"Nadie avisó", mienten más que apandan
los politicuchos, que ahora van y vienen y vuelven a salvarnos.
El efecto Zapatero explica la paradoja de que los plácemes oficiales parecen ajustarse a las cifras, pero se extiende una sensación de inquietud sobre las perspectivas de nuestra economía.
España sigue creciendo, como lo ha hecho desde la crisis de 1992-1993, y el último registro trimestral del PIB mantuvo la tasa anterior, un dinámico 4%, más elevado que en los cuatro años precedentes. El paro sigue bajando y las afiliaciones a la Seguridad Social, subiendo. La inflación, incluso con la sorpresa de abril de un IPCA del 2,5% anual, no parece excesiva, y el abultado déficit exterior no es una noticia catastrófica per se: después de todo, también lo tiene una economía pujante como la de Estados Unidos. La política económica no rompió con los criterios del odiado PP, y las cuentas públicas superan incluso la consigna liberal decimonónica, porque más que santo temor al déficit cabe hablar de un santo amor al superávit.
No se entiende, pues, por qué no escuchamos el descorche de botellas de champán, y a qué viene la intranquilidad de los ambientes económicos.
Se dirá que los males presentes y temidos no son zapateriles: ¿qué culpa tiene don José Luis de los riesgos recesivos derivados de la subida de los tipos de interés?
No es el presidente, en efecto, el responsable de que hayamos nadado en años recientes en un mar de liquidez español, europeo y mundial. Esto ha estimulado la burbuja inmobiliaria, que destacó en España pero también se hizo presente en los demás países, así como el auge bursátil. La generalizada reducción de los costes financieros anima el crecimiento abaratando las deudas de todos, pero distorsiona la asignación de recursos, propiciando inversiones que una fase alcista de los tipos probará que fueron absurdas, y dará al traste con muchos proyectos. Pero eso se verá más tarde: de momento la lógica es aprovechar la ola, y de ahí el frenesí de los mercados y las espectaculares operaciones empresariales que hemos visto.
El efecto Zapatero se intuye ahora, pero se pagará en el futuro. Con la desaceleración económica pasarán factura los irresponsables compromisos de gasto que ha adquirido. Cuando dejen de llegar inmigrantes a trabajar, y los que están empiecen a demandar prestaciones y empleo al Estado de bienestar, entonces se verá hasta qué punto las reformas liberalizadoras y flexibilizadoras han brillado por su ausencia. Cuando necesitemos de verdad un marco institucional fuerte se verá el bache que ha producido un Gobierno intervencionista en muchos mercados, desde el suelo hasta los consejos de administración, que ha impuesto la vieja alianza sobre la que ya advirtió Adam Smith: la de los grupos de presión con la política, que con Zapatero ha puesto las instituciones al servicio del poder. Ahí, cuando sea absolutamente imprescindible recortar el diferencial de costes con nuestros competidores en un mundo globalizado, se verá que el Gobierno ha hablado mucho pero hecho poco en pro de la productividad y la competitividad.
Carlos Rodríguez Braun, "El efecto Zapatero", Negocio, 25 de mayo de 2007: es decir, más de un año antes del estallido de la crisis. Las negritas son mías.
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Carlos Rodríguez Braun nos hablará por lo menudo de éste y otros Panfletos liberales en el programa de mañana (16.30). Igual os lo vais a perder y todo.
Esto es un punto a favor de los austríacos. La capacidad de predicción a partir de una teoría es la prueba del algodón de su fiabilidad, de su ajuste a la realidad y su capacidad de explicarla. Lástima que yo no tuviera tanta visión de futuro como Rodríguez Braun, porque eso me habría ahorrado muchos disgustos.
Ignoro si ustedes sienten lo mismo que yo: un íntimo placer, un inconfesable regocijo, una satisfactoria confirmación de lo que yo ya sabía... todo se hunde, todo se va al garete. Y lo peor es que me alegro de ello. Tenemos lo que nos merecemos, lo que nuestro pancismo y hedonismo nos han buscado. No tenemos ahora derecho a la queja sino un simple derecho al recreo en la debacle que previmos hace años. Sé que disfrutar con el mal del entorno y con el mío propio (pues esto me va a salpicar a mi más que a muchos) es bajuno. Como Sansón, aunque las ruinas caigan sobre mi cabeza, bien está si los filisteos perecen. Ahora sabremos lo que es tener un líder analfabeto, un jefe de oposición gandul y una casta sin ideas altas, atenta sólo a llenar la andorga. ¿Qué hacer?
Justivir, hace falta valor para reconocer ese inconfesable regocijo, pero ese sentimiento que tienes es muy humano: se llama vanidad. Ver como los hechos le confirman a uno en su opinión, y le dan la razón, provoca un conflicto moral si esos hechos son lamentables o incluso catastróficos, porque la vanidad, como descubrió La Rochefoucauld, es una fuerza muy poderosa. Lo peor no es que aquellos polvos trajeran estos lodos, sino la escasa capacidad de nuestra sociedad para extraer las lecciones pertinentes, y aprender de sus errores. Como un hombre que hubiese llevado durante años un estilo de vida poco saludable y se viera asediado por problemas de salud; que, en su ignorancia, atribuyese esos achaques a las radiaciones electromagnéticas de las redes de telefonía móvil; y que, en lugar de hacer dieta y ejercicio, se dedicase a clamar contra las compañías de telecomunicaciones, así nuestra sociedad se acerca cada vez más a ese malhadado fenómeno conocido como argentinización. Como he dicho, o he dado a entender, comprendo ese sentimiento, pero a mí, personalmente, se me cae el alma al suelo cuando veo que mi país y la sociedad a la que pertenezco se parecen tanto a los Flodder.
Excelente diagnóstico y mejor conclusión, Erbilyos. Esa “escasa capacidad de nuestra sociedad para extraer las lecciones pertinentes, y aprender de sus errores” a la que haces referencia se completa con una ineptitud para aportar soluciones y ejecutarlas, por dolorosas que sean. Pretendemos que nos lo resuelvan otros: “el estao”, “los políticos”, “los que saben”... Las responsabilidades y las culpas son siempre de otros y hacia ellos volcamos nuestra frustración en lugar de mirarnos al espejo. Empero, por no quedarme en una sesión de autoflagelación, diré que a mis lamentos trato de anudar la acción
…vuelven a salvarnos y ‘dejándose la piel’…ahí es nada. De todas maneras la sensación de inquietud que comenta Carlos Rodríguez Braun en 2007 era generalizada entre el minúsculo sector liberal. Por entonces ya mucho chirriaba anunciando problemas. Y empezaron un mes –y no un año- después de su artículo.
Mientras espero que la manifestacioncita pase delante de mi casa y me deje salir con el coche, lo que más me gusta de todo esto es cuando Zapatero suelta con aire ingénuo, para hacerse perdonar, que él no sabía, ni se imaginaba que la cosa de la crisis pudiese llegar tan lejos. Si todos pudiésemos hacer lo mismo, decirle al profesor que hemos suspendido porque no nos imaginábamos que en el examen nos iba a caer justo la pregunta que no sabíamos, o decirle al paciente que no lo hemos curado porque ni se nos había ocurrido que pudiera tener esa enfermedad...en fin, los ejemplos son infinitos. Si no sabes gobernar, lárgate, por mucho menos el común de los mortales suspende o es despedido, o al menos se da cuenta de su enorme mediocridad. ¡Cretino!