La última novela de Stephen King, Billy Summers (Plaza y Janés, 2021), es un mamotreto de casi 650 páginas pelín ciclotímico o, cuando menos, irregular, que alterna fases tediosas con momentos trepidantes, en los que todo estalla, en general, de una forma violenta, salvaje y justa/justiciera. No es que el libro sea malo, que no lo es en absoluto. Pasa que le falta el duende, el aje que se manifiesta, de forma descarada y festiva, no ya en las obras sagradas del autor de Portland, sino en otras más recientes como 22/11/63, El visitante o la trilogía de Bill Hodges.
El protagonista es un exsoldado estadounidense que combatió en Irak y que, pasados los años, ofrece sus servicios como francotirador a mafiosos. Se considera, en esencia, "un basurero provisto de arma" que puede dormir por las noches porque, importante, sólo mata a malas personas. Así, a Summers le hacen un encargo, éste lo ejecuta y, a partir de ahí, el argumento empieza a lubricar, a imantar y, por fortuna, a desparramarse. ¿Qué ocurre? Que el motor arranca, más o menos, en la página 250 de la novela. Pocos libros de King empiezan de una manera tan descafeinada: de primeras –y de segundas–, no enganchan ni la trama ni los personajes, incluido el principal. La pólvora está mojada y, en cierto modo, forzada: da la sensación de que el autor estira tanto determinados pasajes no por recreación literaria, sino porque no ha terminado de encajar las piezas de esa parte del puzzle.
La cosa cambia, y cómo cambia, cuando King introduce en la trama al personaje de Alice Maxwell –ya hubo una Alice Maxwell, por cierto, en una novela previa: Cell–. Se trata de una joven que ha sido drogada y violada por tres capullos y que es encontrada por Summers hecha un verdadero Cristo. El protagonista la recoge, la cuida, la venga –esto último, de una forma deliciosa– y la incorpora a su misión. La fiesta, para el lector, empieza con ella: Maxwell enciende el libro y hace que éste funcione como funcionan las mejores obras de King, o sea, con facilidad, suspense y solidez narrativa.
Por otro lado, Billy Summers contiene un canto íntimo a la creación literaria. Como King, el protagonista exorciza a sus demonios personales escribiendo, y concibe el proceso de escritura como "un intento de reconciliarse con una vida que ha sido en muchos sentidos desdichada y traumática". "Tiene que ver –continúa– con el poder. Por fin ha encontrado una forma de poder que no se deriva del cañón de un arma. Eso le gusta, al igual que la vista desde la ventana a ras de suelo de su nuevo piso". Además, en el libro hay una mención a la pandemia de la covid-19, y aparecen los setos diabólicos del jardín del Hotel Overlook, es decir, el de El Resplandor.
En definitiva, ¿es la de Billy Summers una lectura prescindible? En absoluto, si se es lector de King. Ahora bien, si son novatos en la materia, ármense de valor durante el primer tercio de la novela. Si, aun así, les atrapa, enhorabuena. No saben lo que sentirán cuando acudan a It o a Misery.