Cuenta a LD el director de Zenda, Leandro Pérez (Burgos, 1972), que, yendo al hueso, al mínimo común múltiplo de su novela, uno se topa con un verso de Sabina: "Lo que pudo pasar y no pasó". Porque La última noche de Libertad Guerra transcurre en una España ficticia, dictatorial y bastante puñetera, siendo suave, en la que ha triunfado el golpe de Estado del 23-F. La idea es buena –también su ejecución– y original. Sin embargo, el autor resta importancia a la cosa y reivindica a su protagonista, una periodista de Pueblo joven, demócrata y tirá p’alante que se enamora de un actor al que confunden con un terrorista y, en fin, mejor no desentrañar nada más. El libro va, como decía El Cordobés, "como una pava": la prosa es efectivísima, la trama es sólida y adictiva, y los personajes se ganan el cariño –y el desprecio, según, claro– del lector. Conversamos no lejos del antiguo Rock-Ola, el "Templo de La Movida", hoy metamorfoseado en gimnasio low cost.
P: Señor Pérez, ¿qué recuerda del 23-F? Del real, quiere decirse.
R: Recuerdo muy poco: ver la televisión y no estar pendiente de los dibujos animados. Poco más, lo tengo difuso. Recuerdo, sobre todo, que al día siguiente era el cumpleaños de mi abuela y que se celebró.
P: De haber triunfado el golpe, ¿España se hubiera convertido en el país que aparece reflejado en su novela?
R: No. Mi novela es una ficción, no una reconstrucción histórica especulativa. Quiero pensar que, si hubiera triunfado el 23F, al cabo de muy poco tiempo, las aguas hubieran vuelto a su cauce, que hubiera vuelto la democracia. Que los españoles que, al día siguiente, reaccionaron manifestándose, se hubieran manifestado de todas formas; que Europa hubiera apoyado a la oposición… Especular es muy fácil. La realidad está muy bien como está.
P: En el arranque, señala que hay una cuarta España, la de la imaginación. ¿Le gusta esta España? ¿Se siente cómodo en ella?
R: En el mundo de la ficción sí. También pienso que, por ponerme un poco exquisito, toda España que imita al pasado a través de la novela hace, a su manera, una ucronía y una ficción. Por mucho que digas que una novela histórica se ciñe escrupulosamente a los hechos, en el momento en que hay personajes ficticios que dialogan y actúan, ya no estás haciendo historia, estás haciendo otra cosa. Yo marco más los límites y me invento que ha triunfado el 23F, pero sin dejar de hacer literatura, una novela.
P: Una novela que se ubica en Madrid, Baracaldo, Burgos y Lerma. ¿Por qué ha elegido estos escenarios?
R: La novela tiene un punto de road movie, como ya lo tenía Don Quijote de La Mancha. En la novela, yo sigo los pasos de Libertad Guerra. Yo soy Libertad Guerra, su mirada es la que está en el libro y, al seguir sus pasos, imaginé que ella, sí o sí, tenía que ser de Lerma, de una villa ducal como Lerma. Luego, el resto tiene que ver con la trama. En la trama, ella no se queda quieta. Ni siquiera en Madrid: ella camina por Madrid continuamente.
P: La protagonista se llama "Libertad Guerra". Supongo que el nombre no es inocente.
R: El nombre es culpable (risas). El nombre es el que tira de la novela: antes de escribir, ya tenía el nombre. Se me ocurrió pensando en el Rock-Ola, en que hay una periodista musical que está viviendo La Movida, y a la que le pasan cosas que no le podrían pasar en La Movida que vivieron, qué sé yo, Alaska, Almodóvar y compañía. Pasan otras cosas. De ahí viene el triunfo del golpe de Estado y que nazca Libertad Guerra con ese nombre y ese apellido. Es una mujer libre y guerrera. Hace honor a su nombre.
P: ¿Cuán difícil es, para un hombre que ronda los cuarenta y diez, ponerse en la piel de una mujer de 21 años?
R: Es igual de sencillo que hacer una novela protagonizada por un hombre de cuarenta o sesenta. O por un niño. Cuando te pones a escribir, te dejas guiar por tus personajes. En cualquier novela, escrita por un hombre o una mujer, encuentras personajes masculinos y femeninos. Si el escritor es bueno, son reales. Verosímiles. Eso es la historia de la literatura. Y me vale para cualquier creación: para el cine, para las series… A la hora de crear un personaje, da igual el sexo o la edad. Tú lo construyes y, a partir de ahí, fluye o no fluye.
P: Libertad trabaja en un Pueblo vaciado de, entre otros, Arturo Pérez-Reverte, Raúl del Pozo o Julia Navarro. ¿Por qué Pueblo?
R: No quería que fuera un periódico actual. Creo que, de los que han desaparecido, el más mítico, el más romántico, es Pueblo. Tiene ese punto de que a los periodistas que no hemos pasado por allí nos interesa. Es más, ya en Las cuatro torres, que no es una ucronía, hice que el periodista que está detrás de la investigación de quién es el topo del Real Madrid fuera de Pueblo. Es un guiño muy mío.
P: Al principio de la novela, Libertad dice: "Lo que hagamos nosotros, los de Cultura, se la sopla a los censores". Ya sea en dictadura o en democracia, ¿la sección de Cultura es la prima pobre del periódico?
R: Ella lo dice, pero no es verdad. Se cuenta en la novela que Cortázar va a visitar Madrid, cosa que ocurrió en la realidad, y, en esta novela, Cortázar no es admitido en España en ese momento. Con lo cual, lo que tienen que decir los intelectuales y los escritores es importante, y la cultura es la base de todo. Otra cosa es que, a veces, los periódicos y los medios no le den la importancia que merece.
P: Libertad es una periodista musical a la que le gustan, entre otros, los Stones, los Doors, Dylan, Springsteen, Burning o Leño. ¿La banda sonora de la novela es la de su vida –al menos, la del periodo en el que transcurre la trama–?
R: En muchos casos sí, pero ella tiene sus propios gustos musicales. Ella es más rockera que yo. Está muy anclada en el 81. Para mí, los ochenta son Sabina y Pink Floyd. Pink Floyd no aparece por aquí. Ni, obviamente, la música de los noventa o actual que me gusta. Me he puesto en su piel y la he visto rockera más que popera, por ejemplo. También la he visto que viene de un mundo en el que la música pesa mucho también. Por ejemplo, ella tiene mucho oído musical y se acuerda de Mari Trini o de Serrat.
P: Me gusta mucho el momento en el que Imanol canta "The Partisan" de Leonard Cohen. No es una canción cualquiera.
R: Nada es casual en una novela. En ninguna novela. A quien ha escuchado "The Partisan" le encaja perfectamente en el puzzle de la trama. La novela se abre con unos versos de Miguel Hernández que ha cantado Serrat. A mucha gente, esos versos le suenan más por Serrat que por Miguel Hernández. Todo eso está más o menos meditado, aunque uno improvisa mucho cuando escribe. Es parte de la maravilla que es escribir: vas improvisando, vas encajando piezas, corrigiendo… y nada es casual, aunque todo lo es a la vez, ¿no? (Risas)
P: Antes de que se me olvide: ante todo, La última noche de Libertad Guerra es una novela de amor, ¿verdad?
R: Para mí, sobre todo, es una novela de amor. Yo huyo de encasillarla como una ucronía. Me parece una palabra técnica que a la gente le entra por un oído y le sale por otro. Igual que distopía: ahora está muy de moda llamar distopía a todo, incluso a lo que no lo es. Esta, sobre todo, es la novela de una mujer que se enamora de un hombre al que se llevan en un furgón, que siente que tiene que buscarle porque el flechazo le ha perforado. ¿Es una novela romántica? Ponle la etiqueta que quieras, pero es una historia de amor, sí.
P: "En todas las partes te busco / sin encontrarte jamás, / y en todas partes te encuentro / sólo por irte a buscar" (Antonio Machado). ¿Cómo se encontró con La última noche de Libertad Guerra?
R: Me encontré con Libertad. Es tener a un personaje que crees que puede tirar, narrativamente, de ti durante mucho tiempo. Una vez que lo tienes, te dejas seducir por él y estás dos o tres años de tu vida viviendo tu vida, pero también viviendo su vida. Todo eso es complejo y, a la vez, fascinante. Y me ha encantado. Y no sé si escribiré más historias con Libertad Guerra, la verdad. No sé qué más será de ella.
P: ¿Cree que este es su mejor libro?
R: Es mi novela más ambiciosa en el mejor de los sentidos. Literariamente, aquí he sido más libre escribiendo. He dejado que sea ella la que escriba y no he estado ceñido por una tercera persona, como en las novelas sobre Juan Torca. Incluso, al ser una mujer adulta, y no un adolescente de catorce, como Kolia, me he dejado llevar más, he sido mucho más libre escribiendo. Modestamente, creo que es una novela más redonda que las anteriores, pero el lector es el que tiene la última palabra.