De todos los términos que abundan en la jerga política actual, quizá la palabra liberal sea la más difícil de precisar. Asociada hoy casi exclusivamente al ámbito económico, quienes la utilizan, ya sea para defenderla o para denostarla, no suelen tener en cuenta el amplio pasado de un movimiento filosófico en el que se encuadraron pensadores de lo más diversos. A modo aclaratorio, Santiago Navajas publicó hace unos meses Diez razones para ser liberal (Almuzara), libro en el que analiza las verdaderas tesis liberales con respecto a asuntos usualmente monopolizados por otras ideologías, como la justicia social o el feminismo, en el caso de la izquierda socialista, o el patriotismo, en el caso de la derecha conservadora. Hablamos con él:
Pregunta: ¿Qué significa la palabra liberal?
Respuesta: Se trata de una palabra extraña porque ha ido variando mucho de significado desde que nació. En su origen, hace siglos, en El Quijote, por ejemplo, significaba simplemente que una persona era muy generosa. Después, a partir del siglo XVIII, XIX, se concretó en aquellos que ponían la libertad como valor fundamental a partir del cual organizar la sociedad. En la Revolución Francesa se señalaron los tres valores de la modernidad: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero la cuestión está en cómo organizas esos tres valores. Si das mucha libertad, vas a tener desigualdad; si tienes mucha desigualdad, vas a tener problemas con la fraternidad. Tocqueville vio muy bien que, a partir del siglo XIX, el conflicto principal en las sociedades occidentales iba a girar en torno al conflicto entre la libertad y la igualdad. Los que anteponen la igualdad son los socialistas y los que anteponen la libertad son los liberales. La clave, de todas formas, es entender que un liberal no antepone la libertad hasta el límite de anular los otros dos valores. La prefiere, simplemente, cuando percibe un conflicto entre ellos. Una anécdota muy famosa es la de la entrevista del socialista español Fernando de los Ríos con Lenin. "Libertad para qué", le dijo el ruso. Y él, que era un socialista liberal, respondió: "Libertad para ser libres". Es decir, la libertad se justifica de por sí. No necesita otras cuestiones para justificarse.
P: Una crítica recurrente que se les hace a los liberales es que corren el riesgo de caer en el relativismo moral.
R: Es una cuestión interesante y yo en el libro la trato, por ejemplo, cuando hablo de Eva frente al árbol del Conocimiento. ¿Por qué Dios crea a los seres humanos y les da una serie de órdenes para que se comporten bien, pero al mismo tiempo les deja libertad para que puedan desobedecer? Es una paradoja. Lo que pasa con la moral es que no hay una, sino varias. Ni siquiera la moral de un católico tiene por qué coincidir al cien por cien con la de otro católico. Un liberal es aquel que no confunde su moral particular con la ética. Yo mismo tengo una serie de convicciones morales. Considero que hay ciertas cosas que están mal. Pero no le impongo mi visión al resto de las personas utilizando la fuerza. Puedo tratar de convencerlas, pero al mismo tiempo tengo la flexibilidad moral de darme cuenta de que sus razonamientos también están fundamentados en algo. La ética liberal prioriza la no imposición, dentro de lo razonable. Defiende la autonomía del individuo para desarrollar su propia moral, reconociendo que existen unos límites inesquivables. El más claro de todos es que tu libertad termina donde empieza la de los demás. Los liberales no somos relativistas porque sabemos que hay cosas que están mal. Hacerle un daño objetivo a un tercero es un límite que no se puede traspasar. Sin embargo, somos conscientes de que la gran mayoría de discusiones no son blancas o negras: están repletas de grises.
P: ¿Los liberales son los únicos que se plantean si están equivocados?
R: No digo eso exactamente. Lo que sí que suele hacer un liberal es dejar que la gente hable, antes de imponer una visión moral en base a un bien que considera prioritario. Por ejemplo, un liberal reconoce que hay prostitutas forzadas, o que hay mujeres forzadas a llevar burka. Pero antes de prohibir nada, habla con esas mujeres. Porque resulta que también hay prostitutas que ejercen libremente, y mujeres que quieren llevar burka. Ellas tienen sus razones, tú puedes no compartirlas, pero al final, si no le hacen daño a otras personas y no están siendo forzadas, quién eres tú para impedírselo. Puedes discutir con ellas, intentar convencerlas, pero, aun con todo, tarde o temprano tendrás que reconocer que hay mujeres que prefieren ser prostitutas. Igual que hay mujeres que quieren ir con burka.
P: ¿Hablamos de libertad o de libertinaje? ¿Se le presta la suficiente atención a la responsabilidad, que va ligada a la libertad, cuando se habla de estas cosas en el debate público?
R: No sé si se le presta poca atención, pero desde luego es una cuestión importantísima. Porque es así. Desde los griegos, la libertad es entendida siempre dentro del espacio público. La responsabilidad que preocupa al liberal es la responsabilidad para con los otros. Por eso, el debate acerca de los límites de la libertad es tan interesante. Y no hay respuestas claras, muchas veces. Por ejemplo, ¿es legítimo que una ciudad como Barcelona imponga restricciones a la vestimenta y prohiba que la gente vaya con el torso desnudo por la calle? ¿Qué daño hace la persona semidesnuda al resto? Pues, para empezar, puede contribuir a dañar la imagen que la mayoría de los ciudadanos quieren dar de su ciudad. En ese sentido, creo que es una medida que entra dentro de lo razonable. Las restricciones existen porque la conducta individual repercute siempre en el conjunto de la comunidad. Y si no te gustan las de ciertas ciudades, siempre puedes irte a otras. También existen restricciones a que la gente vaya completamente desnuda por la calle. Por una cuestión de higiene y por una cuestión moral. Bueno, entra dentro de lo razonable. Podrían llegar a imponerse restricciones a que las mujeres vayan con burka por la calle, porque afecta a la percepción que el resto de ciudadanos pueden tener de su seguridad. No lo sé. Un liberal no se opone a las restricciones. En general, lo que quiere es que esas restricciones sean lo más abiertas posibles. Lo que trata siempre es que los límites, antes que ser impuestos mediante la coacción, sean impuestos mediante la educación. Y, por supuesto, no es lo mismo limitar las conductas en el espacio público que intentar hacerlo en el privado.
P: Leyendo su libro se tiene la sensación de que el liberalismo defiende absolutamente todo lo que defienden el resto de ideologías, pero "de la forma correcta".
R: (Risas). Es que más o menos es así. A ver, entiéndeme. El asunto es que hay un par de temas que los liberales hegemónicos parecen haber abandonado actualmente, pero que, en realidad, fueron invenciones del liberalismo clásico, que siempre las defendió. Uno es el de la justicia social, o el del feminismo, que han sido apropiados por la izquierda; y otro es el patriotismo, que parece que sólo puede ser defendido por los conservadores. Bien. Pues yo, como liberal, los defiendo todos ellos, sólo que desde posiciones diferentes.
P: Hablemos de esos temas. Usted diferencia feminismo liberal de feminismo autoritario.
R: Sí. Vamos a ver. El concepto feminismo, en sí, significa que el hombre y la mujer son iguales en naturaleza. Filosóficamente hablando, se entiende, porque el hombre y la mujer no son exactamente iguales en términos biológicos. Nos referimos, por tanto, a igualdad en cuanto a derechos y dignidad. Pues eso es un invento de los liberales. Concretamente de Olympe de Gouge y de John Stuart Mill. Olympe, asesinada por Robespierre por ser liberal, no por ser feminista, escribió La declaración de los derechos de las mujeres. Quiso poner a la mujer en primer plano para denunciar precisamente la enorme desigualdad que existía en cuestión de derechos en esos momentos. Mill hizo lo mismo pero dando un paso más, porque fue el primero que pidió el sufragio universal también para la mujer. Es decir, hay una tradición liberal fortísima e innegable con respecto al feminismo. El feminismo de izquierdas, por su parte, viene de otra tradición completamente distinta y más antigua todavía. La del primer feminista de la historia, que fue Platón. Platón defendía que la mujer y el hombre eran iguales, lo que pasa es que su modelo político autoritario también lo llevó a su feminismo. Podríamos decir que existe una línea directa que va desde Platón hasta Simone de Beauvoir, que es la fuente fundamental de la que beben las feministas de izquierdas actuales. Simone de Beauvoir decía, por ejemplo, que había que prohibir a las mujeres ser amas de casa. Que el Estado tenía que decirle a las mujeres cómo tenían que ser, vamos. Lo que ha terminado pasando es que como la derecha nunca ha tenido demasiado peso ideológico dentro del feminismo, ha dejado el campo abierto a una izquierda que ha monopolizado el debate y convertido en indiscutibles conceptos de la ideología de género que beben de ese feminismo autoritario. Para un liberal no existe el género en el sentido fuerte de la palabra. Lo que existen son hombres y mujeres. Por lo tanto, no tiene sentido que haya cuotas, ni discriminaciones positivas. Lo que defiende el liberal es la igualdad de derechos y de oportunidades para que todo individuo, independientemente de su sexo, pueda desarrollarse moral, laboral y vitalmente como considere, sin trabas basadas en sus características personales. Que después la facultad de medicina se te llene de mujeres y la de informática de hombres no es ningún problema, porque es el resultado de la libre elección de cada uno. Pretender hacer ingeniería social para controlar todo ese tipo de factores sólo lo puede defender alguien con una mentalidad autoritaria, alguien que considera que el Estado, el rey filósofo, sabe mejor lo que nos conviene a todos que nosotros mismos. Hoy, por desgracia, en los institutos lo que se hace es un lavado de cerebro brutal a las mujeres para que escojan ciertas carreras, porque alguien ha decidido que lo que escogían libremente estaba mal. Se persigue la paridad en todos los ámbitos menos en los que los discriminados son los hombres. Es muy llamativo. En el fondo, la ideología de género simplemente es una heredera más de la mentalidad colectivista y marxista. No hay mujeres y hombres. Está La Mujer y El Hombre. Y cada miembro de cada colectivo debe responder por él si no quiere ser un alienado.
P: ¿Cómo entiende la justicia social un liberal?
R: Depende de si te alineas con Rand o con Hayek. (Risas). Vamos a ver, el problema del liberalismo hoy es que se tiene una imagen de él muy asociada a un neoliberalismo de mercado casi darwiniano, a un anarcocapitalismo salvaje, incluso. Pero eso es un error. Porque no existe un consenso con respecto a esto. Rand y Rothbard, más anarcocapitalistas, por ejemplo, consideraban que Hayek era peor que un socialista. Un traidor, casi. Porque Hayek defendía la existencia de un Estado mínimo, pero fuerte. Un Estado que ofreciese sanidad y educación pública de calidad. E incluso una especie de salario mínimo para todos. Su idea era intervenir lo menos posible en el mercado y compatibilizar cualquier ayuda con incentivos para que se trabajase. No generar parásitos del Estado, tampoco. Liberales como Walter Eucken fueron los responsables del milagro alemán de después de la Segunda Guerra Mundial. Consiguieron desarrollar un Estado liberal, pero con una fuerte vocación social, precisamente para que la gente que más estaba sufriendo tuviese algo que es fundamental para los liberales: la igualdad de oportunidades. Para eso, claro, tú tienes que dar becas, por ejemplo. Es una cosa curiosa. Con el tema de la justicia social cada cual se apropia del honor de haber inventado el Estado del bienestar. Los conservadores suelen recordar a Bismarck, y sin embargo pocos liberales reivindican que fue Gladstone, en la misma época, quien diseñó el mismo sistema pero al estilo liberal. Beberidge, del Partido Liberal inglés, fue el siguiente en dar un paso en esa línea. Podríamos argumentar, en realidad, que el Estado del bienestar es un invento liberal. En España lo que pasa es que quienes más voz tienen en el espacio público son los libertarios. La discusión real en el seno del liberalismo no está para nada zanjada. En cualquier caso, lo que sí que hace un liberal siempre es abogar por una justicia social eficiente. Una justicia social que no se pierda en subvenciones a fondo perdido. Lo que busca el liberal es la igualdad de oportunidades real, no una igualdad artificial e imposible al estilo socialista, o una anarquía de mercado que inevitablemente alimentará la desigualdad.
P: El tema es dónde poner la frontera en la intervención, ¿no?
R: Eso es. El tema es cómo intervenir el mercado de la forma más eficiente para que pueda darse una igualdad de oportunidades lo más real posible, priorizando la libertad y la autonomía del ciudadano. Adam Smith no sólo escribió La riqueza de las naciones. De hecho, su libro más importante es Teoría de los sentimientos morales. Si se leen ambos, se comprende exactamente cuál es la visión liberal. Porque una cosa es que el hostelero que te pone una cerveza no lo haga por desprendimiento altruista, sino por interés personal, pero eso no excluye que siga existiendo una empatía natural entre todos los seres humanos, y que tanto ella como los intereses personales convivan inevitablemente en el seno de cualquier comunidad. Lo que busca el liberalismo, precisamente, es transformar la fraternidad cristiana en un tipo de solidaridad que además sea eficiente. Porque cualquier otro sistema no va a poder borrar el egoísmo humano nunca. Y lo que sucede cuando no primas la libertad de todos es que no hay defensa posible cuando el más egoísta de todos termina siendo el que dirige el Estado. De todas formas, por no desviarnos, lo que es un hecho es que el pensamiento liberal se ha preocupado históricamente por la justicia social porque el ser humano siempre se ha preocupado por la gente que sufre. No hay nada más humanista que que todos tengamos acceso a la educación y a la sanidad. Y el liberalismo es humanista. Muchas veces, los liberales de hoy se dejan llevar por los economistas. Pero Adam Smith no era un economista. Era un filósofo moral. En la sociedad en la que vivimos el mercado es importantísimo, pero más importante es la sociedad civil. Para un liberal, el Estado debe estar al servicio del ciudadano. Los socialistas, por el contrario, terminan poniendo al ciudadano al servicio del Estado. Y los libertarios lo ponen al servicio del mercado. Por eso, al final, estos últimos acaban allanándole el camino a los plutócratas.
P: Siguiente tema. ¿Qué diferencia el patriotismo liberal del nacionalista?
R: Puf. Para ello habría que definir primero qué es una nación. El concepto que tenemos ahora es un invento de la Revolución francesa y hace referencia a un pacto de ciudadanos. Era la solución necesaria si se querían romper los estamentos del Antiguo Régimen. No se puede hablar de nación sin hablar de ciudadanía, y eso, también, es un invento de los liberales. Los nacionalistas, como se entiende ahora esa etiqueta, lo que dijeron es que no hay ciudadanos. Porque para un liberal, una persona puede tener una clase social determinada, unas raíces concretas, una religión, pero ninguno de esos rasgos le definen como ciudadano. Los ciudadanos son iguales ante la ley independientemente de sus circunstancias y características. Para los nacionalistas, sin embargo, lo que te define es tu lengua y tu lugar de nacimiento. Tu tierra. El liberal concibe el patriotismo de una manera más abierta porque permite que un extranjero adquiera la ciudadanía y se integre en otra nación. Por decirlo de una forma muy sucinta, el patriota nacionalista nace, el liberal se hace. Un liberal no tiene problemas con el patriotismo porque para un liberal la ciudadanía no es tan sólo un contrato, como piensan algunos libertarios. Un liberal no niega la importancia de la cultura o de las tradiciones. Entiende que en toda comunidad existen hábitos sociales muy valiosos que sirven como una especie de "pegamento sentimental" para quienes la conforman. ¿Qué lo diferencia de los nacionalistas, entonces? Pues que defiende la posibilidad del cosmopolitismo. Orson Welles pidió ser enterrado en Ronda, por ejemplo. Se hizo español por elección. Pero claro, ser español por elección tiene que ver con una serie de compromisos con unas tradiciones culturales. El hecho de que seas patriota no quiere decir que no seas cosmopolita. Los grandes artistas consiguen alcanzar la universalidad partiendo de su propia particularidad. Y esa es otra gran diferencia entre el patriota liberal y el patriota nacionalista. Porque el liberal no renuncia a unas raíces, pero no se queda sólo en ellas. No se queda sólo en su pueblo. Es consciente de la importancia que tiene la lengua y la tradición, las costumbres. Por eso puede viajar y desear integrarse en otras culturas, enriqueciéndose de ellas. Lo contrario, la visión más libertaria de la ciudadanía, no tiene en cuenta esto, así que cae en una especie de uniformidad global sin alma que, de todas formas, es imposible.
P: Siempre habrá fronteras, ¿no? Entendidas de la forma en que se quiera.
R: Es que todo es una cuestión de perspectiva. En realidad, como escribió Machado, cada uno es del patio donde se crió. Es decir, la verdadera pertenencia responde a ámbitos muy pequeños. Casi hogareños. Yo soy granadino, más que andaluz. Andalucía, en realidad, es una construcción administrativa creada en el XIX. Lo que pasa es que, que yo sea granadino no me hace pensar que ser granadino es mejor que ser gaditano, o murciano, o barcelonés. Estoy abierto a enriquecerme de lo bueno que quiera sacar de mis vecinos, de la misma forma que estoy abierto a acogerlos a ellos y a enriquecerlos yo. Jamás diré que alguien de fuera no puede ser de aquí por no haberlo mamado desde la cuna. Puede haber un japonés que sepa más de flamenco que alguien del Albaicín. ¿Por qué no? Ahora hay mucho patriotismo de pandereta y banderita. Pero no es un patriotismo real. Un patriotismo real ama y respeta, pero sobre todo multiplica. En Granada es que siempre hemos tenido grandes patriotas culturales. Lorca escribió el Romancero porque conocía perfectamente la vertiente musical de los gitanos. Hizo el festival del cante jondo para que no se perdieran sus raíces. Pero luego se fue a Nueva York y escuchó el jazz, y percibió sus conexiones con el flamenco. Lorca no habría sido capaz de escribir Poeta en Nueva York sin ser antes un andaluz de pura cepa. Porque él no era el típico cultureta de ciudad que analizaba aquello desde arriba, como si fuese un mero espectáculo. Él lo percibía desde la piel del negro. Percibía su sentimiento. Y ese es el auténtico patriotismo. Llevar la patria tan dentro que eres capaz de percibir sus remembranzas cuando sales fuera. El patriota enriquece su identidad cuando se pone en contacto con otras identidades.
P: ¿Todas las culturas son igualmente respetables?
R: La diferencia fundamental entre el relativismo multicultural y el liberalismo, que es pluricultural, pero no multicultural, es que un liberal juzga todas las culturas en base a unos principios que coloca por encima de todas ellas. Para un liberal todas las culturas son igualmente respetables siempre que no defiendan cosas que un liberal considera indefendibles. La libertad y la integridad física y moral de todos los individuos son las líneas rojas. A partir de ahí, sí que se puede decir que unas culturas son preferibles a otras. Los defensores del multiculturalismo de hoy caen en el relativismo porque en el fondo son herederos del nacionalismo alemán. Ellos no ven individuos, sino que ven culturas, es decir, bloques identitarios. Lo que sabe un liberal es que en el fondo todos somos humanos. Por tanto, todos deberíamos tener los mismos derechos básicos. El liberalismo es naturalista. Cree que todos los seres humanos compartimos una naturaleza humana común. Y por eso cualquier bebé, sea de la raza que sea, se desarrolla igual y adquiere las características propias de la cultura en la que nace y crece. Heidegger, abducido por el nazismo, negaba esto. La diferenciación de la especie humana en función de la lengua y de la sangre establece un rango inevitable, y es el germen de ese nacionalismo antiigualitario y reaccionario que todos conocemos.
P: ¿Cómo enfoca la educación un liberal? ¿Dónde está la frontera entre el adoctrinamiento y la instrucción?
R: Como siempre, la clave para un liberal es la libertad. Yo creo que cuanta más libertad tengan las familias a la hora de educar a sus hijos, mejor. Lo que pasa en España es que las familias con menos recursos están obligadas a recurrir a institutos públicos. A mí me atrae más la idea de los cheques escolares. Que el dinero destinado a educación vaya directamente a las familias y que sean ellas las que decidan a qué centro quieren recurrir. Eso no quiere decir que la enseñanza pública deba dejar de existir. Creo que es fundamental. Lo que sí debería ser es lo más neutral y objetiva posible. ¿Cómo? Pues centrándose en una enseñanza científica, supuestamente menos propensa a los sesgos ideológicos, aunque, por desgracia, cada vez más contaminada por ellos también. Más allá de eso, en cuestiones relacionadas con la ética o la política, tiene que haber una unidad. Se deberían enseñar únicamente los valores fundamentales en los que todos estamos de acuerdo. El preámbulo de la Constitución. Y debería haber unas bases educativas claras que sean comunes a todos, además. Unos exámenes con un marco general muy amplio. Evitar, en la medida de lo posible, los currículos cerrados. Yo a mis alumnos siempre les digo que les voy a explicar unos autores porque el Estado me obliga a ello, pero que si por mí fuera les explicaría otros. ¿Por qué no se pueden desarrollar exámenes generales en los que los alumnos demuestren simplemente que tienen la capacidad para exponer un punto de vista con respecto a un tema basándose en los autores que prefieran? Lo que tenemos en España, por ejemplo, es que los profesores que han diseñado los currículos son idealistas. Estudiamos fundamentalmente a Platón y a Descartes. ¿Por qué no a los materialistas? ¿Por qué no a Aristóteles y a Santo Tomás? Pues por simples preferencias subjetivas. El tema es todavía más sangrante si descubrimos que quienes se encargan de diseñar estas cosas están sometidos a la ideología. A mí no me dejaron entrar en la comisión por no ser mujer, por ejemplo. Tenía que haber paridad.
P: ¿Hay adoctrinamiento en las aulas?
R: Sí. Las cosas como son. Por desgracia, ahora mismo hay un adoctrinamiento claro y manifiesto. Los centros educativos están muy sesgados hacia la izquierda y hacia la ideología de género. Hasta unos niveles alucinantes, además. Lo que se dice desde hace tiempo, que muchos jóvenes se están haciendo de Vox, yo lo llevo viendo desde hace años. Y es por pura reacción. Hay muchos profesores que son gramscianos. Creen que su deber es adoctrinar a los chicos. Están hartos de decirle a los chavales que las mujeres son mejores que ellos. Y llega un momento en que los chavales ya no pueden más. Les comen el tarro absolutamente. En todos los institutos hay comités de igualdad que solamente se preocupan por cuestiones de desigualdad que afecten a las mujeres. Los chicos están discriminados sistemáticamente. La mayor parte de las matrículas de honor deben ir para las chicas, la mayor parte de los partes de expulsión, para los chicos. Pero curiosamente de eso no se preocupa nadie. Bueno, yo lo que digo es que ese camino es contraproducente. Sirve para crear fanáticos de tu sesgo, pero también fanáticos del contrario, aupados por la reacción. Más útil me parece buscar que los chavales desarrollen sus capacidades para pensar y, a partir de ahí, que puedan afianzar sus convicciones libremente. Si quieren ser nazis, por ejemplo, yo nunca les digo que no lo sean. Lo que les digo es que vamos a leer a los mejores nazis. A Heidegger y a Schmitt, por ejemplo. Y vamos a leer también a sus críticos. Y, a partir de ahí, pueden seguir siendo nazis si quieren, pero al menos sabrán por qué lo son. Lo mismo con el comunismo. Leamos a Marx y a Lenin. Vamos a comparar el Mein Kampf con El Estado y la revolución. Vamos a leer también a los liberales. Y después de eso, si quieres decirme que quieres exterminar a los burgueses, o a los judíos, al menos quiero que me lo sepas defender con argumentos, datos y conocimientos de las fuentes que alimentan tu ideología. Prefiero a chavales que sepan pensar, en definitiva, que a borregos iletrados que encima se creen en posesión de la verdad.