A un demócrata se le deberían poner los pelos de punta cuando oye decir que la más descriptiva novela sobre un totalitarismo integral, 1984, de George Orwell, resulta "ofensiva" y "perturbadora" (o "molesta") para los estudiantes universitarios. El mensaje aparentemente "inofensivo" ha sido proyectado por la Universidad de Northampton, según dieron a conocer varios periódicos ingleses el pasado mes de enero y recogido en su día Libertad Digital.
Otras obras relevantes han sido igualmente consideradas por el complejo gerencial universitario de Northampton como potencialmente ofensivas, molestas o perturbadoras. Por ejemplo, se han citado Final de partida, de Samuel Beckett; V de Vendetta, de Alan Moore y David Lloyd; la escrita por Jeanette Winterson, Sexing the Cherry e incluso la obra de Mark Haddon, El curioso incidente del perro a medianoche. A este último se le acusa de perturbador por contener su libro "la muerte de un animal, capacitismo (discriminación de discapacitados), discapacidad y lenguaje ofensivo".
En otras universidades del Reino Unido, se emiten asimismo admoniciones parecidas. Los estudiantes de la Universidad de Salford recibieron una "advertencia de activación" sobre Jane Eyre de Charlotte Brontë y Grandes esperanzas, de Charles Dickens. En la de Northampton, la advertencia se ha producido en el módulo Identidad en construcción, en el que se informa de que "aborda temas desafiantes relacionados con la violencia, el género, la sexualidad, la clase, la raza, los abusos, el abuso sexual, las ideas políticas y el lenguaje ofensivo'.
Pero, claro, al lanzar sus dardos "progresistas" sobre la universal obra antitotalitaria de Orwell, se ha provocado un escándalo, que debería ser mucho mayor de lo que hasta ahora ha sido. Los argumentos aportados por los impulsores universitarios no han sido menos escandalosos. Un portavoz de la Universidad, la número 101 de las 121 británicas, dijo a Daily Mail que es necesario advertir a los estudiantes sobre contenidos violentos, especialmente violencia sexual, los abusos domésticos o el suicidio. ¿Eso es todo lo que contiene 1984?
Sabido es que Orwell, cuyo verdadero nombre era Eric Arthur Blair, fue durante años un simpatizante republicano e incluso militante de la causa comunista. Durante la guerra civil española participó formando parte de los grupos vinculados al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), formación trotskista con influencia anarcosindicalista. Su experiencia de la aniquilación de las izquierdas no comunistas en Cataluña y de la violencia general desenfrenada influyó en su posterior cambio ideológico y vital.
Muchos creerán que el ataque de la progresía universitaria o periodística a la obra de Orwell es novedoso, pero nada más lejos de la realidad. Los colectivos que la vertebran, habitualmente anclados en las nuevas y polimórficas variantes del marxismo y más que probablemente sembrados de organizadores comunistas, nunca perdonaron al autor de obras como Rebelión en la granja, explícitamente antisoviética, su deserción ideológica y haber contribuido al descrédito moral y político de sus movimientos en todo el mundo. Por ello, esta nueva acometida es cualquier cosa menos "inofensiva".
Delator de comunistas
Los ataques sufridos por Orwell y su obra han sido tan colosales que han provocado reacciones de defensa asimismo extraordinarias. Como es habitual en estos casos, las agresiones, poco eficaces y sostenibles en su vertiente argumental, se han convertido en agravios ad hominem en los que el debate sobre el totalitarismo se ha reemplazado por ofensas a la persona y a la verdad. En una de las más duras estrategias para deshonrar a Orwell, se le llegó a acusar de delator de comunistas al servicio británico de inteligencia del Foreign Office.
En España, el diario El País y su columnista Eduardo Haro Tecglen (que incluso se refiere a listas entregadas supuestamente por Orwell a Estados Unidos, pero asimismo El Mundo y otros medios), se hicieron eco de esta demostrada calumnia. Resulta curioso el caso de Tecglen que fue "falangista, estalinista, demócrata y republicano" y que se metamorfoseó, como tantos otros, en martillo de los herejes anticomunistas.
"Con razón no pueden entender estas gentes que hayamos abandonado la izquierda algunos que tuvimos un pasado comprometido. No pueden imaginarse hasta qué punto nos produce repugnancia el hedor que despiden muchos de los compañeros que tuvimos en aquel viaje que hubo que hacer en las condiciones peores, con los modelos más detestables y, de forma muy especial, en compañía de algunas personas que parecen haberse convertido en los pozos negros de nuestra sociedad".
La cita es de Cesar Alonso de los Ríos, autor de Yo tenía un camarada, libro en el desvela los orígenes y las relaciones falangistas de muchos mascarones de la izquierda socialcomunista española. Pero el que incluye esta cita en su artículo es el propio Haro Tecglen, que fue muy bien contestado por mi cada vez más admirado Fernando Savater.
Respondió el filósofo: "Dice Haro Tecglen (Libertad negativa, 2-IX-04) que "resurgen formas de devaluar la izquierda". Y digo yo que una de las más notorias es la tendencia a propalar falsedades de algunos de sus paladines. George Orwell jamás entregó "listas de comunistas clandestinos a Estados Unidos" ni a nadie. Quien se interese por esa fastidiosamente reiterada calumnia puede leer el capítulo séptimo de Orwell's Victory de Christopher Hitchens (Penguin, 2003)." Y añadió que Haro era un inepto incapaz siquiera de urdir una calumnia.
La supuesta delación de Orwell, contenida, se afirmó y se difundió, en una lista con 38 nombres, fue recuperada, que no descubierta, por The Guardian, diario que hoy, no tanto antes, abandera la neo-polizquierda en el Reino Unido. Acaba de saberse que recibe dinero por publicar artículos contra la malvada carne detestada por nuestro ministro comunista Alberto Garzón, el gobierno de Pedro Sánchez (según el día) y los cabezudos de la agenda 2030 como Bill Gates.
Allí, Timothy Garton Ash, que, curiosamente, recibió el premio Orwell de periodismo en 2006, escribió:
"Allí está, por fin, la copia de la lista de George Orwell de presuntos criptocomunistas y compañeros de viaje que en realidad entró en los archivos de un departamento semisecreto del Foreign Office el 4 de mayo de 1949".
La noticia de la "delación" del escritor anticomunista voló de forma inmediata y se relacionó con la desclasificación de documentos secretos del gobierno británico.
En realidad, como todo el mundo sabía, el asunto de la lista de Orwell ya fue incluido en la biografía que escribió sobre Orwell Bernard Crick, publicada en 1980. Es uno de los datos que da en su libro La victoria de Orwell, el ya citado Christopher Hitchens, a quien aludió Fernando Savater en su denuncia de la manipulación de Haro Tecglen. Niega asimismo que la lista (que puede consultarse como archivo FO 1110/189 en los Archivos Nacionales Británicos) fuera una "lista negra" al estilo de sus homólogas laborales tan frecuentes, dice, en Gran Bretaña.
Cuenta Hitchens que, en realidad, la lista elaborada por Orwell nunca fue encargada por el servicio de inteligencia británico. Fue consecuencia de su relación, para él amorosa aunque no correspondida, con Celia Kirwan, que era cuñada del también sobrevenido anticomunista eminente, Arthur Koestler, y que acababa de empezar a trabajar para el Departamento de Información e Investigación del Foreign Office.
En aquella conversación sostenida durante la hospitalización del escritor el 29 de marzo de 1949, hablaron de la "necesidad de reclutar socialistas y radicales para luchar contra los comunistas", cuyos métodos implacables había conocido el escritor en España. Tal vez no tuvo mucha idea de qué fue la Guerra Civil España y qué representó para él y para el mundo. Federico Jiménez Losantos lo moteja de "trotskista sonámbulo" y no le perdona la deformación sistemática o la ocultación cómplice de lo que vio en Cataluña.
De ahí surgió la posibilidad de confeccionar una lista de izquierdistas, aparentemente presentables y de buena reputación, pero en los que no se podía confiar porque se trataba de gente que podía estar seducida por el régimen estaliniano. La suya fue una lista concebida para distinguir a aquellos en los que podía confiarse de los que no en la lucha contra el comunismo.
Una semana más tarde de la visita de su amada Celia, el 6 de abril de 1949, Orwell pidió por carta a su amigo Richard Rees que encontrara y le remitiera su "cuaderno en cuarto con tapa de cartón azul claro" en el que había "una lista de criptocomunistas y simpatizantes que quiero actualizar". O sea, jamás fue un encargo del gobierno británico aunque, posteriormente, llegara a sus manos.
Se sabe que Orwell tenía al menos otra lista con los nombres de antiguos simpatizantes y colaboradores del nazismo. Pero para la propaganda negra de la izquierda, tal lista no interesaba. Sólo se mencionaba la lista de los "criptocomunistas" que, para los cerebros del nuevo agit-pro, era la única lista "equivocada". La lista tenía exageraciones y falta de información precisa, pero también aciertos.
En la relación que mandó a Celia Kirwan el 2 de mayo de 1949 relacionó a los que "en mi opinión son criptocomunistas, compañeros de viaje o con dicha tendencia y no se debería confiar en ellos como propagandistas", que era la finalidad de la propuesta. The New York Times la publicó en 1998 con agrios comentarios, por cierto, sobre el escritor.
Uno de aquellos nombres, por ejemplo, era el de Peter Smollett, que Orwell incluyó como agente soviético de algún tipo. "En efecto, Smollett era un agente soviético con todas las de la ley, cuyo nombre en clave era «Abo», reclutado con ayuda de Philby en 1939. Además, según Timothy Garton Ash, Smollett fue casi con toda certeza el oficial gracias a cuya recomendación el editor Jonathan Cape descartó Rebelión en la granja por ser un texto enfermizamente antisoviético". Larga mano la del Kremlin que, al final, no pudo evitar su publicación.
Quien escribió este texto anterior fue nada menos que Boris Volodarsky, ex agente soviético y autor del libro El caso Orlov, donde se cuenta la tortura y el asesinato de Andreu Nin, líder del POUM, por orden de Alexander Orlov, nombre falso de un agente de la NKVD (antecedente del KGB), jefe de las checas comunistas, encargado del caso por Moscú. Su nombre real era Lev Lazarevich Nikolsky (alias Alexander Mijáilovich Orlov, cuyo nombre en clave era «Schwed»).
Digamos que la calumnia en torno a la lista de Orwell, creció tanto que los editores franceses del escritor- Éditions Ivrea y Éditions de L´Encyclopédie des Nuisances -, respondieron con un pequeño libro titulado George Orwell ante sus calumniadores (1997), que apareció en castellano en 2003 y 2004, poco después de que The Guardian afirmara haber encontrado la legendaria lista, publicado por la editorial Félix Likiniano Kultur Elkartea de Bilbao.
En la nueva edición de 2014, los editores franceses dicen: "Que tengamos ahora que reeditar este panfleto en defensa de George Orwell, diecisiete años después de su primera aparición, demuestra hasta qué punto la falsificación se ha convertido en norma y la mentira en noticia del día. Como escribiera el mismo Orwell: "Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente".
Precisamente uno de los más ardorosos defensores de Orwell en España, Javier Rodríguez Hidalgo, escribe el prólogo a esta reciente edición que refuta, de nuevo y minuciosamente, la batería de deformaciones y calumnias vertidas contra el autor de 1984 desde el "descubrimiento" en 2003 de una lista cuya existencia ya era conocida, como se ha destacado, desde 1980.
Añadamos ahora que desde 1996 se hizo correr el rumor, debido a la desclasificación de ficheros secretos de los servicios secretos británicos, "de que Orwell había presentado una lista de sospechosos de simpatías estalinistas a las autoridades británicas para proceder a una caza de brujas que, dicho sea de paso, no existió", deja claro Rodríguez Hidalgo.
Jaime Semprún Maura, admirador de Orwell, lo contó así en su libro El Abismo se repuebla: "una buena mañana nos hablan de la poca credibilidad de las opiniones de Orwell, ya que este habría sido una especie de informador de los servicios secretos ingleses.. ". Y recuerda el titular del periódico francés que publicaba la noticia: "Orwell como chivato anticomunista". Así empezó.
Ahora nos hemos levantado con la noticia de que 1984, una de las obras más beligerantes contra el totalitarismo, especialmente el comunista, es un libro cuya lectura puede afectar seriamente la sensibilidad identitaria de los estudiantes de la Universidad de Northampton porque describe y desmenuza el horror total de la sociedad cerrada y dictatorial del Gran Hermano. Habrán comprendido ya que no resulta nada "inofensivo" que la granja progre, que cada vez es más grande en las universidades europeas y americanas, se rebele considerando "ofensiva", "perturbadora" o "molesta" la denuncia de Orwell, denuncia que sigue siendo indigesta y odiosa para el socialcomunismo creciente y su séquito de compañeros de viaje. Lo de que 1984 puede impulsar el amor a la libertad y la convivencia en sociedades abiertas y democráticas ni se les habrá ocurrido. ¿Por qué será?