El éxito del comunismo sigue siendo el silencio sobre sus cien millones de víctimas. Cuando dicen que es una ideología superada, que su pervivencia es sólo testimonial en nostálgicos como Carrillo y Llamazares, que puede llegar a enmendarse (y ponen como ejemplo a China), o que sus ideales son los más nobles y están vigentes aunque se equivocaran a veces quienes los llevaban a la práctica, ese éxito despliega todo su esplendor.
Aún hoy, 96 años después de que el comunismo se realizase por primera vez en la Revolución rusa, los cien millones de muertos causados por esta ideología genéticamente criminal siguen siendo invisibles. Lejos de estar proscrita, hay países como España en los que goza de prestigio, recibe homenajes e inspira las políticas del Gobierno en materia económica o de derechos humanos. El comunismo no ha muerto ni pervive en la mente de la mayoría gente como un recuerdo ominoso. En los actos a favor del juez Garzón se rasgan las vestiduras por un fantasma inexistente, el fascismo, cuando lo cierto es que el fantasma del comunismo es la piedra angular del discurso político de Zapatero. Su rencor de clase, su concepción del adversario político como un enemigo al que aplastar, su populismo, su política del odio para asentarse en el poder, su sectarismo, su política económica y social, su desprecio a la libertad de expresión o al derecho a la vida... todo en él es genuinamente tributario del comunismo. Nada extraño, si se tiene en cuenta la historia del PSOE, un partido antidemocrático y montaraz. Esencialmente comunista. Con su propia cuota de muertos en esos cien millones de víctimas de los que habla El libro negro del comunismo.
Bienvenido, otra vez, a las librerías. Luz, más luz sobre tanta negrura.
La versión radiada de esta prosa victoriana, en el programa de mañana.
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El Día del Libro. Las compras: El pasado de una ilusión, El cisne negro, Irène Nemirovsky, El libro de las madres y uno más, pero hasta aquí puedo leer.
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Lecturas: La agonía de Francia, de Chaves Nogales, que estuvo allí.