No, no hay muchos libros que aniden a los alcaudones en su título, ni en plural ni en singular. Sólo por eso ya es sugerente el libro de Jesús Fernández Úbeda, que ya ha sido tratado en esta sección de Cultura de Libertad Digital, Estado incivil Concierto de alcaudones. Pueden buscar en el catálogo de la Biblioteca Nacional y lo comprobarán. Pero hay algunos. Incluso de poesía, como veremos.
Antes, hablemos un poco del libro que da pie a este artículo. No lo compré porque fuese un colega de medio y de columna aunque soy devoto de la poesía. Decidí leerlo por lo de los alcaudones, unos pajaritos aparentemente inofensivos como el gorrión aquel de Juan Manuel Serrat, pero que orquestan todo un ajedrez antropo-ornitológico con sus blancos y negros, sus luces y sus sombras, sus bondades y maldades, su belleza y su horror.
Hasta carniceros se les ha llamado. O desolladores. O verdugos (tal vez por unas manchas negras). También se les presenta como piratas del bosque. Empaladores a lo Vlad III Drácula, el transilvano, podrían ser considerados por cómo diseñan su despensa clavando a sus presas en las púas de espino o del rosal. Imitadores les llaman otros por seducir con plagiarios cantos a las aves que quiere cazar. Los primeros húngaros veneraban al turul, que era un alcaudón.
Incluso, lo he leído, les llaman exageradamente los Hannibal Lecter de las aves. Fíjense, a ellos, a esos "cabezorros" a los que se domestica fácilmente. Sin embargo, su mala fama es universal. En Estados Unidos, se les identifica incluso con Satán porque sus víctimas yacen en posiciones parecidas a los crucificados. Eso dice Harold Bloom en su ¿Cómo leer y por qué?
Benignos para los agricultores, son perversos para los pequeños vertebrados, jilgueros y otros pajarillos incluidos, e insectos (capítulo 44 de El hombre y la tierra, del siempre sugerente Rodríguez de la Fuente). Están peor armados que una rapaz pero son mucho más letales que un pardillo, una alondra o un pinzón. Algo más pequeños que un mirlo, tienen mayor tamaño que el verderón.
Tal vez asistimos a una aladagoría del autor de un libro en el que pueden encontrarse versos que vuelan junto a versos que pican, versos que juegan con versos que atacan, versos que iluminan y versos que ensombrecen, versos que residen en versos que se largan, e incluso versos que momifican con versos que vivifican. Contrarios. Opuestos. Ajedrez rimado al derecho y al revés en el palacio de la aldea global.
Este estriptis de tercera
profana la torticera
barrera que corrompe la ficción.
Son más de cien los embustes,
posverdades, desajustes,
que muestra en su cantar el alcaudón.
(O sea, digo yo).
No me alargaré mucho más sobre este libro de versos porque Enrique Bunbury lo ha definido con precisión en su Prólogo: "Es un magnífico y equilibrado encuentro entre la poesía tradicional, la que ya ni se lleva ni se publica, y las temáticas y el trasfondo de la modernidad de nuestro tiempo. La palabra de académico riguroso y el vocabulario suelto y libre de la calle y la realidad virtual. Poemas escritos con ritmo musical frenético, que beben las veces —muchas— de formas clásicas (el soneto, la décima, el quinteto ... ) y, otras, se desmadran libremente, como caballos desbocados, cabalgando al encuentro de la rima y el recitado en alta voz".
Quiero escribir de algunos alcaudones, cazadores o presas de la literatura (por los versos de Úbeda y gracias a ellos) que he encontrado. Ha dicho el autor que hay tres variedades de alcaudones en España. El llorado Aquilino Duque anotó alguna más en su estudio de El mito de Doñana (alcaudón núbico, cabecinegro y frontiblanco, de flancos rojizos y larga cola negra).
Primero, los libros que llevan alcaudón o alcaudones en el título o, al menos, en el de un poema. He encontrado tres. El XVI Premio internacional de poesía Ateneo Jovellanos fue a parar al libro de Aurora García Rivas, La sombra del alcaudón. No lo he leído del todo pero en él escribe: "Y tú tan lejos/y yo tan cerca de la noche/abriendo las ventanas/al vuelo predador del alcaudón".
Hay dos estrofas de 1839 de Henry David Thoreau que, en sus Poemas, titula El alcaudón: "Escucha, escucha, desde la niebla más densa/ trina con fuerza y vigor/el intrépido alcaudón, todo anhelante/ por sacarle partido a la niebla".
Hay otro poema de Silvia Plath, premio Pulitzer póstumo por sus Poesía completa en 1982, que se llama El alcaudón (1956, poema 26) y expresa: "Cuando ésta (el alba alborotadora) con su rostro de alcaudón/ se abate para abrir a picotazos esos párpados sellados, y comerse/ las coronas, el palacio, todo".
En su Poesía Completa 1970-2000, Leopoldo María Panero escribe un poema dedicado a Vicente Aleixandre que tituló El alcaudón en lucha con la serpiente. Y firma: "Hay sangre en el jardín qué importa de quién sea/El granizo golpea las puertas las ventanas/No acudió la serpiente al llamado de Orfeo/No acudió Carlomagno al son del Olifante".
Los alcaudones son pájaros literarios, elucubra Jesús Fernández Úbeda:
Mato el tiempo en una jaula
con un techo de cristal.
Tengo a modo de jacuzzi
una pila bautismal,
una corona de espinas
donde anida un alcaudón
que palia su tosferina
desmontando un corazón.
No lo son tanto, por ahora. Pero podrían serlo. Aristóteles y Claudio Eliano, entre otros, ya sabían de los alcaudones. Pero uno creía que comía lo mismo que los mirlos, blancos o negros, y el otro imaginaba que lo de la imitación de los cantos de otros pájaros era cosa del arrendajo.
En la exégesis de El Corán que, en el siglo XIII, hizo Al-Qurtubi, puede leerse: "Luego cantó el alcaudón y dijo: ‘¿Sabéis qué dice?’ Dijeron: ‘¡No!’ Dice: ‘¡Pedid perdón a Alláh vosotros pecadores!’ Y de ahí que prohibiera el Mensajero de Alláh matar a ese pájaro" (también libró a la abeja, a la hormiga y a la abubilla). Y añadió: ‘"Se ha dicho que el alcaudón fue el que indicó a Adán el lugar de la Casa y fue el primero que ayunó, por eso se conoce al alcaudón como el ayunante". Otro alias.
Hasta en la vida del pícaro Estebanillo González se habla del alcaudón: "Vendíme por natural de Alcaudete, picaba a todas horas como Alguacil, y cantaba a todas horas como el alcaudón". Eso sí, seguramente para contribuir a hacerse "padre de Damas, defensor de criadas, y amparador de pobretas."
Sigamos volando de rama en rama. Alejandro Dumas, en La reina Margot, cuenta que en la "habitación donde, sobre alfombras turcas y almohadones de terciopelo, estaban los lebreles favoritos del rey", además "había dos o tres halcones elegidos y un pequeño alcaudón, con el cual Carlos IX solía divertirse en cazar pajaritos en los jardines del Louvre y en los de las Tullerías, que empezaban a construirse." Antes que él, Luis XIII los amaestraba.
Camilo José Cela, que sabía muchísimo de pájaros como demuestra en su Viaje a Andalucía, dice en uno de sus vagabundajes que el alcaudón se aburre añorando sus números de cetrería de otros tiempos más amigos de la emoción, junto con el búho o el mochuelo contra las rapaces o en las aventuras para capturar halcones.
Además dejó sentado que la "ruin y humillante cruz de San Andrés tiene dos puntas hincadas en tierra y otras dos dibujadas en el aire, en una se posa Breogán, como un búho (o como un cernícalo), y en la otra el apóstol, como un cuervo (o como un lindísimo alcaudón)"
¿Recuerdan la película Matar a un ruiseñor, basada en la novela de Harper Lee? Pues el alcaudón mata a un ruiseñor, a dos o a los que sean, según contó el Duque de Medinaceli en su libro sobre las aves de rapiña y su caza. Su lado oscuro. Como el de las rapaces es devorarlo a él.
En la literatura de ciencia ficción hay que referirse cuando menos, porque hay otros, al Alcaudón de Dan Simmons (1989), de su serie conocida como Hyperión, relacionado con el poema inconcluso de Keats. Ya transmutado por el ultratiempo más que un ave es un ser robotizado del futuro, tal vez un Anticristo con culto y sacerdotes de su Iglesia de la Expiación, religado a las Tumbas del tiempo y con acceso a la Red. Por cierto, tiene un árbol, tal vez "el legendario árbol de espinas del Alcaudón", donde empalaba a sus víctimas.
Señor del Dolor de tres metros, sólo se comunica mediante la muerte. De por medio, toda una red de mundos donde habitan poetas, teólogos templarios y aún queda un residuo de la Iglesia Católica (cardenal Mustafá). Al final del peregrinaje, se acaba cantando un tema de El mago de Oz. Este. Tras siete historias en cuatro volúmenes. Palabra. Y Bradley Cooper advierte que quiere adaptarlas al cine.
A mi entender ninguno de estos alcaudones genera tanta ternura como el de Italo Calvino en El vizconde demediado, Medardo, partido en dos por causa de una bala de cañón, pero vivo y ufano por la distinción de su falta de integridad física. Su padre, el viejo vizconde Ayulfo, "había amaestrado a uno de sus animales más estimados, un alcaudón, para que volara hasta el ala del castillo donde estaban los aposentos de Medardo, entonces vacíos, y entrara por la ventana de su habitación."
Pero un día el alcaudón sufrió un accidente y se demedió como el Vizconde, ala, pata y ojo perdidos. Entonces, "el viejo apretó el alcaudón contra el pecho y se puso a llorar." Luego se encamó y a los pocos días murió. "Los pájaros se habían posado todos en su cama, como sobre un tronco que flotara en medio del mar", describe Calvino.
Imperdonable es que Juan Luis Cebrián en La agonía del dragón llame "alcaudones" a los pistoleros de ETA que asesinaron, entre tantos y tantos, al ingeniero don José María Ryan Estrada para apropiarse del ecologismo antinuclear. Ryan era ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz y los terroristas conminaron al gobierno de UCD a demolerla en siete días para respetar la vida del ingeniero. Lo mataron a finales de enero de 1981. El alcaudón no es un asesino, por favor.
Contó Aldous Huxley en Cielo e Infierno que hubo un extraordinario cuadro de un artista japonés del siglo XVII, también famoso espadachín y estudioso de Zen. En él, se ve a un alcaudón, posado "a la espera sin propósito, pero en un estado de tensión extrema". El ave "surge del Vacío, de la eternidad sin nombre ni forma, que es, sin embargo, la misma sustancia del universo múltiple, concreto y transitorio". Pero este el alcaudón del Lejano Oriente "se contenta sencillamente con existir, con estar intensa y absolutamente allí".
También lo han visto otros en las pinturas de El Bosco. Y el sugerente August Strinberg, en su mirada sobre el universo, dejó dicho que "un cuento persa relata la fábula del ruiseñor que se enamora del rosal, lo cual es falso. El alcaudón, por el contrario, ama el rosal, no por las rosas sino por sus espinas".
Para terminar este incompleto pero ya largo concierto, un cante popular, flamenco en este caso, recogido por don Francisco Rodríguez Marín:
Yo soy más rico que Leria (Heredia)
y Oliba con su caudá.
Tengo un nío de alcaudones
en un olibo gordá
Y que salga el colofón por los versos de Úbeda:
Huyo del enjambre,
salgo del turbión.
Canto en un alambre
junto a un alcaudón.
Discrepo contigo,
conmigo (por dos),
reniego de Lenin,
discuto con Dios.
Huyo del enjambre,
de nadie soy clon.
Sí, el alcaudón es un pájaro literario y puede serlo mucho más.