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Los 82 años de Marujita Díaz

Perjudicada por sus apariciones en determinados programas de televisión, su herencia verdadera es muy distinta.

Perjudicada por sus apariciones en determinados programas de televisión, su herencia verdadera es muy distinta.
Marujita Díaz

Este fin de semana Marujita Díaz festeja su octogésimo segundo cumpleaños. Sevillana, nació el 27 de abril de 1932. En el seno de una familia modesta en la que el padre trabajaba de carpintero (con los años sería jefe de tramoya del célebre teatro Apolo de Madrid) y la madre, sirviendo en casas. Las desafortunadas apariciones de Marujita en los programas televisivos del corazón de los últimos veinte años, (a quien por cierto algunos no la han apeado aún de su diminutivo) han perjudicado su historial artístico, al punto de que las nuevas generaciones, al contemplarla ahora, muy probablemente tengan de ella la impresión de un personaje "friki", sin una biografía detrás que pueda sostener su categoría de estrella. Que lo fue. Pero no supo, o no quiso en su ocaso, mantenerse en un segundo plano. Y esa obsesiva manía por tratar de mantener glorias pasadas cuando ni el físico ni otras razones lo aconsejan la ha situado en un puro esperpento.

Marujita Díaz | Archivo

Cuando fue, sin lugar a dudas, una primerísima artista del teatro de revista, el cine folclórico y costumbrista, la canción a través de diversos géneros (desde la copla al tango, el viejo cuplé, el charlestón, la zarzuela, y la melodía romántica), claro está que hace de esto bastante tiempo, de aquel periodo comprendido entre finales de los años 40 del pasado siglo, hasta mediados los 70. Lo que vino después fue para ella un paulatino desgaste, físico y artístico, hasta el presente, inasequible al desaliento en cuanto la invitan a acudir a un programa de chismorreos. Al que acudirá siempre que le aseguren una contraprestación económica, que a ello no renuncia. Y eso, siendo la folclórica que más patrimonio ha reunido en su carrera, consistente en propiedades inmobiliarias y, sobre todo, valiosísimas joyas que, prudente, guarda en la caja fuerte de una entidad bancaria. Siempre fue así. Mediados los años 60 le pedí una entrevista: "Te la concedo –respondió- si me aseguras una portada". Treinta años más tarde la convoqué para una serie radiofónica de estrellas copleras: "Si me pagas bien, de acuerdo". Nadie de su generación me hizo jamás ese desprecio, ni se comportó con tales exigencias económicas.

Canutas las pasó María Díaz Ruiz, así llamada, cuando arribó a los Madriles en la segunda mitad de los años 40. Ella cantaba desde muy chica. Su madre la acompañaba en calidad de "carabina", que era lo que se estilaba entonces. Para vigilar a la mocita… Tenía catorce años cuando debutó en el cine Chueca (en donde hoy florece un barrio de gays y lesbianas, por otra parte de mucha actividad en locales de ocio). Y de allí saltó al cercano Circo de Price, entonces en la Plaza del Rey, ganando noventa pesetas diarias en un espectáculo arrevistado, ella como "vedette", luciendo sus encantos, el de su pronunciado busto y el de sus piernas, no muy largas desde luego, pero atractivas. Era "Luces de Madrid". Cantaba, bailaba, tenía salero.

Y así se fue forjando Marujita Diaz, como artista revisteril, también de la canción andaluza, y actriz cinematográfica a partir de 1948. Treinta películas en su haber. Destacando El pescador de coplas, junto también a unos primerizos Antonio Molina, Tony Leblanc y Vicente Parra, año 1953; Polvorilla, El genio alegre, Pelusa, La casta Susana, La pérgola de las flores… Tuvo siempre un guiño especial en su vis cómica: aquella en la que se servía de su habilidad, moviendo los ojos, en un juego de pícara destreza. Se despediría de los platós cinematográficos con la irrelevante, espantosa cinta Deseo carnal, fechada en 1977. En TVE la recordamos por su estupendo programa Música y estrellas, de 1976. Y de los escenarios, donde dejó impronta de su simpatía y buen quehacer, con revistas musicales como Kiss me, Kate, de Cole Porter, y en su aparente jubilación en 1992, aunque fuera como estrella invitada en la compañía que encabezaba como empresaria Conchita Márquez Piquer, "Madrid, Madrid". Si luego compareció actuando en programas televisivos fue abusando una y otra vez del consabido y dichoso "play-back". O sea, moviendo sólo los labios. Porque, insistimos, siempre se resistió a una retirada digna.

El amor más turbulento que vivió fue junto a Espartaco Santoni, seductor nato, incansable "bon vivant", que no obstante su biografía de falsario y embaucador, colmó a Marujita de atenciones… y joyas abundantes. Celebraron en 1958, en Venezuela, una boda civil, que en España nunca trascendió. Cuando se instalaron en Madrid ella se hizo la primera de sus operaciones de cirugía plástica, modificando su nariz. La relación entre ambos fluctuó entre la pasión y los negocios cinematográficos, hasta que tarifaron cinco años después tras episodios de sonoras broncas, como cuando ella le estampó en la cabeza un cenicero de cristal, lo que obligó al galán a ser intervenido de urgencia en un hospital. Fue poco después, ya separados, cuando el incipiente bailarín Antonio Gades entró en la vida de Marujita. Tan rápido como se enamoraron, pasaron por la vicaría, la madrileña iglesia de San Antonio de la Florida, ella ataviada con impoluta mantilla blanca. "Nos separamos a los dos meses –me confió- y cuando quisimos separarnos legalmente para ver si obteníamos la nulidad, él se echó atrás". La causa de sus desavenencias partió de cuando Gades le pidió dinero para financiar el estreno del ballet "Don Juan" en el teatro de la Zarzuela. Se lo negaría, previendo un sonoro fracaso económico, como así sucedió. Hasta 1982 no tuvieron la nulidad. Marujita Diaz protagonizó un romance con el coreógrafo argentino Ricardo Ferrante (que dejó a su amante de entonces, la actriz María Asquerino), el modelo Gino y otros acompañantes ocasionales. Alardeaba de sus hazañas amorosas con un deslenguado y avispado cubano, Dinio García, ante las cámaras de televisión que se les pusieran a tiro.

Marujita Díaz y Sara Montiel | Archivo/Cordon Press

A Sara Montiel la ponía a caldo unas veces y otras la elevaba al altar de sus mejores amistades. Recuerdo que cuando murió la madre de la estrella manchega, ésta, que había caído en una profunda crisis depresiva, aceptó irse a vivir un mes al chalé "Piedras Blancas" de la sevillana, sito en la exclusiva urbanización madrileña de Mirasierra. Yo publiqué en exclusiva un reportaje tomado en aquella confortable mansión, donde sigue habitando Marujita, entre múltiples recuerdos de su pasado glorioso. El que, diga lo que diga, sigue añorando entre la fantasía y el delirio, ahora que ha llegado a sus ochenta y dos años. Que los disfrute.

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