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Pero si no en España, no en España...
George Meany, presidente de AFL-CIO, la mayor central sindical norteamericana.
Washington, 30 de junio de 1975.
Cuando pensamos en las luchas y conflictos de nuestro siglo, pensamos espontáneamente en líderes célebres: en los que gobernaron pueblos, mandaron ejércitos e inspiraron movimientos, ya sea en defensa de la libertad o bien sirviendo a ideologías que pretendían aniquilarla.
Pero hoy, en esta hora de terrible peligro para la humanidad, cuando las fuerzas que luchan contra la libertad del espíritu humano son más poderosas, más crueles, más mortíferas que en cualquier otra época anterior, el hombre que elevó a las mayores alturas la antorcha de la libertad no encabeza un Estado, no manda un ejército ni dirige un movimiento visible.
Pero este movimiento existe; un movimiento oculto, que no dispone de oficinas ni cuarteles generales, cuyos delegados no concurren a los amplios salones donde se reúnen los representantes de las naciones y que, cada día, sufren por ejercer el derecho de hablar, el derecho de pensar, el derecho de ser ellos mismos y arriesgan más que cualquiera de nosotros en toda nuestra vida.
¿Dónde están los miembros de este movimiento oculto? Mientras nos disponemos, esta noche, a honrar a uno de ellos, pensemos en los restantes: millones que sufren en los campos de concentración soviéticos; millares y millares de drogados, sometidos a camisas de fuerza en las así llamadas "clínicas psiquiátricas''; pensemos en multitud de mudos, dedicados al trabado esclavo en fábricas, bajo la dirección de comisarios; en todos aquellos que tratan de escuchar mínimos fragmentos de la verdad en las interceptadas ondas radiales prohibidas por el régimen, y en aquellos que, en las sombras de la tiranía, registran y pasan de mano en mano los pensamientos prohibidos.
Pero, aun permaneciendo invisibles, ahora podemos escucharlos: una voz escapó del yugo de la opresión y exige que se la escuche: nadie se negará. Escuchemos esta voz, y no porque hable en favor de la izquierda o de la derecha de alguna fracción, sino porque enrostra la verdad al totalitarismo, sin miedo alguno.
¡Cuánto más fácil y cómodo sería someterse y aceptar la mentira que sostiene al poder!
¿En qué reside la fuerza de esta voz? ¿Cómo llegó hasta nosotros mientras otras voces fueron silenciadas?
Su fuerza reside en el arte. Alejandro Solyenitzin no es un caballero de las cruzadas, ni un líder político, ni tampoco un general. Es un artista. El arte de Solyenitzin ilumina la verdad. En cierto sentido es subversivo porque subvierte la hipocresía, el engaño y la gran mentira. Muy pocos, en nuestra historia, y nadie en nuestros días, ha demostrado con tanta fuerza como Solyenitzin el poder de la pluma aliada al coraje. Esta fuerza es hoy indispensable para demostrar a las nuevas y olvidadizas generaciones lo que significa carecer de libertad. El arte y el coraje de Solyenitzin nos ayudaron a entenderlo. Su arte es un don excepcional, intransferible. Roguemos para que su coraje se torne contagioso. Es indispensable que resuene el eco de sus palabras, que lo escuchen la Casa Blanca, el Departamento de Estado, las universidades, las masas y, permítanme decir, también nuestro embajador Patrick Mainiham [sic, por Moynihan], en las Naciones Unidas, debe escucharlo.
El movimiento sindical norteamericano, desde sus orígenes, proclamó su fe inquebrantable y sin compromisos en la libertad. En la libertad para toda la humanidad y también para nosotros. Es precisamente por este espíritu que tenemos el honor de presentar al orador de esta noche
(Alejandro Solyenitzin, En la lucha por la libertad, Emecé, Buenos Aires, 1976)
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El sábado volvemos a la carga. Invocando el nombre de Camus, esperemos que no en vano.
Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces.
Heatchcliff, en Cumbres borrascosas, mataría a la tierra entera para poseer a Cathie, pero no se le ocurriría la idea de decir que ese asesinato es razonable o está justificado por el sistema. Lo realizaría y ahí termina toda su creencia. Eso supone la fuerza del amor y el carácter. Como la fuerza del amor es rara, el asesinato sigue siendo excepcional y conserva entonces su aspecto de quebrantamiento. Pero desde el momento en que, por falta de carácter, corre en busca de una doctrina, desde el instante en que el crimen se razona, prolifera como la razón misma, toma todas las formas del silogismo. Era solitario como el grito y he aquí que se hace universal como la ciencia. Ayer juzgado, ahora dicta leyes.
(A. Camus, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1953, p. 9)
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Lecturas: en el e-book, On one foot, de Mitchell G. Bard; en modo analógico, enseguida Adán y Eva, de Ayaan Hirsi Ali y Anna Gray.