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Itxu Díaz

En memoria del hombre más divertido de América

Ha muerto P. J. O'Rourke. Fue, ante todo, un hombre libre.

P. J. O'Rourke | YouTube

Uno de los grandes problemas del liberalismo es que es aburrido. Y lo es porque la economía es aburrida, excepto para un reducido grupo de fanáticos capaces de poner los ojos en blanco frente a una hoja de Excel. Por eso fue tan importante la labor de P. J. O’Rourke, que hizo más por divulgar el pensamiento liberal que todos sus maestros juntos. ¿Serías capaz de partirte de risa leyendo La riqueza de las naciones? Él lo consiguió, desgranándolo y haciéndolo tan divertido como actual. Años antes había logrado una hazaña similar con su tratado de economía Eat The Rich. Pero hablamos de un escritor que no ha necesitado más que una frase para dinamitar la farsa comunista: "En China no hay forma de conseguir buena comida para llevar a casa, y en Cuba los habanos están racionados. Eso es todo lo que necesitas saber sobre el comunismo"; que retrató al Estado que adoran los socialdemócratas: "Dar dinero y poder al Gobierno es como dar whisky y las llaves del coche a un adolescente"; o que fue capaz de hacernos sonreír en 2008, mientras anunciaba que le habían descubierto un tumor maligno: "Me han diagnosticado cáncer, de un tipo muy tratable. Me han dicho que tengo un 95% de probabilidades de sobrevivir. Ahora que lo pienso, como sabueso que bebe, fuma y consume grasas saturadas, mis posibilidades de supervivencia han mejorado debido al cáncer".

Ha muerto P. J. O’Rourke. Sobrevivió a aquel cáncer anal ("¿Debería pedir a Dios un cáncer más digno? ¿Páncreas? ¿Hígado? ¿Pulmón?") pero no al de pulmón. Ha muerto el tipo que después de narrar, bajo bombas y atentados, todas las guerras divertidas de los 80 y 90 decidió hacer exactamente lo contrario: se instaló en una zona rural de Nueva Inglaterra para vivir lo más alejado posible de las cosas sobre las que escribía. Era, según The Wall Street Journal, el escritor más divertido de América.

Fue, ante todo, un hombre libre. Beatnik-hippie melenudo en los 60, dedicó el resto de su vida a divulgar una derecha libertaria, a reírse de su propio pasado, a hostigar a la generación de los boomers ("cada generación encuentra la droga que necesita") y a poner a demócratas y republicanos ante su propio espejo: "Los demócratas son el partido que dice que el Gobierno te hará más inteligente, más alto, más rico y eliminará las malas hierbas de tu césped. Los republicanos son el partido que dice que el Gobierno no funciona. Después son elegidos y lo demuestran". Americano como pocos, fue célebre su cabreo cuando pasó un mes en Europa ("Estoy harto de estas nacioncillas de juguete. Si escupes hacia delante, seguro que la saliva tendrá que pasar por la aduana"), y no logró un solo cubito de hielo de un tamaño digno para sus cubatas, nunca dudó en reírse de los tópicos de su propio país o de su política exterior: "Dondequiera que haya injusticia, opresión y sufrimiento, Estados Unidos aparecerá con seis meses de retraso y bombardeará el país de al lado".

Nunca he ocultado que P. J. O’Rourke ha sido mi mayor influencia durante décadas, por ese talento inigualable para explicar asuntos complejos a través del humor, y me llené de orgullo en 2015 al compartir por azar, durante unos meses, primera plana con él en The Daily Beast, donde yo contaba los líos de España y él firmaba sus hilarantes columnas. Cuando el pasado año, gracias a mi estreno en la National Review, arribé en The American Spectator con dos columnas satíricas semanales, sentí como nunca la reverencia de pisar el mismo suelo que él pisó durante décadas, haciendo virales sus artículos de La lista de enemigos mucho antes de que los niñatos prematuros de Silicon Valley fumaran sus primeros canutos en un garaje lleno de trozos de ordenadores e idearan las redes sociales.

Por alguna inexplicable razón –que, Dios me asista, estamos cerca de solventar–, casi no ha podido leérsele en español, más allá de un par de traducciones más descatalogadas que los cromos de Butragueño. Quizá él lo veía de otra forma:

Uno de los problemas de ser escritor es que todas tus idioteces todavía están impresas en alguna parte. Apoyo firmemente el reciclaje de papel.

Amigo de Hunter S. Thompson, O’Rourke fue el más digno heredero del corrosivo H. L. Mencken, inventó las modernas revistas humorísticas con la National Lampoon, desde cuyo espectáculo teatral lanzó la carrera del inolvidable John Belushi, y fue el único reportero bélico capaz de enviar crónicas etílicas y descacharrantes desde el epicentro del terror; no por casualidad debutó como tertuliano en el Wait Wait...Don't Tell Me de Peter Sagal el 11-S, porque en el programa necesitaban con urgencia a alguien capaz de "ser gracioso hablando sobre cosas terribles". "La seriedad", firmó en Age and Guile, "es la estupidez enviada a la universidad".

Escribió un legendario manual de malos modales, firmó también en los 80 la guía del perfecto soltero, que se editó aquí bajo el título Cómo tener la casa como un cerdo, fue un apasionado de los coches, inventó la figura del humorista de investigación para la Rolling Stone y medió a su manera en la guerra de sexos:

Hay una serie de dispositivos mecánicos que aumentan la excitación sexual, especialmente en las mujeres. El principal de ellos es el Mercedes-Benz 380SL Convertible.

Al final, lo peor de la muerte de alguien que se ha dedicado a hacer reír a los demás es que sus más célebres citas le sobreviven, ya convertidas en humor negro. Quizá por eso todos sus seguidores nos preguntábamos el martes qué estaría leyendo P. J. O’Rourke, pues fue él quien hizo célebre eso de "lee siempre algo con lo que vayas a quedar bien si te mueres a la mitad". Como sea, guardaré para el recuerdo el momento en que un mensaje me avisaba de su muerte, porque levanté la cabeza hacia el televisor y marcó el gol Mbappé. No sé cuál de las dos bromas me pareció más macabra, aunque con O’Rourke ni siquiera nos queda el consuelo de verlo el año que viene jugando en el Real Madrid.

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