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Tras su inesperada muerte

Calderón, el pop español que arrasó en Norteamérica

Su tema Eres tú alcanzó los primeros puestos en EEUU. Además, estaba orgulloso de dirigir una escuela para jóvenes cantantes.

Su tema Eres tú alcanzó los primeros puestos en EEUU. Además, estaba orgulloso de dirigir una escuela para jóvenes cantantes.
Juan Carlos Calderón

Juan Carlos Calderón actuaba, mediada la década de los 60, en el madrileño Whisky Jazz de la calle del Marqués de Villamagna; luego en la sede del mismo negocio que regentaba cerca de la Embajada de los Estados Unidos la familia del cantautor Alberto Bourbon. 

Allí lo recuerdo tocando el piano, con aire circunspecto, concentrado y, de pronto, exhibiendo personales muecas, totalmente apasionado ante las teclas. Su virtuosismo era ya claro. Compartía "jam sessions" con Pedro Iturralde, Joe Moro, Wladimiro Bass, Joe Régoli, nombres míticos del jazz español. Tenía el santanderino apenas veinticinco años y entusiasmaba a los parroquianos del local en un género, al menos entonces, minoritario en nuestro país. 

En 1967 una incipiente cantautora, Mari Trini, le grabó sus primeras composiciones. Poco después se convirtió en arreglista del primer álbum de Luis Eduardo Aute. Trabajo que también hizo, ya en calidad asimismo de coproductor, en el legendario elepé de Joan Manuel Serrat, Mediterráneo. Pero públicamente apenas se jaleaban aquellos méritos del músico cántabro, ignorándose, por ejemplo, que en 1969 grabó para el sello Hispavox el disco Bloque 6, que alcanzó el primer puesto en las listas de éxitos de jazz extranjero en los Estados Unidos. 

Cuando ya empezó a sentir repetido su nombre en los medios informativos nacionales fue tras descubrir a un grupo bilbaíno de música folk para el que compuso parte de su más popular repertorio: Mocedades. ¿Quién no recuerda los títulos que pasamos a citar? Secretaria, Tómame, o déjame, Quién te cantará, El vendedor, La otra España, Eres tú... Este último tema se considera el más reconocido tanto en la carrera del conjunto vasco como del propio autor. En la octava edición del Festival de Eurovisión alcanzó el segundo lugar. Se grabó en varios idiomas y en inglés se auparía en el Top 5 de las dificilísimas listas norteamericanas, a las que rarísima vez tuvimos opción los españoles, después de que Miguel Ríos lograra su hazaña con el Himno a la alegría.

La biografía de este gran músico que acaba de dejarnos está llena de felices hallazgos. Por ejemplo, contó con los extraordinarios Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía en su álbum Bandolero. En "Dies Israe" utilizó el canto gregoriano, que tanto le gustaba, mezclándolo con ritmo. Me confesó un día: "Yo siempre he partido de la música clásica". Y así, lo mismo se inspiraba en la Séptima Sinfonía para su I love l Beethoven, que recurría a Juan Sebastián Bach en"Fantasía sobre un preludio", o a Tchaikovsky para un pasaje de "Romeo y Julieta", siempre respetuoso, desde luego, con la obra de sus magistrales creadores clásicos.

Los Beatles estaban muy presentes en su obra, con arreglos magníficos, línea funky, de Eleanor Rigby. Y al tanto del último grito siempre, utilizaba con maestría tanto la superficialidad de la música-dance como el más espectacular "sonido Filadelfia". Produjo un par de discos con el mítico Herb Alpert, el del "sonido Tijuana", con quien convivió una larga temporada en Los Ángeles. Seleccionaba mucho sus trabajos y no aceptaba grabar con cualquiera. Siempre los mejores: Raphael, Miguel Ríos, Nino Bravo, Cecilia, Miguel Bosé, Paloma San Basilio, El Consorcio, Ricky Martin, Luis Miguel... Se hizo acreedor, entre otros galardones, de dos "Grammys" y dos " Billboard". Pero, de toda su ingente obra, destacaba una pequeña joya, olvidada del gran público. Esto me confió: "Se trata de 'Mi pequeño Chopín'. Dedicada a mi hijo cuando contaba siete años... Nada me hacía imaginar entonces que luego encontraría la muerte en un accidente de carretera".

Aquella tragedia marcó en adelante la vida de Juan Carlos Calderón. A su innata timidez e introversión se le añadía la melancolía permanente en su mirada, secuelas del dolor de aquella muerte, nunca superada. Se quejaba de la mediocridad musical de estas últimas décadas, al punto que así lo expresó en su espontánea carta enviada al director de un diario madrileño. En los últimos tiempos, aparte su febril ilusión por seguir componiendo, estaba orgulloso de dirigir la escuela "Perfomance", dedicada a la enseñanza de jóvenes cantantes, una de cuyas sesiones tuve el placer de presenciar en una salita del Teatro Real. Exigente, muy riguroso, lo intuí feliz en su interior, transmitiendo cuanto sabía. Que era mucho...

Descanse en paz, mi admirado amigo. 

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