Este próximo martes se cumplirá el centenario de uno de los más grandes intérpretes españoles de música popular, que triunfó rotundamente en Francia, donde vivió gran parte de su vida: Luis Mariano.
Luis Mariano González García nació en Irún el 12 de agosto de 1914. En casi todas las biografías figura 1920 como el año en que vino al mundo. Pero la verdadera fecha creemos es la que indicamos al principio. ¿Por qué ese embrollo? Consultamos a sus biógrafos, Alberto López Echevarrieta, por un lado y por otro, Edward Rosset cuyos trabajos se publicaron bastante tiempo después del fallecimiento del gran tenor. Y ambos coinciden, junto con otros investigadores posteriores, en que fue su madre quien manipuló esa fecha sirviéndose de su amistad con un viejo párroco, trastocando los primitivos documentos. ¿Por qué lo hizo? Para evitar que su hijo, en edad de ser reclutado, lo movilizaran al comienzo de la II Guerra Mundial. Aceptamos esa teoría. Pero a la vez nos viene a la memoria la entrevista que en su día hicimos al propio Luis Mariano, quien nos habló del tiempo en que estuvo en la contienda: "Hice la guerra un año, en la última batalla de Estrasburgo. Me llamaban mucho para cantar en el frente". ¿En qué quedamos, entonces? Dejémoslo ahí…
Toda la familia González huyó a Francia cuando su casa de Irún quedó destruida durante la guerra civil española. Primero se instalaron en la vecina localidad fronteriza de Hendaya y luego en Burdeos, donde Mariano, que es como familiarmente siempre fue llamado, estudió en el Conservatorio de Música. En 1944 debutó como tenor de ópera en el Palacio de Chaillot de París. Y al año siguiente es cuando comenzó a dedicarse a la opereta, género que cultivó ya toda su vida. Quien le proporcionó sus más sonados éxitos fue un dentista vasco nacionalizado francés, Francis López, entre ellos "La Bella de Cádiz", "Andalucía" (donde cantaba "¡Olé, torero!" y "El botijero"), "El cantor de México" (con números tan aplaudidos como "México", "En Acapulco", “Ruiseñor” y “Maitechu”), “El Príncipe de Madrid” (allí desempeñó el personaje de Francisco de Goya), y “La carabela de oro”, que fue su último espectáculo, ya enfermo, en 1969.
Si sus sonados triunfos los obtuvo en el teatro Châtelet de la capital gala, convertido en centro de la opereta francesa, donde pasaba temporadas consecutivas, y asimismo en sus giras por toda Europa (también las hizo por Estados Unidos e Hispanoamérica), no hemos de olvidar su filmografía, compuesta por veintitantos títulos, casi todos rodados en estudios franceses, exceptuando cuatro en España, que son los que contribuyeron aquí a aumentar su popularidad: "El sueño de Andalucía", de 1950, "La Bella de Cádiz", de 1952, "Violetas imperiales", del año siguiente, todas ellas junto a Carmen Sevilla, teniendo en la cuarta, de 1954, "Las aventuras del barbero de Sevilla" a Lolita Sevilla como estrella femenina.
Luis Mariano estuvo enamorado de Carmen y le pidió matrimonio. Ella, según nos confesó, rehusaría con la mayor delicadeza aquella petición para no herirlo. No creyó que fuera el hombre adecuado. En España, siempre se le consideró homosexual y era motivo de chanzas cuando visitaba nuestro país. Todavía recuerdo la entrevista que le hicieron dos reporteros bien conocidos, Yale y Tico Medina, con preguntas de doble sentido acerca de "sus gustos culinarios", como escribían. Y en los lugares donde actuaba, de vez en cuando surgía una voz insultante llamándolo a gritos "¡maricón!". A lo que nadie ponía reparos era a su extraordinaria voz, salvo algunas veces en las que, precisamente en su tierra vasca, le echaron en cara que cantase con micrófono.
La popularidad de Luis Mariano en Francia fue muy grande, gozando de la admiración popular y la amistad de sus más grandes compañeros, como Maurice Chevalier y Edith Piaf, que lo adoraban. Él mismo ayudó cuanto pudo a jóvenes intérpretes que se abrían paso en el mundo de la canción, como el luego célebre Gilbert Bécaud. ¡Qué pena que en España fuéramos tan injustos con él…! Porque nunca quiso nacionalizarse francés por mucho que el propio Presidente de la República se lo pidiera. "Hay dos cosas que sólo puedo hacer en español –me confesó en la única oportunidad de entrevistarlo que tuve-, y son contar números y rezar".
En su abundante discografía hay registradas canciones de contenido popular y folclórico, entre boleros, rancheras, valses, pasodobles y sus números de operetas y comedias musicales. Entre más de un centenar de títulos, valgan éstos a modo de botón de muestra: "Amapola", "La paloma", "Malagueña", "Valencia", "Dama de España", "Granada", "Clavelitos", “Bésame mucho”, “Cielito lindo”, “Amor, amor”, “Un poco más”, “París, te amo”, “C´est magnifique”… Con Gloria Lasso formó una fugaz pareja artística en 1957 cuando grabaron "Canastos" y "Amor no me quieras tanto".
Falleció el 14 de julio de 1970. Se comentó que su muerte se precipitó tras seguir un severo régimen de adelgazamiento y someterse a una intervención quirúrgica para rejuvenecer su rostro. Descansa en su tumba del cementerio de Arcangues, en la frontera hispano-francesa, donde nunca faltan flores de quienes lo recuerdan. En ese pueblecito tenía su chalé (aunque vivía casi todo el año en París), al que puso por nombre "Mariano´ko-etxea" (La casa de Mariano). Fui al año siguiente de su desaparición al homenaje que se le tributó, advirtiendo que era el único periodista español presente. Y pude leer en la fachada posterior de aquella preciosa vivienda campestre esta leyenda que Luis Mariano mandó inscribir: "Sólo el final es el que cuenta".
Su gran fortuna la repartió entre su hermana María Luisa, con la que apenas se hablaba y su ahijado, el hijo de su administrador, Patxi Lacán, que además fue siempre su hombre de confianza que se ocupaba desde su vestuario hasta de tener a punto cualquiera de sus coches. Tenía siete, según me había confesado. Bromeé: "Para cada día de la semana". Luis Mariano, pese al tiempo transcurrido de su desaparición, no ha sido olvidado por muchos de sus admiradores. En Francia, sus discos continúan reeditándose, pero no aquí donde se encuentran con dificultad. Así somos a veces con nuestros compatriotas, por mucha fama que arrastren todavía.