Bob Dylan es el mejor escritor de canciones de todos los tiempos. Se le podrá criticar como compositor de melodías y como vocalista, y también señalar que algunos de sus discos ochenteros son, como mínimo, mediocres. Pero nadie ha producido tanto y tan bueno como él. Los términos "cantidad" y "calidad" confluyen con generosidad en el cantautor de Duluth en numerosísimas ocasiones, de una forma dispar, innovadora y -casi- siempre fluida, e insisto: a su cancionero y a su discografía me remito.
Un ejemplo: el Highway 61 Revisited, de 1965. Ya en su trabajo anterior, Bringing it all back home, Dylan decidió poner una bomba en el folk tradicional, el de la guitarra acústica, el banjo y la canción protesta, y maquillarlo con letras más mundanas, guitarras eléctricas, armónicas anárquicas y ritmos más bailables. El sonido del mercurio, lo llamó. Por ello, durante una actuación de Dylan en el Festival de Folk de Newport de 1965, Pete Seeger, sumo sacerdote folkie y comunista, quiso cortar los cables del equipo de música con un hacha. Por el mismo motivo, tampoco fueron pocos quienes tildaron al de Duluth de "Judas" y "traidor".
Highway 61 Revisited arranca con la que es, según la revista Rolling Stone, la mejor canción de rock de todos los tiempos: "Like a rolling stone". La rabia hecha himno. Dylan desprecia a una princesa que ya ha dejado de serlo, que se acostumbró a reírse "de todos los que estaban hundidos", que cabalgó "sobre el caballo cromado" de un diplomático, pero que desembocó en "una completa desconocida", en un "canto rodante". No hay un riff de órgano más icónico en toda la historia del rock que el que emplea Al Kooper en esta pieza. Sus más de seis minutos de duración se pasan volando -un discurso parecido emplea Dylan en "Queen Jane Approximately", la sexta canción del LP.
"Tombstone Blues" encadena una sucesión de escenas surrealistas bajo un estribillo que huele a escena familiar dickensiana. Por la canción que da nombre al disco, "Highway 61 Revisited", pasan más personajes que en San Camilo 1936, de Cela. En "Just like Tom Thomb's Blues", Dylan nos sitúa en Ciudad Juárez, en Pascua, y por donde circulan mujercitas que fuman y autoridades corruptas. Todo ello, regado con sustancias químicas: "Empecé con el Borgoña / pero pronto pasé a cosas más fuertes (…) ahora vuelvo a Nueva York, / creo que he tenido suficiente".
Finalmente, conviene destacar "Desolation Row", un cantar de gesta triste y literario, la pieza más 'clásica' del trabajo, y "Ballad of a thin man", un retrato crudo de un hombre fracasado, Mr. Jones, en el que aparecen, como visiones, un enano con un ojo, un tragador de sables y un payaso.