El gran público patrio supo de la existencia de César Carballo (Madrid, 1972) cuando el SARS-CoV-2 se adueñó del mundo. En formatos como El programa de Ana Rosa, La Sexta Noche u Horizonte, el doctor expresaba sus tesis con conocimiento de causa, contundencia y libertad, incomodando sin mirar el carné político, de forma ambidiestra. Rara avis televisiva, antítesis del tertuliano todólogo, cursó la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital Universitario 12 de Octubre, ha trabajado como urgenciólogo en varios hospitales de la CAM, ha sido jefe de Unidad del Ramón y Cajal y jefe del servicio de Urgencias del Hospital La Paz. Además, entre otras cosas, fue el investigador principal en un proyecto FIS, ganó una beca competitiva Luis Álvarez al mejor proyecto de innovación de La Paz y ha registrado programas informáticos propios y dos patentes industriales. Ahora, jartito de un sistema sanitario que "tritura", ha hecho su primer pinito literario, publicando Desde la trinchera (Aguilar, 2021), un libro con pulso y muy entretenido en el que mezcla recuerdos e historias reales noveladas. Aprovechando este lanzamiento, LD entrevista a este fan de Extremoduro y de Stephen King.
P: Señor Carballo, ¿cuál es su mayor certeza?
R: Que nos vamos a morir todos. Eso es seguro (risas). Aunque, fíjate, lo que ahora no sabemos es cuándo. El otro día, estaba con Graziella Almendral, que ha hecho un reportaje para el National Geographic, y se dice que el hombre que va a vivir 140 años ya ha nacido. Así, que nos vamos a morir es seguro, pero ni siquiera tenemos la certeza de cuándo vamos a morirnos.
P: Igual la clave no es el cuándo, sino el cómo.
R: Como decía Punset, hay que dar vida a los años, no años a la vida.
P: Me ha dicho que su mayor certeza es la muerte. ¿Tiene la sensación de que la muerte se ha convertido en un tabú, en algo que marginar y ocultar?
R: Sí, pero, al final, nosotros tenemos la mala o buena suerte de ver la muerte a diario. Hoy, por ejemplo, se nos ha muerto una paciente en urgencias. Para nosotros, la muerte es algo que está ahí. La diferencia de morirse con 95 años después de llevar diez años en cama o con 95 estupendamente bien está en tener un objetivo en la vida. Está claro. La gente que hace deporte, que sale, que entra, etcétera, vive más y mejor.
P: En Desde la trinchera, escribe que ha vivido situaciones "que exponen de una forma brutal la verdadera naturaleza del ser humano". ¿Cómo es, en su opinión, esa naturaleza?
R: Somos animales. Y, a veces, animales no muy racionales, por lo que vemos, por ejemplo, ahora con los antivacunas. Incluso puede salir lo peor de nosotros mismos; en situaciones más jodidas, todavía más. No hemos estado muy lejos de matarnos por una botella de agua. Estuvimos a punto de matarnos por el papel higiénico. Si ahora se produce el gran apagón ese que dicen… Somos animales y, a veces, muy irracionales. Es verdad que cuando estás en situaciones de mucho estrés, vemos lo peor de la vida. Te puedo contar un ejemplo. Creo que es lo más terrible y brutal que he vivido. Un padre se tiró con su hijo en La Paz, desde la Maternidad. Acababa de tener el hijo su mujer, y le dijo: "Esto te va a doler". Y se tiró. Se mataron los dos. Es de las cosas más brutales que he visto y, bueno, yo estaba de jefe y, en ese momento, no tuve que ir a atenderlos; los que fueron, volvieron destrozados. Imagínate que vas a atender a un tío que se ha tirado con su hijo y se han matado los dos. Esa es la brutalidad del ser humano: "Por hacer daño, me voy a matar y voy a matar a lo que más quieres, un bebé que acaba de nacer". Por desgracia, eso lo vemos muchas veces en urgencias. Va otro ejemplo: con esto de las vacunas, que la gente se muera es evitable. Pero hay gente que piensa que la Tierra es plana, que te meten un chip, que tenemos imantado todo el cuerpo… a pesar de que la ciencia es como es, seguimos viendo esto. Y es lo que hay.
P: También cuenta que, teniendo ocho años, se propuso ser médico y que ahora, al borde de los 50, "quizá esté llegando la hora de cambiar de trabajo o de optar por algo diferente". ¿Por qué?
R: Nos pasa a mucha gente del sistema sanitario. El sistema no nos ha respondido como nosotros queríamos. Es decir, no se ha invertido en el sistema. De hecho, se ha desinvertido durante veinte años, y no vemos una proyección profesional. Más, por ejemplo, en especialidades como urgencias, que está olvidada desde hace 40 años. A pesar de que hemos estado en todas las catástrofes, a pesar de que estamos en primera línea, nos olvida el sistema. Mientras, se va a crear la especialidad de medicina estética, que parece un chiste. Sin menospreciar la medicina estética, ojo, pero… Yo, por ejemplo, estoy haciendo lo mismo que hacía con 26 años, pero con 50. Es como si te dicen ahora: "¿Te acuerdas, cuando empezaste, que hacías entrevistas y tal? Pues, 25 años después, vas a seguir haciendo lo mismo". Pues, hombre, me gusta mucho mi carrera, pero tienes que tener un poquito de proyección profesional. Claro, con este panorama, surge el problema que tenemos ahora: que los médicos se están yendo. En especialidades muy duras como primaria o urgencias, la gente está diciendo: "Mira, me voy a hacer otra cosa, porque esto no lo aguanto". Yo no tengo el mismo aguante para las guardias que cuando tenía 26 ó 27 años. Entonces, cuando no ves proyección profesional, te preguntas: "¿Qué hago aquí? ¿Voy a estar hasta los 65 años? Yo no aguanto esto". Para que te hagas una idea: las horas de guardia no nos contabilizan como horas trabajadas. Me podría jubilar por horas trabajadas a los 60 años, y me van a obligar a jubilarme a los 67. Con el motor gripao.
P: ¿Se siente defraudado?
R: Me siento defraudado porque teníamos un sistema maravilloso, del que podíamos presumir en todo el mundo, y lo hemos dejado morir. Es una pena. O hemos dejado que se seque y se marchite. Lo que estamos viendo ahora es el efecto de una planta que no se ha regado en veinte años. El Ministerio de Sanidad ha sido el patito feo y la vida media de los ministros de Sanidad no llega al año y medio. Encima, no saben de medicina. Nadie entendería que en Justicia pusieran a un médico, o en Economía a un filósofo. Hay ministerios en los que tienes que tener a gente que sepa. Sobre todo, a largo plazo. Y no se ha tenido en Sanidad. Recuerdo siempre cuando salía del despacho del director médico pidiendo monitores, y salía defraudado porque me decía que "no, que no hay dinero". Me encontré con el jefe de cardiología, le conté lo que me había pasado y me dijo: "César, qué difícil es frenar cuando vas marcha atrás". ¡Y se me quedó grabado! Es lo que define nuestro sistema sanitario. Entonces, a la gente hay que decirle que no tenemos un sistema sanitario de tipo A. Cuando tienes que esperar año y medio para una colonoscopia, el sistema es de tipo B o C. Y hay muchos votos ahí.
P: En el libro cuenta que el sistema es de primera en Madrid, Barcelona o Valencia, pero no así en provincias. Hace unos años, en Ciudad Real, me dijeron que tenía que esperar dos años para una intervención quirúrgica; en Madrid, tres meses. Y me llamaba mucho la atención que las llamadas "Mareas Blancas" protestaran aquí, y no en sitios como mi tierra, donde la Sanidad es mucho más precaria.
R: Eso es verdad. Porque la gente no sabe realmente lo que pierde de salud. La gente no tiene ese concepto de la medicina, ¿no? El capítulo del ictus es brutal: dependiendo de si te pasa en un sitio o en otro, te quedas o hemipléjico y afásico, o haces una vida normal. Y eso es para el resto de tu vida. Sin embargo, el que se queda hemipléjico y afásico no sabe que tenía la oportunidad de haberse salvado, de haber salvado a su cerebro. Eso se soluciona invirtiendo en el sistema. Cuesta tener un equipo de intervencionismo, pero hay que tenerlo. Y hay que tenerlo lo más cerca posible, llevar a un tío en helicóptero… Esas cosas hay que trabajarlas mucho, y la gente tiene que saber que no es gasto, sino inversión.
P: ¿Por qué fue "triturado" en La Paz?
R: Implantamos un servicio en el cual se podía vivir, crecer y envejecer. Esa era mi línea básica de gestión. Pero los gestores querían gente que llegue, que pase y que se vaya. Y que vengan otros. Así me lo dijeron: "Si están descontentos, fuera. Vendrán otros".
P: ¿Querían una factoría?
R: Claro. Quieren mercenarios, que entren en el sistema, que trabajen y, cuando estén quemados, que vengan otros. Eso es lo que está haciendo el sistema ahora. Por eso, es una máquina de producir gente quemada.
P: Y con obsolescencia programada.
R: ¡Eso es! Vamos a ver, tienes que tratar bien a la gente y pagar bien. Si tengo que llamar a un tío un sábado para que se meta en una habitación con una persona con sospecha de ébola, hay que pagarle. Porque ese ébola se lo puede llevar a su casa, a sus hijos y a su mujer, y matarlos. Eso se paga. No se puede hacer por la patilla. Eso lo pagas. Si no lo pagas, no lo tienes. Los gestores no estaban por la labor, y como no estaban por la labor, teníamos muchas broncas. Entre ellas, yo no admitía que hubiese personas tres o cuatro días pendientes de ingreso. No lo podía admitir. Sabía que eso iba en contra de la salud del paciente, de ese abuelita de 90 años que estaba cuatro días esperando una cama de ingreso en urgencias. Entonces, subía y teníamos grandes broncas. Yo estoy para proteger a mi gente, y mi gente son los pacientes también. Entonces, ese inconformismo, ese pedir gente y pedir recursos, no se entendió. Se prefieren servicios de batalla. Para que te hagas una idea: el segundo año en el que yo estuve, fue el servicio más galardonado de todo el hospital a nivel de investigación. Ni oncología ni servicios punteros de la paz tuvieron más premios que nosotros. Conseguimos un proyecto europeo, una beca FIS y otra beca competitiva, pero no se valoró. Tal es así, que a mí me echaron de un día para otro: del 29 de julio al 1 de agosto. Fue: "¿Qué ha pasado? ¿He matado a alguien?". El sistema es así. Es una pena que no se busque la excelencia, y la excelencia cuesta dinero, trabajo y esfuerzo. Y no se entendió nuestra idea. Nos echaron en cara que pusimos oxígeno en todas las tomas de oxígeno en una habitación que hicimos; luego, con la covid-19, muchas personas salvaron la vida gracias a eso. Sí, el sistema te tritura. Y aprendes o no aprendes… como yo, y te vuelves a dar de hostias con el sistema otra vez. ¡Pero es que no me puedo callar, lo siento! Algunos amigos me dicen: "Métete en política". ¿Cómo me voy a meter en política? Le diría tres o cuatro cosas al jefe político y me iban a sacar rápido.
P: ¿Qué hubiera pasado si Teresa Romero hubiese "contagiado a su marido y a las dos peluqueras que estuvieron atendiéndola" mientras estaba en periodo infectivo?
R: Que Madrid hubiese retrocedido veinte años. Se hubiese cerrado Madrid. Hubiésemos visto lo que es un aislamiento años antes de tener el que tuvimos.
P: Teniendo en cuenta que hablamos del ébola, un virus con un 50% de letalidad.
R: Un virus brutal, el más mortal que conocemos ahora mismo. Para que te hagas una idea del alcance: a un residente en Reino Unido le echaron de la casa que tenía alquilada por ser español. ¡Porque en Madrid había un caso de ébola! Y le echaron: "No queremos aquí nada. Fuera". Imagínate lo que hubiera supuesto un brote de tres, cuatro o cinco personas. Para Madrid, hubiera sido brutal. Es increíble la incompetencia con la que se llevó eso. Poner una bomba biológica en un hospital en el centro de Madrid, sin tener a la gente preparada, es de absolutos incompetentes. Fíjate lo fácil que hubiera sido montar un hospital de campaña militar. Que digo que, sin duda, te tienes que traer al cura español. Te lo traes, evidentemente, pero montas un hospital de campaña en el aeropuerto. Con todo montado y bien montado, con gente entrenada, con militares que han estado y que están habituados a ponerse trajes de guerra química y biológica. Pero no te lo traes a un hospital donde, de buenas a primeras, la gente no tiene ni idea. ¡Si es que no estamos entrenados! Entonces, una auxiliar que no tiene ni idea, se pone y se quita un traje sin tener ni idea, con el paciente muerto, y se contagia. Tuvimos una enorme suerte. Una suerte tremenda, de verdad. Se podrían haber contagiado las dos peluqueras y su marido. Entonces, ya hubiera sido el acabose. Gracias a Dios, no salió de ahí.
P: Cambiemos de tema. Cuénteme, por favor, el caso de la epiléptica y el tipo que acabó, si no me equivoco, con 20 puntos en el pene.
R: Lo novelo un poco. En realidad, no fueron todos al mismo hospital: uno vino a La Paz y el otro al Ramón y Cajal. Cuando nos lo contaron, fue tremendo. Dentro de lo trágico, porque el hombre tenía el pene destrozado.
P: Y la mujer, la cabeza.
R: Tú ya conoces la historia, Jesús: una mujer viene al hospital con varias brechas en la cabeza. Era epiléptica y pensamos que la habían maltratado. Por otro lado, él confiesa que estaban practicando sexo oral, que la mujer sufrió un ataque epiléptico y que le atrapó el pene con la boca, como un cepo. En estas, el hombre se la intentó quitar de encima golpeándole la cabeza. Es como el caso en que nos trajeron una oreja en un cubata, porque le dijeron: "Mantenla en frío". Pum, al cubata. Claro, cuando sacamos la oreja del cubata, estaba para tirar a la basura.
P: Como médico, ¿cuál ha sido su mayor satisfacción?
R: Ser jefe de servicio de La Paz. He estado superorgulloso esos tres años largos. Me encantaba dirigir equipos. Llegué a un servicio que estaba deshecho y dejé un servicio puntero. Además, me divertía muchísimo. Nunca he concebido el trabajo como algo que no me apasione. Nunca me había pasado eso, y ahora me está pasando. He vuelto a la casilla de salida y es complicado, porque dices: "¿Otra vez a hacer lo mismo que con 26 años?".
P: ¿Y como escritor? ¿Qué tal se ha sentido gestando y pariendo Desde la trinchera?
R: Ha sido un gustazo. Yo tenía en la cabeza la idea de escribir un libro, y cuando me llegó la propuesta de Aguilar, no dudé. No ha sido nada complicado. Me puse en verano y salían las historias solas. Se me han quedado unas cuantas historias en el tintero, que imagino que saldrán en otro libro.
P: Y, por lo que cuenta, tiene ganas de escribir ficción.
R: Me encanta la ficción. Ya sabes que soy un enamorado de Stephen King, siempre he pensado en escribir ficción y sí, hay dos o tres historias que tengo por contar.
P: Para finalizar, ¿sigue conversando con los fantasmas que viven en sus cajas mentales?
R: A diario. Muchísimas veces. Siempre hay pacientes que te recuerdan algo, o algún caso clínico. Nos olvidamos más de los aciertos, aunque te dan un subidón. O sea, el subidón que te da salvar una vida es como un orgasmo, como meter un gol en una final de Champions. Te vas a tu casa diciendo: "¡Hostias, que a este paciente le he salvado la vida!". Pero eso se te olvida. No recuerdo caras de gente a la que haya salvado, sí caras de gente a la que haya perdido. Y perdido pensando que podría haber hecho más. Eso se te queda para siempre. En nuestro país no hay conciencia de hablar de los errores. Sí la hay en EEUU. En EEUU, los errores médicos ocasionan miles de millones de pérdidas y, entonces, hay una política, una estrategia y una filosofía de no cometer esos errores. Aquí, parece que todo va ligado a que te van a empurar o alguna cosa así. Llevamos casi dos años de pandemia y todavía no se ha hecho una auditoría de qué hemos hecho mal, bien. Cuando era jefe, hacíamos sesiones clínicas sobre errores médicos: en qué nos hemos equivocado, en qué podemos mejorar… y, gracias a esos errores que cometes, luego mejoras la asistencia a todos los demás pacientes. Eso es muy raro en España. En EEUU, el que ha tenido dos, tres, cuatro fracasos, por ejemplo, en compañías o tal, eso se valora. Se dice: "Joder, este es un fracasado".
P: Un looser.
R: Un looser. Y eso no se valora aquí. Es una pena. Esperemos que cambien las cosas.