que este género nuestro es tan poco dado a erotismos… El Don José de José Ferrero resulta engolado y nada arrebatador, lo cual concuerda perfectamente con esta nueva tesis que nos plantean: ninguno de los hombres que luchan por Carmen se la merecen. Otra mujer fuerte del equipo artístico es Sabina Púertolas, que encarna a Micaela, hermanastra de Don José, y que a la postre es la mejor sabe combinar el registro musical y el interpretativo. Una opción recomendable, en su conjunto, pero esperemos que superada por los próximos títulos programados esta temporada.