nos dijo con más razón que un santo razonable el sábado Carlos Rodríguez Braun. ¿O no? Porque esas aves rapaces, pobriñas, se alimentan de despojos y contribuyen a la preservación del ecosistema; mientras que los políticos que nos hunden y luego nos rescatan ––pero nos meten el codo (en el mejor de los casos) si les decimos que no, que muchas gracias, que ya nos las apañamos solos–– no hacen otra que despojarnos y cortocircuitar el sistema. Los muy cebrones con pantas.
La entrevista entera, que no tiene desperdicio, aquí. Y el programa completo, que tampoco estuvo nada mal, aquí.
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La prosa victoriana
Dijo así, Víctor Rodríguez Gago:
Premian a Francisco Brines con el Reina Sofía. Premian, en su poesía, la sensualidad, el tono grave, melancólico, el clasicismo formal y temático, mucho endecasílabo, muchas palabras bonitas, muchas rosas, mucha juventud perdida, mucho mar mediterráneo, muchos mozos viriles observados con recato, muchos huertos, mucho suspiro por el paso del tiempo, mucho estoicismo por lo puñetera que es la vida. Todo el mundo, el jurado, los periodistas, los amigos, seguro que incluso Doña Sofía, está encantado porque es un poeta claro, académico, legible, se le entiende todo. Un poeta que habla de la fugacidad del tiempo, la deliciosa infancia y la triste vejez. De lo puñetera que es la vida. Se le entiende todo en un país lleno de gente que trafica con el sentido de las cosas a cambio de calorcito. Gente como Esteban González Pons, ese pijo enfático, jovial, desmesurado, un pijo a lo Gürtel, que aboga por ir a los chiringuitos este verano porque son un patrimonio nacional. Gente como Zapatero, que dice que los 4,6 millones de parados son un techo y no una sima. Un techo de escombros. Se les entiende todo, como a Brines, el poeta de una generación de poetas apolillados de tanta claridad: José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Ángel González, Gil de Biedma, éste último, precisamente, el más oscuro y el más perdurable de todos. Las crónicas cuentan que fue una votación reñida. El jurado se dividió entre Brines y Carlos Edmundo de Ory, antítesis de todo lo que Brines representa. Carlos Edmundo de Ory, el innovador, el que juega con las palabras en vez de embalsamarlas, el que antepone la extrañeza del mundo a la ética acordada. Cuando los periodistas lo llamaron para recoger sus primeras palabras tras conocer la noticia de que se le concede el rutilante premio Reina Sofía de Poesía correspondiente al año 2010, Francisco Brines se estaba metiendo un plato de judiones de La Granja entre pecho y espalda, en el restaurante Cándido, en Segovia, antes de dar un bolo invitado por alguna institución oficial. Brines respondió con humildad que la suya es una poética que acepta estoicamente lo puñetera que es la vida.
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Correspondencias
De: Eric Bruzzone xxxxx@yahoo.es
Para: hojadereclamaciones@esradio.fm
Fecha: 3 de mayo de 2010; 05:09
Asunto: SALUDOS DESDE SHANGHAI, CHINAHola!
Oía el programa donde mencionaban literatura en Japón y quería recomendarles Silencio de Shusaku Endo, a quien conocí gracias a mis compañeras japonesas en clase de chino.
Saludos y felicidades por un excelente programa.
Eric.
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Lecturas: El Cisne Negro, que tiene un pintón (Rallo, lo que no puede ser, no puede ser, ¿¡y tu reseña!?), y el Dietario voluble de Vila-Matas, ah, oh, shh, autor de culto: a ver quién se lo rinde cuando ––no los 30 de febrero que caen en lunes–– se empeña en ser un poseur maldito imbécil.