Tal día como este 23 de agosto pero hace justo 20 años se publicaba Grace, el primer disco de un artista no demasiado conocido en aquel momento, Jeff Buckley, a pesar de ser hijo de un ilustre cantautor de los 70: Tim Buckley.
Grace pasó bastante desapercibido en las tiendas, consiguió unas ventas modestas y sólo llegó al puesto 149 del Billboard en los EEUU. Uno de sus singles, Last Goodbye, se situó en el 19 de la lista de sencillos, lo que tampoco supone un éxito arrollador. Sí tuvo una recepción excelente entre la mayoría de los críticos, que lo elogiaron de forma casi unánime.
Dos años y medio después de lanzar su disco –en mayo de 1997- Jeff Buckley sufría una de esas muertes estúpidas que en ocasiones nos hacen sorprendernos: se lanzaba a nadar en el Mississippi –según otras fuentes en un afluyente de éste, el Wolf River- para desaparecer súbitamente, según cuentan mientras cantaba el clásico de Led Zeppelin Whole lotta love.
Se repetía, por cierto, la historia trágica de la familia, ya que su padre también murió muy joven, aunque en el caso de Jeff la muerte no estuvo, como en el del primer Buckley, relacionada con las drogas y el alcohol.
Un disco excepcional
Por supuesto -el mundo del rock es así- después del trágico final de Buckley, Grace se fue revalorizando año tras año y haciéndose más y más popular. Está claro que la muerte del artista tiene muchísimo que ver con el éxito comercial que ha tenido el disco durante años -su edición original ha acabado superando los dos millones de copias-, sin embargo es más difícil saber qué porcentaje del prestigio y el aura que rodean a este clásico se debe a la tragedia y cuál a su propio valor.
Sobre todo porque, al fin y al cabo, el disco es excepcional, tal y como ya apuntaban la mayor parte de las críticas tras su lanzamiento y antes de que Buckley falleciera. Y lo es por varias razones que vamos a apuntar.
La primera, no necesariamente por orden de importancia, es la estupenda voz de Jeff Buckley, muy personal, muy amplia de registro, llena de sentimiento y emoción. Buckley no sólo canta bien, sino que tiene algo que algunos pensamos que es lo mejor que puede tener un cantante de pop/rock: bastan escuchar dos versos de cualquier canción para reconocerlo inmediatamente.
La segunda es la excelente banda de músicos de la que se rodeó para grabar Grace, un grupo compacto, muy efectivo, rockero y acústico al mismo tiempo, capaz de sonar muy contundente y muy delicado con sólo unos segundos de diferencia. Con la formación más clásica –cantante, guitarras, bajo y batería- logran darle una vuelta de tuerca a un tipo atemporal de rock para sonar frescos y originales como si acabaran de inventar un estilo que llevaba ya décadas sonando –y siendo explorado- en todo el planeta.
La tercera podría ser, sin duda alguna, la excelente producción del trabajo, sorprendente para un primer disco y más sorprendente aún si tenemos en cuenta que el propio Buckley fue uno de los productores, eso sí junto al mucho más experimentado Andy Wallace, todo un creador de éxitos al que sin duda se debe parte de la excelente factura del disco.
Por último, pero para mí lo más importante, el gran secreto de Grace es sin duda la increíble habilidad de Buckley para ese aparentemente sencillo arte de crear canciones de rock. Una maestría que, de haber podido desarrollar en una carrera más larga, sin duda le habría colocado a la altura de alguna de las grandes estrellas de la historia de la música popular.
Canciones como Grace, So real y, sobre todo, Lover you should’ve come over -¿la mejor canción rock de los 90?- son pruebas incontestables de una maestría en la composición que supone que, con este único disco terminado, Buckley merezca un lugar de oro en la historia del rock.
Grandes versiones
Por si esto no fuese suficiente, Grace nos reserva dos pruebas de otra gran habilidad que, al fin y al cabo, es también esencial dentro de este arte que llamamos música rock –y que tan pocas veces, por cierto, alcanza esa categoría artística-: la capacidad de convertir las canciones de otros en propias.
La más conocida muestra es la versión que se incluye en Grace de Hallelujah, el clásico de Leonard Cohen que le debe parte de popularidad, precisamente, a esta interpretación llena de sensibilidad y tan sencilla como impactante. La versión es tan definitiva que corre la especie –aunque no he podido confirmarla- de que al oírla el propio Cohen se comprometió a no volver a cantar la canción nunca más. Si no es cierto, la verdad es que podría serlo.
La segunda versión es Lilac Wine, otra canción tranquila y un poco triste que cantada por Buckley cobra un lirismo y un aire nostálgico muy especial. Escrita para un musical de los 50 ha sido cantada por Nina Simone, Elkie Brooks y, cuidado, Miley Cyrus. Comparen ustedes mismos versiones.
No podemos saber qué habría hecho un Jeff Buckley más maduro y con más experiencia, después de su muerte se ha publicado mucho material, pero nada que el propio artista considerase terminado y que, por tanto, podamos comparar con Grace.
Sólo sabemos, eso sí, el impacto que este disco ha tenido entre el público y también entre artistas tan distintos como miembros de Muse, Radiohead o David Bowie, Bob Dylan, Paul McCartney, Morrissey, o los Led Zeppelin Robert Plant y Jimmy Page.
En definitiva, en pocas ocasiones un primer disco se convierte en un clásico y, sin duda alguna, una de ellas es este Grace, la obra maestra que un genio nos dejo antes de irse demasiado pronto.