La pasada semana, durante la entrega de los premios Príncipe de Asturias, entre fondos de gaitas sonaba, solemne, el himno del Principado. En muchos discos hemos advertido que, junto a su título, en los créditos, figuraba la leyenda "popular", o "derechos reservados", entre paréntesis, en el lugar que debía ocupar el nombre de su autor.Y resulta que, quien lo creó no había nacido en la patria de don Pelayo, sino en Cuba: el mulato Ignacio Piñeiro Martínez (1888-1969), bien cierto que hijo de un emigrante astur, natural de Grado, de nombre Marcelino Rodríguez. El primer apellido de aquél no es el real, sino que lo adoptó para su carrera musical. Fue destacado contrabajista, director del afamado Septeto Nacional de La Habana, quien se especializó en la rumba y el son. Un día de 1929 dio en componer una pieza siguiendo ese ritmo último, tan consustancial con el folclore caribeño, y lo tituló "Échale salsita". Hizo fortuna el nombre, al punto que, bastantes años después hubo gente que identificó el son cubano con la denominación "salsa". Lo que a los especialistas musicales y autóctonos les hacía gracia, bromeando con su equivalente a condimento culinario. En España hace varios decenios que esa explosión de ritmo contagioso quedó bautizada así, derivándose luego un término: el estilo salsero. Pero originariamente, siempre fue son. Y Piñeiro, uno de sus más felices intérpretes. Quien en 1926 compuso la letra de "Asturias, patria querida". Hay cubanos que recuerdan haberla escuchado tocar en orquestas de aquel tiempo en "La Tropical" y otros salones de La Habana colonial.
Sabemos hoy que la letra de "Asturias, patria querida" cambió varias veces. Aunque la música fue siempre la misma. Debió canturrearla el padre asturiano de Ignacio Piñeiro y éste la adaptó a su modo manera. Pues resulta que proviene de la región polaca de Silesia. Unos mineros de aquellos parajes viajaron a España para trabajar en las cuencas del Caudal y Mieres, y allí divulgaron su melodía. Emigrantes astures que arribaron a Cuba, la silbaban en sus correrías habaneras. Entre ellos, ya decimos, el padre de Piñeiro. Y éste acabó endosando aquella musiquilla a su letra, la que evocaba la tierra de su progenitor, después de experimentar, parece ser, una primeriza versión a ritmo de guaguancó, sabroso ritmo cubano. Esa letra es hoy harto conocida, por cantarse desde hace décadas en romerías y excursiones campestres: "Asturias, patria querida/ Asturias de mis amores/¡quién estuviera en Asturias / en todas las ocasiones…!".
Sobre el último párrafo, hay que subrayar que al menos en otros tiempos, se decía "…en algunas ocasiones". En 1958, uno de los organizadores del popular Descenso del Sella, animó a participantes y seguidores a entonar aquella canción. Y el 27 de abril de 1984 fue designada como himno oficial del Principado. Aún se ignoraba el nombre de su creador, que aparecía como anónimo. Hasta que los estudios del destacado folclorista Fernando de la Puente Hevia, en el transcurso del Congreso de Asturianía celebrado en Gijón en 2006 reveló la identidad de Ignacio Piñeiro. Asimismo pudo saberse que llegó a grabar esa canción con diferente letra en 1930, un año después de viajar a España con su Septeto Nacional, ocasión que aprovechó para visitar la patria chica de su padre, encontrándose con la sorpresa de que había muerto. En 1934 pudo escucharse otro texto distinto también durante la Revolución de Asturias. Pero la letra que ha quedado es la primera, la que conoce todo el mundo y que, con su acento, produce una intensa emoción en cualquier asturiano que la escucha y la canta, en castellano o en bable, sobre todo si está fuera de sus lares y echa de menos su gente, el paisaje, la sidra, los chigres… Y es que hay canciones populares que en seguida prenden en nuestros sentimientos al escucharlas.
Resulta curioso saber que no sólo Ignacio Piñeiro compuso ese entrañable himno sin ser asturiano y sin conocer la tierra cantada. Agustín Lara firmó composiciones universales como "Granada" y el chotis "Madrid" y no había pisado aún España. Está el caso del célebre pasodoble "Valencia", del almeriense José Padilla, que lo incluyó al final de su zarzuela "La bien amada". No tuvieron éxito las representaciones, allá por 1925, mas quedó inmortalizada para siempre aquella pieza, que ha superado en difusión al propio himno de la capital levantina. "Canto a Murcia" pertenece a otra zarzuela, "La Parranda", estrenada en 1928 por Marcos Redondo, original del laureado maestro Francisco Alonso… que era granadino. Y cerrado este apartado, para no sobrepasar los límites que me asignan, tenemos también la historia de otro inmortal pasodoble, "Islas Canarias", letra de un poeta valenciano, Juan Picot y música del catalán José María Tarridas, quienes estrenaron una obra en 1935 en la que sonaba dicho número. Ni uno ni otro conocían el Archipiélago y se inspiraron en grabaciones del folclore de las islas. Quien primero lo grabó fue un desconocido Ramón Tusquets. Tarridas contaba que conoció a la que iba a ser su esposa en un salón donde en ese instante sonaba su pasodoble. Y el día en que su hija nació en una clínica, en la habitación contigua asimismo escucharon los felices papás, de modo casual, aseguraban, las notas de tal tema. Agradecido por las muestras de simpatía de los isleños, el maestro acabaría componiendo después las canciones "Canarias bendita" y "Suspiros canarios", amén de componer la zarzuela "Clavelina" basada en la novela del eximio canario Pérez Galdós.