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Dos acantilados de Zweig

Ayer servimos ración doble de Stefan Zweig (Mendel el de los libros ––¡Acantilado!–– y Viaje al pasado ––¡¡Acantilado!!––) y Katherine Mansfield (Cuentos completos y Diario), cebamos a los mininos con un libro de autoayuda abracadabrante ––valga la redundancia–– y llamamos cochino a un nacionalisto galegista que se dedica a enguarrinar el lugar que le padece con peroratas de Castelao.

Además, Carlos Cuesta nos recordó lo importante que es tener Libertad de elegir, y la bella Carbo y mon semblable, mon frère Gago entrevistaron al maestro Juan Velarde, a cuenta de sus Cien años de economía española.


¿Qué tal la ejecución? Y no vale contestar como en el chiste: "Hombre, la ejecución es un poco fuerte, pero un par de bofetones sí que os daba".

***

Se dice, se comenta

Andrés García-Carro, en mi perfil de Facebook:

Respecto a Stefan Zweig, tengo y he leído una docena de libros suyos (editados por El Acantilado, en efecto). Me gustaron mucho todos ellos hasta que cierto
escritor
––muy puñetero pero con excelente gusto literario–– me dijo del tal autor: "Era el Antonio Gala de su tiempo".

***

Correspondencias

De: xxxxspania@terra.es [mailto:xxxxspania@terra.es]
Enviado el: martes, 28 de abril de 2009 2:35
Para: hojadereclamaciones@libertaddigital.tv
Asunto: [!! SPAM] un libro

oooononnoonnnnnnoooonoonnnooononoonnooononnnonnoonnnonooooo
ononnnnonononnnnoooonnoonoo

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Ya hemos entrevistado al jefe Recarte. La jefa Carbo le ha hecho varias de vuestras preguntas. Hasta aquí puedo leer: ahora sólo me queda daros las gracias gracias muchas gracias y emplazaros a ver el próximo programa.

***

Lecturas: el Diccionario de los colores de Pastoreau (¡qué maravilla! Gracias, Ana), todavía la Breve historia del comunismo de 781 páginas, las primeras páginas de La Honorable Sociedad y, disfrutando como un enano, los Oficios estelares del gran Felipe Benítez Reyes. Aquí os dejo uno:

Taller de imaginero

Málaga, 1673: el imaginero Pedro de Mena da retoques a un Ecce Homo. Un tronco de madera convertido en carne torturada, lívida y sangrante. La sangre, por cierto, con un punto de exageración: son tiempos de devoción oscura. ¿A mal Cristo mucha sangre? Eso dicen, sí, pero esa expresión perdida en la amargura de la nada... Aún queda la corona de espino, y dar la caída justa a la soga. Ya está.

Por el suelo del taller, astillas y virutas. Aquí y allá, una Dolorosa sin encarnar, un san Juan Bautista niño con un brazo descabalado, una columna salomónica con el oro enfermo.

Un aprendiz desbasta un tronco del que habrá de salir la cabeza imponente y barbada de algún apóstol o la meliflua y lampiña de algún santón frailuco. El maestro le arrebata la gubia y le corrige, con un golpe de muñeca, el ritmo de la voluta: "El hilo de madera... hay que seguirlo".

Un párroco se desliza escrupulosamente por el suelo de serrín. Viene a encargar al maestro una Inmaculada, "con aire a lo Alonso Cano", con cuyos gastos correrá tal señora condesa.

A la luz de un atardecer otoñal, con un resplandor de plata vieja tendido a la puerta del taller, las gubias hienden la madera con sordo desgarro.

Pedro de Mena repasa por última vez su Ecce Homo. Las sombras dibujan en el rostro su juego de fantasmagorías. Mañana podrá entregarlo.

Como en un ritual de espejos, un hombre ha dado forma al dios que le dio forma.

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