Para Vikinga, para que no se deje engañar por los que quieren poco a Birmajer (clic, clic, clic) y de una vez confiese sus lecturas dizque inconfesables:
LA PACIENCIA
Según los hombres, la virtud del elefante es ser paciente.
Estaban un día juntos el elefante y la jirafa, recostados en la tierra, rodeados de árboles frutales, a pocos pasos de un río, tomando el sol.
Los intensos rayos de Febo y el espeso calor hicieron decir a la jirafa:
––Estoy muerta de sed. Acompáñame al río.
––Qué impaciente has resultado ––respondió el elefante––. Espera que el río venga a nosotros.
Pero como no había bifurcación alguna que les trajera el río, la jirafa se acercó sola hasta el cauce y bebió.
Por la tarde, el cielo se encapotó y llovió torrencialmente. El río desbordó y el agua llegó al elefante.
Unas horas después, la jirafa dijo:
––Ya hemos saciado la sed. Ahora tengo hambre, y creo que tú también. Incorporémonos y comamos los frutos de los árboles.
––No te sabía tan impaciente ––dijo el elefante––. Deja que los frutos vengan a nosotros.
Pero como ningún viento azotaba los árboles, la jirafa se incorporó, estiró un poco el cuello y comió.
Unos minutos después, un ananá maduro y henchido se desprendió de la rama, atravesó un peral en la caída, soltando algunos de sus frutos, y explotó en el piso. Todo aterrizó junto a la trompa del elefante.
Esa noche, cuando después de hacer la digestión se disponían a dormir, apareció la Muerte. Fosforescentes, la calavera y la guadaña brillaban en la oscuridad. El elefante se alzó en sus pesadas patas y salió corriendo con ligereza impropia de un ser tan gigantesco. La jirafa, creyendo haber aprendido y estar superando a su maestro, se quedó sentada, sin mover ni un músculo mientras las Muerte se le acercaba.
––¡Pobre jirafa! ––exclamó el elefante internándose en la selva––. ¡Tan impaciente por todo, incluso por morir!
Marcelo Birmajer, Fábulas salvajes, Alfaguara, Buenos Aires, 2006.
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Ayn Rand. El otro día se habló aquí de ella. Hmm, me parece que está sobrevalorada. ¿Es el sarampión de los liberales y hay que pasarlo por cajones? Hmm. A mí acabó cayéndome mal, la tía pelleja: a veces me recuerda al Equis Arzalluz del chiste, que le pasó a su hijo el que desposara a una maketa a condición de que, en la noche de bodas y a la hora del l/hecho, dejara a la susodicha con un palmo de narices y en cambio se pusiera de inmediato a sacarle brillo a su aitoresquísima espada: ¡que no quepan dudas de que los vascos somos independientes, kaixo Sabin!
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Han pasado ya diez días, Paserifo. ¿Qué tal es eso de leer a Maupassant?
Y Antimarx, ¿seguirá embarcado en La conjura contra América? No creo que sea la mejor piedra de toque para valorar a Roth. Si no hubiera feeling, yo le daría una segunda oportunidad, caro amigo: con el abrasivo Pastoral americana, por ejemplo; o con El animal moribundo, la ley del deseo; o con, en el nombre del padre, Patrimonio. Una historia verdadera.
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En ti confío
Le Temps Retrouvé. Después de mucho tiempo se encuentran dos viejos. Uno de ellos exclama:
––¡Cómo estaré yo, si vos estás así!
Adolfo Bioy Casares. Descanso de caminantes.
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Como dudaba entre los fiordos y polonia, enseguida me iré para el yucatán, a tirarme a la bartola. Pero en los momentos de relajo (2) habrá que leer, ¿o qué? ¿El qué?
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Lecturas: Los Ojos de agua de Domingo Villar, qué pronto Cómo ser buenos; a ratos en su pésimo español la confusa y desprolija Sangre y rabia, que no es una historia cultural del terrorismo.