Pasan los años, la gente olvida, pero en la memoria sentimental de millones de españoles todavía están registradas coplas de un ayer lejano: "El emigrante", "Su primera comunión", "Madre hermosa", "Soy el inclusero", "De polizón", "Pena mora"… Su creador llegó a registrar más de cien discos, entre los años 40 y 90 del pasado siglo, con un total aproximado de mil quinientas canciones, entre todos los palos del flamenco y un sinfín de esas coplas de acento popular. Se cumple ahora el décimo aniversario de su muerte, acaecida el lunes doce de abril de 2004, en Espartinas (Sevilla), donde el cantaor tenía un chalé con su mujer, Dolores Abril.
Eran las cinco y cuarto de la tarde de aquel día y Juanito Valderrama se disponía a merendar: un café con leche acompañado de unas magdalenas. De pronto, agachó la cabeza y se quedó inmóvil, sentado en un sillón. Un infarto había acabado con su vida. No sufrió en ese último trance. Su esposa, que se encontraba en otro lugar de la vivienda, lo halló con un semblante apacible. Fue enterrado dos días después en su población natal, Torredelcampo, provincia de Jaén. Le faltaba un mes para alcanzar ochenta y ocho años. Apenas mes y medio antes el artista había intervenido en la que sería su última actuación, en el transcurso de un homenaje en su honor celebrado en el madrileño Palacio de Congresos, en el que tomaron parte jóvenes figuras del flamenco, que interpretarían versiones de éxitos del veterano cantaor, del que nos quedó una grabación histórica, "Tributo flamenco", con la participación de Paco de Lucía, Carmen Linares, Diego el Cigala, Miguel Poveda, Arcángel, Juan Habichuela…
Juanito, al que no se le apeaba del diminutivo ni siquiera casi ya nonagenario, dijo entonces que "…cantando no me canso, pues al subir a un escenario siento que rejuvenezco". Había debutado poco antes del comienzo de la guerra civil en Madrid, en el teatro Metropolitano, en la compañía de La Niña de la Puebla, ya consagrada entonces, quien fue la que lo sacó de su pueblo, ante los ruegos del muchacho, que desertaba así del arado, de su entorno familiar campesino. Cobró entonces veinticinco pesetas al día, que no estaba mal para un principiante. Quiso entrar un día en "Villa Rosa", que era el tablao madrileño por el que desfilaban los grandes del cante, pero el dueño del local lo echó con cajas destempladas al advertir que era menor de edad.
Poco tiempo después lo contrataba para animar las fiestas nocturnas de señoritos con "posibles" entre los vapores del alcohol y juergas hasta el amanecer en compañía de profesionales del alterne. Por allí pasaron Vallejo, Antonio Mairena, Niño de Marchena, Ramón Montoya (el mejor guitarrista de la época)… Y Juanito Valderrama, que siempre quiso dignificar el flamenco. Los estudiosos del cante jondo lo criticaron mucho, caso del escritor Fernando Quiñones. En cambio, Ricardo Molina lo respetaba. Entre ambas posturas terciaría el especialista Ángel Álvarez Caballero: "Ni tanto ni tan calvo. Fue un estimable cantaor… aunque en demasiadas ocasiones derivó hacia un abuso de los vicios que menos nos gustan en el cante, como las coplas de poesía ramplona de las que era autor, los recitados lacrimógenos, el cruce y la mezcla de géneros…".
Y es que, en efecto, Juanito Valderrama mezcló en su carrera los cantes más puros con muchas coplas livianas y superficiales. Por supuesto que era consciente de ello, siendo un profundo conocedor del flamenco más ortodoxo. Y ahí han quedado para siempre sus cuatro álbumes que integran la "Historia del cuatro flamenco", fechada en 1968. "Es lo mejor que he grabado en mi vida", me dijo en una de las muchas entrevistas que le hice. Las críticas de esos "flamencólicos" (como los llamaban Pata Negra) provenían del giro artístico que dio Valderrama después de haber comprobado en 1943, cuando estuvo contratado por Conchita Piquer, que vendiendo ésta las entradas de sus espectáculos más caras que las de cualquier flamenco, pasaba más gente por taquilla y en justa reciprocidad los artistas de su elenco percibían mejores cachés que cualquier cantaor de "tablao". Y entonces supo elegir su repertorio: flamenco del puro si acudía a una reunión de cabales, a los festivales acreditados del triángulo del sur andaluz (Sevilla, Huelva, Cádiz)… y coplas aflamencadas para un público menos exigente. Y así, entre mediados aquellos tiempos de la postguerra y los que siguieron en un par de décadas siguientes, supo conquistar a millones de españoles con los títulos mencionados al principio, que ocuparon la programación de las peticiones radiofónicas de los oyentes hasta el hartazgo.
Antonio Burgos, periodista y escritor, alumbró un magnífico libro testimonial, "Mi España querida", donde Juanito Valderrama hacía repaso de su vida, de su tiempo, de la gente de su entorno. Y revelaba cómo el mismísimo Francisco Franco, en la fiesta que siguió a una cacería, felicitó al artista por "El emigrante", una canción patriótica decía, al tiempo que le solicitaba que si sería tan amable de cantarla otra vez. A mí me contó Juanito, esto: "No debió darse cuenta que "El emigrante" era una especie de canción protesta, pues la letra cuenta lo duro que era para un español irse entonces obligado de nuestro país a trabajar fuera, al extranjero, porque aquí no le era posible ganarse la vida".
Yo recuerdo a Juanito Valderrama como un hombre afable, sencillo, aunque si alguien dudaba de sus saberes flamencos y le mentaba a Antonio Mairena, introductor de una discutida escuela, se encrespaba lo suyo. Le sentó muy mal que en los fastos de la Expo sevillana del 92 no lo tuvieran en cuenta. Por lo demás, cuando dejó a su primera mujer y a sus tres hijos yéndose a vivir con Dolores Abril (con quien tuvo otros dos) lo hizo tras dejarles a aquellos toda su fortuna, alrededor de treinta millones de pesetas de mediados los 50. Y comenzó de cero. Ganó luego muchos más millones. Nada más que en el homenaje que le tributaron en la Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid, en 1994 (donde cantó, por cierto, mano a mano con Joan Manuel Serrat) se embolsó veinticuatro millones de pesetas. Era en ese sentido muy fenicio. Pero, chismorreos al margen, qué gran figura, qué artista más verdadero.