Tiene Rosana una singular presencia que, en el plano artístico, se traduce en una hermosa voz, maleable, con la que se adapta a variados ritmos. Sin duda por sus conocimientos musicales, el estudio temprano de varios instrumentos –guitarra, piano, batería- con una gran curiosidad por cuantos sonidos ha escuchado desde muy niña. Luego lo comentaremos. Pero, además, en su idiosincrasia, se encuentran perfiles muy acentuados: su extremado pudor por la vida privada, que defiende ante los periodistas, interponiendo una especie de muro cuando la entrevistan y le piden detalles, historias, anécdotas relacionadas con su intimidad.
Está en su derecho, faltaría más, y es un buen ejemplo frente a tantos otros casos de quienes en publicaciones y programas "del corazón" relatan sin rubor, con las contraprestaciones que dicta ese mercado, sus aventuras sentimentales y si les place, también sus miserias. Rosana se muestra siempre con naturalidad, sencilla, cariñosa, con su dulce acento canario y sólo pide que le pregunten por su música. Lo demás, cómo vive, y con quién, qué hace cuando se baja del escenario, cuáles son sus pensamientos sobre temas personales, lo guarda para sí. El enigma de una mujer encantadora, a la que siguen miles de admiradores. Admite que abunda más el público femenino que la sigue, probablemente porque Rosana retrata muy bien en las letras de sus canciones el siempre misterioso universo de ellas. Sus sentimientos cotidianos, sus contradicciones incluso.
Lleva ya esta lanzaroteña nacida en 1963 dieciocho años cantando, cuando ella no soñó nunca con subirse a un escenario. Pretendía únicamente componer y que fueran otros quienes dieran vida a sus creaciones. Porque dentro de ese enigma de Rosana estuvo siempre su resistencia a mostrarse en público. Si por ella fuera no saldría fotografiada en las portadas de sus discos. Siempre le gustó ser anunciada sólo con su nombre en los carteles, sin imágenes de su figura. Pero, claro, hay intereses comerciales por medio y ella ha tenido que renunciar a una parte de esos propósitos.
Cree un poco en la numerología; al menos, tiene como una especie de fetiche el ocho: pertenece a una familia de ocho hermanos, de la que es la menor; dígito que este año figura en la doble cifra que señala el tiempo que lleva en activo; su último disco es el octavo álbum de su carrera, y para titularlo, no encontró mejor leyenda que la de "8 lunas". Donde reúne dieciséis temas que, salvo la novedad de "Tormenta de arena", donde se acompaña únicamente con su guitarra, responde a su pasado musical. No necesariamente todos ellos fueron éxitos. Pero decidió grabarlos de nuevo, con otros arreglos, casi todos a dúo con distintos artistas, muchos de ellos latinos, a los que admira, pero que no conocía personalmente.
Son los casos, entre otros, del celebrado Rubén Blades, con quien registró "El talismán", o la intérprete británica Alex Hepburn, quien aceptó un dueto: es el de "¡Buenos días, mundo!", en inglés, la primera vez que la artista canaria utiliza ese idioma. El resto del variado e interesante disco, nos muestra a Rosana junto a Fito Cabrales ("Mi trozo de cielo"), el brasileño Paulinho Moska ("Lunas rotas"), Jesús Navarro de Reik ("Magia")… y amén de esos números notables de su repertorio, otro de los más celebrados, "Si tú no estás", al lado de Mario Domm. El excelente trabajo de Rosana ha tenido una buena acogida como era de esperar y ya está situado entre los álbumes más vendidos en las últimas semanas.
Rosana Arbelo goza, desde que comenzó a actuar en público a sus treinta y dos años, de una numerosa parroquia de seguidores que advirtieron a partir de su debut discográfico con "Lunas rotas" que era una cantautora distinta, con luz propia. Desde que su padre, humilde pescador, le regaló una guitarra cuando ella contaba cinco años, sintió que la música era su mayor diversión. Y en vez de juguetes, continuó recibiendo instrumentos sonoros como presentes el día de Reyes. Y a los ocho años compuso su primera canción, basada en la visita que hizo con sus compañeras de colegio a un asilo de ancianos. En su adolescencia y primera juventud llenó varios cuadernos con sus composiciones, imaginando que podrían interpretarlas Serrat, Víctor Manuel, Joaquín Sabina… Con veinte años se instaló en Madrid para proseguir sus estudios musicales. Y en 1994 ganó el Festival de Benidorm como autora de "A fuego y miel", melodía que defendió Esmeralda Grao. Para el dúo Azúcar Moreno compuso "Ladrón de amores". Dos años más tarde algunos de sus amigos la empujaron a que llevara unas maquetas con su voz a una multinacional discográfica. Y ahí empezó lo que vino a llamarse "el fenómeno Rosana". A Ana Belén le regaló ese espléndido "Talismán", que muy bien podría haberle servido también a una experta en ritmos caribeños, Gloria Estefan.
El caso es que ya es una veterana del pop, con su mosaico de temas entre el pop, el rock y el folk. No desdeña ritmo alguno. En su Lanzarote del alma aprendió a convivir con sones mestizos. Persigue no aburrir. Busca la complicidad de su público para emocionar y emocionarse, transmitiendo mensajes sencillos, preferentemente los que escucha de la gente con la que se cruza en las calles. La ternura es su mejor tarjeta de visita. Le gusta vestir con ropa cómoda, blusas amplias, camisetas, pantalones deportivos. Si fuera posible iría siempre descalza. Y nada le encantaría más que actuar así en público, como aquella Sandie Shaw inglesa que uno conoció luciendo sus enormes pies desnudos.
En sus escasos devaneos periodísticos contando su ayer familiar, ha dicho que sigue teniendo presente la desaparecida figura paterna, que no llegó a conocer el éxito de Rosana. Acepta la popularidad a regañadientes. Le gustaría más pasar siempre inadvertida y que sólo el público la reconociera por su voz.