Así traicioné a Gonzalo Rojas
Ha fallecido Gonzalo Rojas.
Fui a la Residencia de Estudiantes a escucharle, en 1996. Hacía mucho calor. Las primeras filas se habían llenado de jovencitas: camisetas de tiros, faldas volanderas, sandalias. Un sudor impaciente, hormonado, extático. Un sudor idealista y turgente. Un sudor de grupies de la poesía, que también existen y son raritas; nunca sabes si al meter la mano en el bolso sacarán un libro o un cuchillo. Tuvo que ser en junio, lo sé porque el dinero y el plazo de mi familia se me acababan. Me hallaba en el perentorio dilema de hacer la tesis y buscarme la vida en Madrid, o regresar a Las Palmas y empezar de nuevo como periodista o trabajando en el sector del típico plátano canario, pequeño, con pintas y nutritivo a cualquier hora. Recuerdo el calor, las ventanas abiertas, las esporas de polen suspendidas en el aire cargado de la sala, las muchachas con sus libros abiertos y sus cuellos brillantes. Esas muchachas a las que Gonzalo Rojas escribió:
Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,reir, dormir, vivir;fealdad y belleza devorándose, azotedel planeta, una ráfagade arcángel y de hienaque nos alumbra y enamora,y nos trastorna al mediodía, al golpede un íntimo y riente chorro ardiente.
Me gustaba mucho Gonzalo Rojas. Un montón. En aquella época yo era muy impresionable. Nos sentamos en el suelo a esperar al poeta, que se retrasó más de lo que aconseja la buena educación. El avión de Santiago, ya se sabe, retrasos, aeropuertos, cintas de equipajes. La voz del poeta me impresionó. Tenía una voz grave y fuerte, que modulaba prolongando las últimas sílabas de sus versos. Una voz tronante , la voz de un poeta consagrado, alguien importante que ha viajado mucho y ha ganado muchos premios (el Reina Sofía, el Octavio Paz; luego, en 2003, ganaría el Cervantes). Su voz no me pegaba nada, la verdad, con lo que yo había leído sobre él: que, de niño, elegía las palabras con sílabas suaves para sortear una leve tartamudez. Tampoco me sonaban a esa voz sus versos cuando los oía en mi cabeza. Después de todo, Gonzalo Rojas se consideraba a sí mismo un poeta del oído en busca de una “musicalidad que no sea aparatosa ni estridente”, un ritmo respiratorio que “más que sonido sea un zumbido”.
Lo que más me gustaba de Gonzalo Rojas, por aquella época, eran sus poemas amorosos. Ha escrito muchísimos y se le recuerda fundamentalmente por ser un heredero de Neruda en las variaciones sobre el mismo tema del amor erótico, siempre ingeniosas, como las de un Catulo moderno, pasado por el tamiz del surrealismo. Yo era, ya digo, fácilmente impresionable. Hoy no me gusta tanto, o me gustan de él cosas en las que antes ni me fijaba; por ejemplo, este poema que no versa sobre el cuerpo de una muchacha, ni sobre el fornicio, ni sobre el enésimo canto al amor mundano, sino sobre la belleza pura extraída en el acto de escribir:
Tres rosas amarillasI¿Sabes cómo escribo cuando escribo? Remoen el aire, cierrolas cortinas del cráneo-mundo, remopárrafo tras párrafo, repito el númeroXXI por egipcio, a versi llego ahí cantando, los pies alzadoshacia las estrellas,IIDel aire cortotres rosas amarillas bellísimas, vibroen esa transfusión, entroáguila en la mujer, serpiente y águila,paloma y serpiente por no hablarde otros animales aéreos que salen de ella: hermosura,piel, costado, locura,IIISeñalgozosa asiria mía que lloverále digo a la sábanablanca de la página, fijoque lloverá,Dios mismoque lo sabía lo hizo en siete.Aquí empieza entonces la otra figura del agua.
Me gusta el Gonzalo Rojas “imantado como el amor por el encantamiento y el desollamiento”, esa belleza unitaria que está por encima de la realidad de los cuerpos, en el más puro relámpago del conocimiento. Así se le reveló la poesía: solía contar que, siendo niño, en su casa de Lebú (“torrente hondo”, en mapuche), una noche de tormenta quedó paralizado por la intensidad de los relámpagos y descubrió así que había un mundo fugaz y sublime que quería abrirse, mostrarse, en medio de la realidad.
Al conocer la noticia de su muerte (falleció ayer, pero me enteré hoy: estoy perdiendo facultades), me pregunto qué será de las muchachas que acudieron en bandada a escucharle a la Residencia de Estudiantes aquella calurosa tarde de junio de 1996. Algunas se habrán casado, tendrán hijos; si son fieles, leerán hoy a Luis García Montero, mucho Neruda (sobre todo, el de antes y después, pero rara vez el de Residencia en la tierra), muchos sentimientos nobles. Pero sus cuerpos no serán los mismos que brillaban en el sudor y en la belleza pura de la juventud. Como los poemas menores de Gonzalo Rojas, el tiempo los habrá corrompido.
Por eso lo traicioné y, guiado por Roberto Bolaño, me hice del club de fans de Nicanor Parra.
Como va de poesía... ¡vuelve el hombre! Últimamente trabajo menos el soneto y más el sonetillo, generalmente con estrambotes (a veces muy largos, como en este caso). OTRA VEZ A LA BELLA CARMEN Carbonell, estás más rica que el aceite de ese nombre... ...perdóname, soy un hombre y muy macho, no un marica. Tu hermosura vivifica mi libido: no te asombre que con mil besos alfombre tu foto, que mucho explica. ¿Que qué explica?...tanto beso, explica mi amor obseso y frenético por ti, que obsesión y frenesí -Carmen que estás como un queso- me causas, ángel, rubí. ¡Qué empalagoso me he puesto!, parezco Camilo Sexto o Ansón...echemos el resto: ¡capullito de alhelí, bello y grácil colibrí, granito de ajonjolí y flor de pitiminí! Carmen, no tuerzas el gesto, ya sé que soy muy molesto... ...¡pero tú provocas esto! Un saludo cordial, Carmen (son bromas) y la compañía.
Ocho versos más muy presto: de lindas rosas un cesto y de claveles un tiesto, mi delirio es manifiesto, por ti a todo estoy dispuesto... ...salvo a pagar otro impuesto... ...¿quieres pasta?...yo no presto: ¡no jodas mi presupuesto!
Tras escuchar ayer el programa "LD Libros" comprendí mejor el sentido de este comentario del doctor Gago y entendí el porq
Tras escuchar ayer el programa "LD Libros" comprendí mejor el sentido de este comentario del doctor Gago y entendí el porqué de sus esmeradas descripciones de las muchachas sudorosas, reventando de juventud en la conferencia del señor Rojas. A veces uno tiene que escuchar la exégesis del autor para entender el sentido del texto. Vamos, como si fuera Juan Rulfo explicándonos las imágenes de la muerte, haciéndonos ver quién estaba vivo y quién podía estar ya seguramente muerto.