Para hacerle una entrevista visité a Antonio Escohotado en su casa en las afueras de Madrid. Escohotado siempre fue un pensador en las afueras. En las afueras del rebaño intelectual, de las modas ideológicas, y el statu quo académico. Un pensador en libertad para la libertad. Una rara avis en el mundo intelectual español, en el que las tribunas se suelen usar como púlpitos y se tiene más querencia por el calor del pesebre que la dureza del cadalso. En el espíritu de Escohotado convivían la austeridad en el estudio del monje medieval con la celebración epicúrea de Síbaris. Estajanovista del trabajo intelectual y libertino ilustrado, Escohotado le hacía un corte de mangas a los autoritarios de todas los regímenes.
Contaba Hayek como en una ocasión saludó en una reunión social a un Churchill completamente borracho que, sin embargo, a los diez minutos fue capaz de dar el mejor discurso que jamás había oído. Con Escohotado me sucedió algo parecido, con menor intensidad alcohólica pero idéntica admiración intelectual. Tenía que presentarlo en una charla que iba a impartir en Sevilla, pero antes, me comentó, teníamos que bebernos un calvados. Con lo que allí estábamos en un taxi a las siete de la tarde buscando por toda Sevilla un pub donde tuvieran el aguardiente francés. Tras visitar tres o cuatro, y no encontrar la espiritual bebida con la que energizar nuestros materiales cuerpos, nos tuvimos que conformar con un Johnny Walker etiqueta negra. Suficientemente afinados pudimos al fin presentarnos ante el aula aglomerada, ante la cual Escohotado con esa gracia y esa profundidad que en tierra hispalense están acostumbrados en figuras como Curro Romero y Camarón.
Levanto la vista y en mi estantería destacan los dos últimos libros publicado por Escohotado, Hitos del sentido y La forja de la gloria. El primero, un viaje por los fundamentos históricos de nuestra mente contemporánea de la mano de Pitágoras, Demócrito y Aristóteles. El segundo, recién publicado, una crónica de los avatares del Real Madrid realizada por alguien que es capaz de ver el signo de los tiempos en la cotidianidad y lo excepcional de lo común. Donde otros sólo ven 22 tipos corriendo detrás de una pelota, y otros se conforman con un entretenimiento banal y sectario, Escohotado tiene la profundidad de ir más allá de los fenómenos para apreciar tras el capricho y la arbitrariedad, lo universal. Sólo él era capaz de describir a Internet como el nous poietikós o intelecto agente de Aristóteles.
Incasable e insobornable cosmopolita, contra caopolitas y paletos de la tribu, Escohotado podría ser un personaje en una novela de Jünger o Thomas Mann representando al heredero de una tradición racionalista conocedora de los límites de la razón y abierta a los milagros de la experiencia tanto material como mística. Su amistad con el comercio simbolizaba su compromiso con la aventura del conocimiento, la amistad y la cordialidad civil, y la tolerancia no exenta de crítica mordaz. Quien te respeta te hará sufrir, ya que ofenderá tus creencias más dogmáticas, tus sesgos más secretos y sus cariños más fosilizados. Como Virgilio con Dante, Escohotado nos muestra el camino hacia el cielo del pensamiento con perspectiva de imparcialidad sin ahorrarnos ninguna de las espinas del esfuerzo, el sacrificio y la visión lúcida que derriba mitos tóxicos y fulmina dogmas autoritarios.
Al revés del cada vez más habitual gurú de la autoayuda, del coach de la autosatisfacción, del timador que con un sentimentalismo de opereta vende la mercancía averiada del simulacro de misticismo de supermercado, la vida y la obra de Antonio Escohotado son un caso superlativo de ejemplaridad privada y pública, de cómo transitar por la vida como un viaje a través de la cárcel y el Trópico, los seminarios académicos en Madrid y las veladas de vino, amor y rosas en Ibiza, apostándolo todo a esa autenticidad comprometida que fue el sello de las relaciones personales y las descubrimientos intelectuales de Antonio Escohotado. Cabe brindar en la hora de su muerte con una copa de calvados, mientras se relee alguna de sus obras y se escucha a Camarón.
"sólo me quedé,
desamparao,
y sin calor de nadie,
fatigas pasé."