Telenovelas
Con la idea de ilustrarles sobre el libro del que hablaré este sábado, Mi planta de naranja lima, que probablemente haya leído más de uno de ustedes, he encontrado este vídeo en la red.
Ya saben los seguidores del programa que solemos hablar de las adaptaciones de novelas al cine (medio en broma, medio en serio) como un método para salir del atolladero en el que algunos libros nos meten (sobre todo los de muchas páginas). Pero esto de la telenovela como adaptación televisiva de un clásico de la literatura brasileña aún no lo había visto. Cierto es que el libro, por el dramatismo de su historia y el gran número de personajes, se presta a ello. Y he de admitir que me gusta. Reconozco que he descubierto tarde esta versión, y en general las telenovelas.
Esto me lo ha pegado Federico Jiménez Losantos, quien no tiene reparo en reconocer que se siente fascinado por todo tipo de telenovelas: argentinas, colombianas, venezolanas, peruanas, chilenas y españolas. Él mismo ha dicho, en su sección de crónica rosa, que las telenovelas actúan como desengrasante en jornadas de intensa actividad intelectual, como las suyas.
La intención de este vídeo no es que se enganchen a la telenovela (allá ustedes), sino que se enganchen al libro. Les puedo decir que fue una de esas lecturas obligadas de los que cursábamos EGB, y debería seguir siéndolo. Porque, al margen de los encomiables valores que transmite, aborda una historia autobiográfica agridulce, la de Zezé Vasconcelos Pinagé, que se lee del tirón. Y de lo que se trata es de leer.
Si les ha gustado la telenovela y quieren hacerse con el libro, sepan que Mi planta de naranja lima lo ha reeditado Libros del Asteroide: aquí tienen un aperitivo, cortesía de la editorial.
Tendrán más en el programa de esta semana: ya saben, el sábado a las 16:30 o el domingo a las 06:00 –horario infantil, como dice el Grupo Risa–.
TELENOVELAS: hace mucho tiempo que no tengo tiempo para seguirlas pero reconozco que me gustaban mucho las telenovelas norteamericanas. No tanto las hispanoamericanas, cuajadas de “amor siento tu cuerpo caliente”, “maldita desgrasiada, no me arrebatarás al hombre que amo” y “te voy a dar todo el amol que tu mujer no te da, Alfredo Gilberto” A mí me gustaba “DALLAS”, que la veía en el sofá junto a mi abuelo. Recuerdo que a mi abuelo le fastidiaba por encima de todas las cosas que Sue Ellen se emborrachara. Nada le ofendía más que ver una mujer borracha en la tele. Y la pobre Sue Ellen, cuando veía llegar al malvado Jotaerre de alguna de sus aventuras, siempre iba pasada de copas. “DINASTÍA” también molaba, pero menos. Pero la mejor de todas era “FALCON CREST”, con Ángela Chaning de mala con razón y su conductor chino. Y el Lorenzo Lamas, todo un Donjuán latino, al que su agüela desheredaba según le gustase más o menos (y dependiendo de cuántas cepas tuviera) la chavala con la que se estuviera acostando en aquel momento. “FALCON CREST”, el triste destino de aquel título de mi serie favorita fue el acabar como nombre de un club de carretera y lucecitas de colores que hay cerca de mi pueblo. “O tempora, o mores”
Justivir, aquí tienes una que te comprende: tengo de tono en el móvil Falcon Crest. Forma de recordar a la más grande, Ángela Channing, aunque en mi casa éramos fieles seguidoras de su hijo Richard, ese malobueno fascinante y encantador (la canne es débil). Las telenovelas enganchan porque están científicamente diseñadas para ello: un argumento lo suficientemente sencillo como para que cualquiera pueda entenderlo, pero que se retuerce sobre si mismo de forma que para desembrollarse sean necesarios al menos 700 episodios; acción leeeeeenta: una escena puede durar 3 episodios (como un partido de fútbol de "Campeones", vamos), y así aunque uno se pierda una semana la novela, se reengancha sin dificultad. Personajes bastante planos: los malos de las telenovelas son muy muy malos, y los buenos muy buenos. Tanto, que resultan sosos. Y una acaba prefiriendo a los malos. Con la mano en el corazón: entre la fabulosa Alexis y la pánfila de Kristle Carrington y su peinado de angelito pijo pasado de laca, ¿con quién se quedan ustedes? Añádanse unos cuantos secundarios pintorescos, graciosetes y robaescenas, unas titis aparentes, música pegadiza, y lo tenemos: al rico culebrón, señores. Una, que es ya mayor, echa un poco de menos la variante del género culebronero de los 80-90, la de "amor y lujo": me he tragado Dallas, Dinastía, Falcon Crest, Los Colby, Flamingo Road, Knots Landing, Santa Bárbara (la de pellas que he hecho yo para escaparme por las mañanas del cole y ver el episodio de turno), Belleza y poder, y hasta una canadiense: Mount Royal. Los culebrones venezolanos, colombianos... con sus pasiones gavilanescas y las Abigailes, Carlos Alfredos, Soraya Emilias y demás están muy bien...pero una recuerda cuando contaba la de veces que la Channing se cambiaba de modelito en un episodio o las peleas de Kristle y Alexis y claro, no hay color. ¿Para cuándo un artículo del gran Santiago Navajas sobre la filosofía del culebrón?