No sólo España sino el conjunto de las naciones que solemos denominar Occidente atraviesan momentos históricos difíciles. Más allá de la crisis económica mundial, nos encontramos en un tiempo de duda e incertidumbre. Dudas sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. Dudas sobre lo que hemos sido y sobre los principios que nuestros antepasados escogieron para construir nuestra comunidad. Disfrutamos de una riqueza y un bienestar económico que hace cien años era imposible hasta soñar, pero queda una sensación de difuso malestar, que parece como si no quisiera abandonarnos.
Vemos a las jóvenes generaciones despegadas de la política, y observamos la falta de confianza en nuestras instituciones y en una burocracia y una legislación en constante crecimiento que ahogan nuestra libertad y dificultan la iniciativa personal. Occidente, y más concretamente Europa, parece no querer hacer suyo –o al menos no comprender– el legado de libertad y progreso que nuestros antepasados supieron dejar para nosotros.
(...) ¿cuál es ese legado al que ahora nos referimos? Solemos referirnos a él como la "civilización occidental", y sucintamente podríamos decir que es la síntesis de la filosofía griega, el derecho romano y el pensamiento judeocristiano. Tal vez se trate del proyecto histórico de mayor envergadura emprendido por la humanidad, pues en ningún otro lugar del planeta (...) el respeto a la dignidad de toda persona, la prosperidad económica y el avance en los conocimientos científicos y filosóficos han florecido en tan alto grado y de una manera, a pesar de todas las sucesivas guerras y conflictos, tan constante.
Es verdad que la historia de Occidente no es una balsa de aceite. A poco que nos acerquemos a nuestro pasado común, comprobaremos cómo las grandes conquistas de la civilización occidental muchas veces se han visto cuestionadas. No ha sido fácil su consolidación, ni ha estado exenta de tentaciones autodestructivas y totalitarias. Pero es curioso constatar cómo, precisamente en los momentos de adversidad, algunos hombres y mujeres, protagonistas de nuestra historia, fueron capaces de encarnar los principios de la civilización con su actuación decidida y, sobre todo, con su voz, con su palabra. Quizás porque precisamente ha sido en Occidente donde se ha extendido toda la fuerza y potencial que tiene la palabra humana como expresión de la razón, del logos.
Una primera conclusión está clara: nada, o al menos nada importante, se construye sin esfuerzo ni dificultades. Nuestras libertades y nuestro progreso son conquistas tan trabajosas como frágiles, muchas veces fraguadas al borde del abismo. Recogiendo lo mejor de esta herencia, el futuro hemos de edificarlo de igual modo: luchando permanentemente por los grandes principios, pues, como dijo Thomas Jefferson, "el precio de la libertad es la eterna vigilancia". La libertad no crece en los árboles, ni está permanentemente garantizada.
Por ello, siempre será provechoso fijarnos en los grandes hombres que nos precedieron y en los grandes momentos históricos en los que nos jugamos lo que somos. (...)
La Oración Fúnebre de Pericles, sobre los fundamentos de la sociedad ateniense; "Tengo un sueño", de Martin Luther King, sobre los derechos civiles; el discurso de Ronald Reagan ante la Puerta de Brandeburgo; el de Aleksandr Solzhenitsyn en la Universidad de Harvard o los dos de Winston Churchill al comenzar y acabar la Segunda Guerra Mundial... Todos esos discursos son magníficos ejemplos donde se exponen los principios de nuestra cultura política y la importancia de la libertad; y todos han sido históricamente relevantes.
(...) La Carta sobre las Dos Espadas del papa Gelasio, en la que el Pontífice marca la distinción entre poder político y autoridad religiosa, o la Carta Magna de Juan Sin Tierra, la primera constitución escrita en la que se limita el poder del rey y se establecen controles al poder político, (...) también suponen auténticos hitos en la historia de Occidente.
Cada vez que repaso estos discursos y pienso en los difíciles momentos históricos en que fueron pronunciados hay una conclusión que se me hace evidente: la libertad merece la pena. En los momentos difíciles, especialmente en los momentos difíciles, es cuando no podemos tirar la toalla, sino pelear por lo que somos y recuperar lo mejor de lo que hemos sido.
Esperanza Aguirre, Madrid, octubre de 2009.
(Del prólogo de Discursos para la libertad, Ciudadela, Madrid, 2009).