Acaba de estrenar medio siglo de vida y mantiene un envidiable físico: estilizada, con su moreno atractivo, el "sexy" de quien lleva sangre calé por parte de padre y con el arte que recibió de éste y sobre todo de su madre. Es Rosario una cantante que no vive de las rentas de su apellido Flores, ni quiere estancarse en un estilo concreto, pues en cada disco que graba trata de renovarse. Mas, aunque se ha movido en una onda tan variada como la balada, la melodía romántica, el bolero, la bossa-nova, la salsa, el gypsy-funky, el pop-rock... ella vuelve siempre a la rumba, que funde con sonidos negros, el soul, el rhythm and blues... Es lo que se escucha en su reciente álbum, que para no complicarse la vida lleva por título el de su nombre propio. Lo grabó en Miami, con nuevo productor, para ofrecer a sus seguidores otro aire, otros sones.
Aunque a nosotros nos parece que sus interpretaciones últimas llevan más alma rumbera. Pero como busca la singularidad, se sale un poco de lo aflamencado de siempre y se envuelve en ese otro duende de los cantantes de color, pues ella ha escuchado muchos discos de aquella factoría americana de Memphis, la de la legendaria firma Tamla Motown, de la que salieron voces para la historia, como la de su admirada Aretha Franklin. Más recientemente, por quien se siente atraída es por el repertorio de Amy Winehouse. El resultado es muy sugerente, nada vulgar o trillado. Rosario posee una garganta con fuerza y sabe transmitir sus emociones como también la gracia, por ejemplo, en temas como "Tu boca", que es pura rumba aprendida de quien fue pionero de la rumba catalana: su progenitor, "El Pescadilla". De la decena de títulos se escucha más estos días "Yo me niego", del que circula un video-clip muy vistoso y conseguido gracias a la pericia de Pedro Lazaga, hijo del director de comedias cinematográficas de igual nombre, su gran amor desde que se conocieron el año 2001 rodando la película de Pedro Almodóvar Hable con ella, donde aquél oficiaba de ayudante de dirección. Congeniaron en seguida, y al año siguiente comenzaron su feliz convivencia, fruto de la cuál es el hijo que tienen, Pedro Antonio, que cuenta siete años. Rosario, como se recordará, es también madre de Lola, que nació en 1996 de su relación con el argentino Carlos Orellana.
Lleva Rosario una carrera artística estable, menos guadianesca que la de su hermana Lolita. Mantiene una constancia en sus frecuentes actuaciones como asimismo en sus discos, bien recibidos en general por su público. No podría decirse que haya tenido fracasos, lo cual es algo no muy habitual entre sus colegas, en un mundo tan fluctuante y caprichoso como el de la música pop. Y, además, cae bien a la gente, a los telespectadores de La Voz, ejerciendo de eso tan de moda llamado coach, que como sabrán muchos es vocablo inglés que significa enseñar, adiestrar. Y ella tiene buen ojo (diríamos oído) para elegir a su concursante preferido, entre una selección de quienes buscan una oportunidad como cantantes.
Los que "peinamos canas" la recordamos de cuando Lola Flores nos invitaba a su casa de la madrileña calle de María de Molina a una "pringá gitana" y a la mitad de la fiesta llamaba a su "Rosariyo" para que, con sus cuatro o cinco añitos, nos deleitara bailando con desenvoltura y gracejo. Por rumbas, claro. De entonces le viene su vena. Heredada, pero con sello propio ahora. "Esta hija mía, la pequeña, es la más artista de mis hijos. Llegará...", nos decía orgullosa de su prole "La Faraona", quien de paso –no faltaría más- aprovechaba para piropear también a los otros, a Loliya y a Antoñito... Y Rosario, efectivamente, ha llegado, como pronosticaba su apasionada madre, a ser toda una figura. Que ha grabado ya doce álbumes, y tiene también una biografía cinematográfica y televisiva en su faceta de actriz. Pero ahora no quiere saber nada de películas ni de series. Está concentrada en lo suyo, que es la música. A tal fin prepara estos días su inmediata gira. No podrá llevar los músicos que quisiera para acompañarla. La crisis, claro. Y tendrá que contentarse con media docena de ellos. Pero elegidos con cuidado, para que suenen bien entre notas de rumba y de soul. Lo "afro", queda más que dicho, le chifla.
Por cierto: en el sinfín de biografías que se han publicado sobre ella en los medios y en los últimos tiempos en Internet, se omite el dato de su primer disco, que ella suele decir que fue más o menos como un pecado de juventud: está fechado en 1976, un sencillo con las canciones "Qué querrá decir eso" (texto de Gloria Fuertes y música de Honorio Herrero) y "Como en un sueño", de Óscar Gómez. La particularidad de la portada, con la foto de aquella chiquilla de trece años, es que era anunciada como... Rosario Ríos. El apellido utilizado sólo por su supuesta eufonía. Pasaron ocho años hasta que grabó el segundo, Vuela de noche, con cinco temas solamente, tres de los cuáles de su hermano, Antonio Flores, con el que tenía una especial complicidad a la hora de ensayar uno y otro sus canciones. Cuando en verdad remontó su carrera fue en 1992, con el álbum De ley. No hace falta que les recordemos su estribillo onomatopéyico del "¡uy, uy!" de "Mi gato", su gran éxito, completado con "Sabor, sabor". Muy independiente, Rosario siempre se ha jactado de mantener su vida privada lejos de la insistencia persecutoria de los paparazzi. Porque se la ve poquísimo en los "saraos" discotequeros. Aunque en su juventud tuvo también la tentación de alguna exclusiva, como la que yo recuerdo muy bien, cuando aceptó, a cambio del correspondiente cheque bancario, posar con su noviete de entonces, un guapo camarero madrileño por el que bebía los vientos. Desde luego, no reincidió más en esas veleidades tan bien recompensadas por las revistas del cuore. Ya no lo necesita esta mujer racial, llena de encanto, que Camarón de la Isla definió un día como "la prima gitana de Lenny Kravitz".