Me lo han dicho esta mañana a las ocho y media. Me levanto y en seguida viene el jaleo de los periódicos y los teléfonos. Llevo una redacción de periódico dentro de mí que se pone en funcionamiento a deshora. Cela acaba de morirse y, ante esta acumulación de tiempo, decido ponerme primero a escribir para luego ir ya escrito a la clínica. He hecho un artículo largo, toda una página, para el periódico, que lo dará con una foto de Camilo José y mía que data del entierro de Dámaso Alonso y que es muy bonita y significativa. Se me ha quedado el corazón sordo y no puedo decir que sienta nada malo ni bueno ante la muerte de mi amigo, ni en el nivel personal ni en el nivel profesional. Irónicamente, tiene uno que escribir con los sentimientos inventados porque los verdaderos se quedan sordos por la noticia, como digo.
No quisiera uno sacar todos los días a la reventa una amistad tan macho, tan pura y tan vehemente. Se me ha muerto el profesor de energía. Antes había tenido otros pero ya no tendré más. Un profesor de energía es un verdadero padre. Camilo José fue el padrote ilustrado y veraz de mis penúltimos y mejores tiempos literarios. Alguna vez iré a Padrón a visitarle bajo ese olivo encorpachado donde le enterraron. Un olivo centenario que habiendo vivido un siglo nos acoge y reúne a los dos. Eso espero.
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Y claro, los aniversarios no resucitan a los muertos, sino las querellas entre los vivos.
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El programa del sábado. Con la entrevista al padrino Marco, historiador, liberal, patriota.
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Lecturas: Reinventar el Estado del Bienestar, de Mauricio Rojas. Ay, si lo regalara el Marca un domingo de estos...