los suecos dejaron de hacerse lo que son y le dieron el Nobel a Mario Vargas Llosa, padre de la tía Julia, arquitecto de la Casa Verde, cronista de la historia de Mayta; al escribidor de Conversación en La Catedral, Lituma en los Andes, La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo...
Mario Vargas Llosa o la escritura perpetua concibe la Literatura como sacerdocio sin componendas ni hostias que son rosquillas; un sacerdocio de los que sobrecogen, bien estricto, preconciliar. "Vivir no es necesario; navegar, sí", dice el dicho porque no lo acuñó don Mario: escribir es navegar.
Pero no y entiéndanme, porque no me contradigo y Vargas Llosa es también el Compromiso. No ha de callar el escritor, sino alzar la voz ante los tiranos y las realidades opresivas, por y para y con los humillados y ofendidos. ¡Y encima es liberal! Así que todo le separa del gang sartreano. Prefirió tener razón con Padilla a equivocarse con Gabo, el Coma-andante qué vergüenza sí que tiene quien le escriba y le baile el agua y le lama las heridas. Me gusta cuando habla sobre/contra Chávez, Castro, Fujimori, los nacionalistos, los socialistas de todos los partidos, los alérgicos a los Estados Unidos; menos o -si se empeña- directamente nada cuando sobre israelíes y palestinos o le sale la quisicosa chic.
Mario Vargas Llosa es para mí también, vivir para contarla, el amoral periodista miope, apático, documental de La guerra del fin del mundo, que acaba perdiendo las gafas y es entonces, en el fango en plena guerra, cuando depende por entero de la voz, las manos de Jurema agreste y violentada, que reconoce la intemperie, se siente demasiado humano.