Si Maeztu reivindicó a don Marcelino desde Londres, otro español, Luis Araquistáin, lo hizo desde Berlin en los últimos tiempos de la República de Weimar. El modelador de la unidad espiritual de España, el creador del concepto de heterodoxia, era el denominador común de un socialista y del fundador de Acción Española. Los dos atribuían similar importancia a eso que los románticos llamaron "el genio de la raza", el Volkgeist español, el "carácter nacional" forjado a través de la historia. En fin, querido doctor Cidad, las tradiciones y el espíritu forjado en ellas, expresado de modo abstracto, fue decisivo para asumir y discutir los valores de otras culturas. Es algo que mostró con inteligencia el socialista Luis Araquistáin en una excelente conferencia, pronunciada en la Universidad de Berlín en 1932, dedicada a Marcelino Menéndez Pelayo y la cultura alemana.
El objetivo central del trabajo de Araquistáin, Embajador de la II República de España en Alemania, fue desmontar el tópico de que don Marcelino había sido un pensador intolerante, sectario y detractor de la cultura alemana; por el contrario, Araquistáin demuestra con solvencia que don Marcelino es, además de un científico de demostrada probidad intelectual, uno de los más grandes admiradores de la filosofía alemana especialmente en el ámbito de la estética. En 1937, cuando fue relevado de su puesto de embajador en Francia, este trabajo fue un estímulo para componer un libro titulado El pensamiento español contemporáneo, que fue publicado tres años después de su muerte, en 1959, con prólogo de su amigo Luis Jiménez de Asúa.
La conferencia del año 32 de Araquistáin, un ideólogo prominente del socialismo español y uno de los principales agitadores del Frente Popular, demuestra que el interés por don Marcelino no era únicamente de Maeztu y los hombres de Acción Española sino también de los socialistas. Curioso. O quizá no tanto. Sí, después de la muerte de don Marcelino, su nombre se fue apagando y casi nadie le prestó atención; apenas nada relevante sucedió en torno a la obra de don Marcelino entre 1912 y 1932; durante la importante década de los veinte su nombre fue silenciado. Pasó desapercibido sin pena ni gloria; si dejamos aparte el gran trabajo bio-bibliográfico sobre Menéndez Pelayo de su discípulo Bonilla San Martín, dos años más tarde de su muerte, el mundo intelectual y político guardó distancia con su obra. No quisieron hacerse cargo de su legado. La Generación del 98, excepto Maeztu, parecía retirada en lo privado. En el arte por el arte. Pero, en los años finales de la monarquía de Alfonso XIII y los primeros de la República, hay una resurrección de su pensamiento, o mejor, se rescata para bien y, a veces, para mal uno de los grandes descubrimiento de don Marcelino: "el ser de España".
¿Esencialismo? Sí. Ya no se trata de buscar razones más o menos concretas de la decadencia de España: malos gobernantes, fanatismo religioso, supuesta incapacidad hispánica para gobernarse, etcétera. Ahora es menester apelar a la manera permanente, sostenible, de ser de los españoles. De España. Detrás de las opciones políticas y religiosas de los siglos XVI y XVII late siempre una permanencia. Toda la discusión sobre la decadencia española cambió, sí, con don Marcelino, porque este asumió, por un lado, las críticas al nacionalismo de campanario de Canovas del Castillo y, por otro, desarrolló las grandes intuiciones de su amigo Juan Valera, especialmente las crítica que refirió a la mistificación del "buen pueblo español". Cualquiera que fueran las conclusiones del pensamiento de la Restauración, o mejor, de las reflexiones de Canovas, Valera y Menéndez Pelayo, un cosa debe quedar meridianamente clara: los tres estaban en las antípodas del nacionalismo, o sea del mal de nuestra época. En esto fue preciso Valera y resumió la posición de los tres al decir, cuando asesinaron a Canovas del Castillo, "y no sacaba de continuo a relucir nuestros laureles del Garellano, Pavía, San Quintín, Otumba y Lepanto, para ensoberbecer vanamente al vulgo y para hacerle creer que nuestra decadencia y postración de ahora dependen sólo de unos cuantos malos gobernantes que hemos tenido. Cánovas creía que las raíces del mal eran más hondas y que las naciones tienen de ordinario, ni más ni menos, que el gobierno que merecen".
Guste o no a los ideólogos y fanáticos de la izquierda y la derecha de nuestro tiempo, esos planteamientos influyeron en todas las corrientes intelectuales del siglo veinte. Personalidades de la Institución Libre de Enseñanza, como Altamira, o vinculadas a la PSOE, como Araquistáin, tomaron muy en serio los planteamientos, sometidos a continúa revisión por don Marcelino, sobre el "ser de España". Ese espíritu de revisión, antidogmático y crítico de don Marcelino es lo primero que destaca Araquistáin en su conferencia de 1932. El conocimiento sintético de la evolución de la cultura española le permitió sustituir falsas ideas románticas sobre España con observaciones contundentes y precisas basadas en la realidad histórica. Demuestra Araquistáin el conocimiento profundo que de la cultura alemana tenía don Marcelino. Las viejas críticas del joven Menéndez Pelayo a las "nieblas" de la civilización alemana, o mejor, krausista, dan paso a un conocimiento profundo y sistemático de la gran cultura alemana, especialmente de Kant. Por cierto, pocos profesores, entre los cientos de kantianos, neokantianos y kantólogos que hay en España, han destacado el valor y las novedades que trajeron a España los estudios kantianos de Menéndez Pelayo; sí, le asiste toda la razón a Juan Miguel Palacios, uno de esos excepcionales estudiosos e intérpretes de Kant, cuando dice: "La importancia de tales estudios no han sido reconocida suficientemente, y sin embargo presentan un nivel de exigencia científica realmente inédito hasta entonces entre los españoles".
Exactamente eso fue lo que demostró Araquistáin con su trabajo sobre Menéndez Pelayo: su extremo rigor y objetividad de historiador y filósofo a la hora de hacerse cargo y criticar el pensamiento de Kant. Tanto en su Historia de las Ideas Estéticas en España, aparecida en 1887, como en su extraordinario ensayo De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los precursores españoles de Kant, de 1891, Menéndez Pelayo no sólo demuestra unos conocimientos extraordinarios de la filosofía de Kant sino también la imposibilidad de alcanzar su exacto conocimiento sin entrar en la filosofía del Renacimiento español. Aunque manifestara sus escasos conocimientos en la lengua alemana, parece ser que don Marcelino llegó a conseguir un conocimiento correcto de esta lengua para profundizar en los secretos de la filosofía idealista alemana, aunque no le hiciera falta en el caso de Kant porque, como comenta Palacios con generosidad, "suplió el desconocimiento de la lengua de Kant con su gran pericia en la de Horacio, y estudió así en latín las principales obras del filósofo de Königsberg, valiéndose para ello de la traducción en cuatro volúmenes de Friedrich Gottlob Born, aparecida en Leipzig entre 1796 1798 bajo el título Kantii Opera ad philosophiam criticam. De esta traducción dice Menéndez Pelayo que ‘aunque sumamente bárbara, es un calco exactísimo del texto alemán, y, por consiguiente, muy cómoda para los lectores españoles'".
Quizá ahí, en la traducción latina del alambicado alemán de Kant, resida el secreto de la gran exposición que hizo Menéndez Pelayo de la filosofía kantiana. Todavía hoy, en un el universo universitario atiborrado de kantismo por todas partes, nadie que quiera entrar en el pensamiento del alemán debería dejar de leer, en mi opinión, los textos de Menéndez Pelayo. Siguen constituyendo una de las mejores introducciones a la filosofía de Kant, que crítica con desparpajo escéptico don Marcelino al decir: "El vicio interior de la Crítica del Juicio es el mismo pecado capital de todo el pensamiento kantiano, quiero decir, el haberse encerrado en una fenomenología, el haber tapiado todas las ventanas que dan a la realidad , considerándola como pernicioso enemigo; el haber prestado atención únicamente a las formas subjetivas de la conciencia, y aún ésta no íntegramente estudiada. Su obra es puro intelectualismo, con todas las limitaciones de esta preocupación exclusiva. Así, limitándonos a la doctrina de lo bello, es evidente que en ella no se nos da otra cosa que el análisis del gusto, es decir, la psicología estética". ¡Ay, amigo Ángel, no imaginas cómo esta crítica de don Marcelino a Kant se adelanta a la que llevará a cabo mucho años después Ortega y Gasset!
Pero, a lo que iba, la asunción del pensamiento de Kant por parte de don Marcelino, según declara en su De los orígenes de Kant en la filosofía española, tiene por finalidad mostrar las grandezas de la filosofía kantiana. Esto es lo que demuestra con claridad Araquistáin; más allá de las críticas que don Marcelino hace a Kant, trata de resaltar la importancia del alemán para la filosofía española: "Nada de esto amengua la grandeza del esfuerzo inicial, la maravillosa pujanza analítica, quizá no igualada por ningún otro filósofo, la menuda y hábil disección de los fenómenos internos, y la grandeza de la influencia histórica, manifestada, aún más que por sus pocos y medianos discípulos directos y fieles, por todo el desarrollo de la filosofía moderna, puesto que toda ella, sin excepción, arranca y procede de Kant, ya como derivación, ya como protesta. Apréciese como se quiera la obra de este memorable pensador; a nadie es lícito hoy filosofar sin proponerse, antes que todo, los problemas que él planteó, y tratar de darles salida". Esta cita es comentada con verdadera devoción intelectual por Araquistáin: "¿Es este el lenguaje de un fanático y un tradicionalista a ultranza? Todavía no está hecha, como es debido, la biografía íntima de Menéndez Pelayo, tal como se vislumbra en su obra, y cuando se escriba, si algún día se escribe, con la objetividad necesaria, lejos del sectarismo de la derecha como del de la izquierda, se verá que en su alma de católico declarado había un hondo misterio; insinuado en la pasión que ponía por comprender las doctrinas más heterodoxas, como si su espíritu quisiera romper los muros en que estaba encarcelado por la educación y la herencia histórica". No sé cuantas razones le asisten a Araquistáin para apuntalar esa contradicción en la obra de don Marcelino, pero en una cosa tiene toda la razón: todavía está por hacer la biografía íntima de este pensador siguiendo la evolución de su obra y, por supuesto, la de sus principales discípulos. Pocas biografías, por no decir ninguna, de las publicadas han tenido en consideración la evolución del pensamiento de don Marcelino. No estudiar con detenimiento el pensamiento humanista de don Marcelino por un lado, y despreciar por otro a todos sus grandes intérpretes, son los defectos fundamentales de todas las biografías que se han escrito sobre el sabio. Por no decir nada de los que se quedan en los brochazos groseros: estamos ante un reaccionario impresentable, o peor, un católico liberal que nunca quiso saber nada del krausismo y del neotomismo.
En fin, querido doctor Cidad, espero que esta mínima aproximación a don Marcelino llevada a cabo por un ilustre socialista, mentor de Largo Caballero durante la Segunda República y la Guerra Civil, siga dándote que pensar y, sobre todo, te ayuden a darle puerta a quienes confunde las filiaciones ideológicas con el auténtico pensamiento.