Publica el maestro Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) nuevo libro, Después del Paraíso (Visor, 2021), en el que recoge 106 poemas escritos, en su gran mayoría, entre 2018 y el año que agoniza. Sostiene el cowboy de medianoche que la creatividad en general y la poesía en particular brotan de la expulsión del Edén, que "lo que ahora es pura queja repartida en versos fue un día mera celebración y acción de gracias permanente en el bosque sin horas de los mitos". En la obra, se reivindica el género –"La poesía linda con la Virtud y vive / dentro de la Verdad, humaniza a los déspotas…"–, se asume la muerte desde el epicureísmo, se canta al amor bipolar, maravilloso y cabrón –"Una sarta de embustes y patrañas, / la cumbre del horror y la abyección", pero también "una vieja melodía / que te atraviesa de felicidad"–, y al deseo guadianesco, se llora la agonía de Occidente y se reivindica "la Europa culta, unida y valiente / que deberíamos recuperar".
Aprovechando la publicación de Después del Paraíso, LD conversa con el exdirector de la Biblioteca Nacional y ex secretario de Estado de Cultura en su fabulosa biblioteca del barrio de Salamanca.
P: Luis Alberto, ¿ha estado alguna vez en el Paraíso?
R: En el Paraíso exactamente no, pero he estado en lugares muy próximos al Paraíso porque cuando, de repente, la vida te sonríe, te parece que estás en el mejor sitio del mundo.
P: ¿Cómo eran esos lugares próximos al Paraíso?
R: Eran unos lugares en los que siempre estaba acompañado por la gente que más quería en cada momento. No concibo la felicidad si no es en compañía de alguien. De alguien o de alguienes, de amigos, de peña. Soy muy de peña.
P: ¿Todo paraíso es exclusivo y concreto? Quiero decir: si a uno le expulsan de un paraíso, ¿no podrá volver? Y si vuelve, ¿ese paraíso deja de ser paradisíaco?
R: No se puede volver si te expulsan del paraíso. Nos ha pasado a todos. En cierto modo, porque todos procedemos de aquellos primeros expulsados del Paraíso, que fueron Adán y Eva, y luego ya no hay manera de volver. Es muy complicado.
P: Mas del "destierro de aquel Edén de delicias interminables" nace, en su opinión, la poesía.
R: Claro. Es que una cosa es que no se pueda volver a disfrutar de ese Edén maravilloso que tuvimos al comienzo de nuestra especie, y otra que ese destierro no haya traído cosas importantes consigo. Entre ellas, la creación literaria, la creación pictórica, la creación musical: todo lo que sea creatividad del hombre. En el Paraíso no hay necesidad de crear: todo está maravillosamente dispuesto como para disfrutar de ello. En cambio, después, cuando te expulsan de allí, tienes que fabricarte una especie de paraíso, que no es ya el Paraíso auténtico, a base de ingenio, de inteligencia, de sensibilidad y, en definitiva, de creatividad.
P: Una poesía que "humaniza a los déspotas, / mitiga la ansiedad del vivir…".
R: Es una especie de fármaco sin ningún tipo de restricción en las farmacias y que produce mucho placer sin la angustia de la adicción. Es una droga fantástica la poesía.
P: Y añade en ese poema: "Hablo de la poesía épica, que es la única / verdadera, aunque ahora pase por mal momento".
R: Hombre, no es que sea la única verdadera… A lo mejor es un poco excesivo, porque uno se pone estupendo. Pero no cabe duda de que sí es la que más me interesa, la que más me gusta. O sea, yo disfruto más leyendo a Homero o el Cantar de los nibelungos que a un poeta lírico. Pero, al mismo tiempo, creo que la poesía lírica es necesaria e importante. Desgraciadamente, lo que yo escribo es más lírica que épica porque no hay condiciones objetivas como para escribir épica en estos momentos.
P: Permítame plagiarle una pregunta: "¿Hasta cuándo Occidente va a asistir, impasible, / a sus propias exequias, envuelto en el sudario / de la autoinculpación y la cobardía?".
R: Me parece que no hay signos que anuncien el final de ese rumbo, de esa derrota. Europa está muy apagada. No ha conseguido fusionarse realmente. Si Europa estuviera verdaderamente unida, otro gallo nos cantaría. Creo que todavía tenemos vitalidad para eso y para mucho más, lo que pasa es que no quieren nuestros dirigentes. Cuando estuve de secretario de Estado de Cultura, recuerdo que en las reuniones europeas, a las que iba como ministro de Cultura sin serlo, porque no había ministro de Cultura, se hablaba siempre de la excepción cultural. Y yo me indignaba: ¿qué es eso de la excepción cultural? Lo importante, precisamente, es que haya una cultura comunitaria, fundida en el cristianismo, la filosofía griega y el derecho romano, que son los grandes constituyentes de nuestra cultura. Vi que había dos países que, en aquel entonces, al margen de que estuviera la izquierda o la derecha en el poder, sí que abogaban por una fusión cultural. Esos países, curiosamente, eran los dos grandes derrotados en la II Guerra Mundial: Alemania e Italia. Francia, por ejemplo, siempre estaba con las excepciones culturales. No me lo explico porque, luego, además, son los más vanidosos y patrioteros de todos. Pero siempre daban la cara de que todo era relativo. En cambio, recuerdo a un ministro de Cultura socialdemócrata alemán, muy joven, un tipo alto, que siempre decía: "¿Adónde vamos con la excepción cultural? Hay que forjar vínculos entre los países europeos".
P: ¿Cree, entonces, que está perdida esa Europa "culta, unida y valiente" que menciona en su poema "Carlomagno"?
R: De momento sí. Ojalá que tus nietos, no ya los míos, puedan ver alguna otra cosa. Lo dije en otro poema que se llama "Europa" y que publiqué en La caja de plata, en el 85: "No hay signos que anuncien el final de la derrota". Hay una especie de derrota de valores y de autoinculpación que me indigna y me preocupa extraordinariamente. O sea, sentirnos culpables, ¿de qué? ¿De haber forjado los derechos del hombre? ¿De haber inventado la filosofía? ¿De crear el Renacimiento y los grandes movimientos culturales? ¿De eso tenemos que estar arrepentidos en Occidente? Yo creo que Occidente ha sido la locomotora de la Humanidad.
P: "Nuestra democracia se asienta / en las hechuras imperiales. (…) El Imperio, y es lamentable, / sigue hoy tan vivo como entonces".
R: Ese poema habla del Imperio Romano. El Imperio Romano es un disparate: mientras la República romana era un modelo de régimen político, el Imperio tuvo el dominio de unos psicópatas o, prácticamente psicópatas, que hacían lo que les daba la gana y, por ejemplo, el Senado estaba doblegado por completo por el emperador y por su séquito y su guardia pretoriana. Entonces, el Imperio Romano, que es fascinante desde el punto de vista historiográfico, y entretenidísimo, porque son fabulosas las cosas que pasan, lo malos que eran y esas cosas, cómo unos estaban intentando aprovecharse de las riquezas de otros y mandando matar a los ricos para expropiar sus bienes, todas esas cosas que se leen en Tácito y en Suetonio, el Imperio Romano, te decía, moralmente, la verdad es que no es muy deseable.
P: ¿Se parecen en algo Sánchez y Nerón?
R: Hombre, yo creo que hay bastante diferencia: Nerón era un individuo que tocaba muy bien el arpa, o la lira, y daba el coñazo en los banquetes. Creo que a Sánchez, todavía, no se le ha ocurrido eso.
P: Con tal panorama, ¿es el amor un refugio efectivo?
R: Siempre lo es. Sobre todo, en la subida, en el ascenso al amor. Luego, hay un momento en que se para y, a veces, desciende. Otras se mantiene, ¿no? Pero, indudablemente, sí, el amor es algo muy positivo. Para mí, el amor es algo más cultural que natural. Creo que la cultura del amor la inventan los griegos, fundamentalmente, los líricos griegos: Safo, Alfeo, gente así. Antes existían pulsiones amorosas, pero más relacionadas con el sexo que con otra cosa. El amor como sensación irrepetible, y no necesariamente ligada al contacto con los cuerpos de otras personas, lo inventan en Grecia. Luego, hay un libro muy bueno de Denis de Rougemont, que se llama El amor y Occidente, en el que se explica que el amor no es una creación natural, sino cultural. Sobre todo, habla de los griegos, primero; después, de los provenzales, y luego, del dolce stil nuovo de Dante, Petrarca, Boccaccio y esta gente, que son los que configuran el hecho del amor. Lo hemos asimilado tanto que brota desde nuestro propio interior, pero es adquirido.
P: "Una sarta de embustes y patrañas, / la cumbre del horror y la abyección…", pero también "una vieja melodía / que te atraviesa de felicidad". Usted es más optimista que Lope. No mucho más, pero sí una mijilla.
R: Creo que el soneto de Lope es lo más grande que se ha escrito sobre el amor. De algún modo, estamos repitiendo esa fórmula. El poema del que acabas de leer una parte no es más que una imitación de Lope. Porque no hay manera de escribir algo sobre el amor que no lo haya dicho Lope antes. Soy muy lopesco.
P: Da por sentado que el deseo "menoscaba la inteligencia, / venda los ojos del espíritu, / nos perturba y desasosiega". ¿Suscribe al Ortega que escribió que el enamoramiento es "un estado inferior de espíritu, una especie de imbecilidad transitoria"?
R: Me divierte mucho esa frase (risas). Me parece que en el poema que has acotado tú hay una parte positiva, ineludible, ineluctable. Hay un poema, me parece que el primero de todos, en el que digo que el deseo va a acompañarnos a lo largo de toda nuestra existencia…
P: Se me ha anticipado. En ese poema, escribe: "Se fue para siempre –creías–, / y, a pesar de todo, regresa / con su equipaje de recuerdos / y su cortejo de molestias". ¿Es el deseo un ente guadianesco?
R: Lo es, lo es. Aparece y desaparece mucho. Hay un poema de mi anterior libro, Bloc de otoño, sobre Safo. Safo dice en un determinado momento que no hay nada más bello que el deseo. Dice que es más hermoso que un tropel de hoplitas perfectamente armados, etcétera. Yo la contradigo y digo que es mucho más hermoso ver a un batallón de hoplitas armados repeler a los persas en la batalla de Salamina que no un efímero, inútil y precario deseo. Eso siempre tiene su contradicción. Yo siempre soy muy contradictorio. En otro poema podría decir lo contrario.
R: Vamos terminando, Luis Alberto. ¿Qué aprendió leyendo a los clásicos?
R: En casi todos mis libros, como sabes, hay una reivindicación de los clásicos. Creo que lo aprendí todo: desde el amor hasta, qué sé yo, comportarme en la vida, resistir la depresión, vencer a la melancolía… a ser feliz. Los clásicos me han dado la felicidad. Los momentos de felicidad que he tenido en la vida más intensos me los han dado los clásicos.
P: ¿Acierta Lucrecio cuando dice que "es injustificado el temor a la muerte"?
R: Lucrecio, al que tengo muy empollao ahora, porque acabo de dar una conferencia sobre él (risas), es un tío cojonudo. Es un individuo que milita en las filas del epicureísmo. La gente se cree que es estar toda la vida de farra y de cachondeo, y no: el epicureísmo es buscar la imperturbabilidad ante el problema más evidente que tiene el hombre, que es el hecho de que va a desaparecer y sabe que va a desaparecer. Creo que ha hecho mucho por la Humanidad el epicureísmo. Por un lado, hizo mucho el cristianismo, anunciando una vida ultraterrena como la anuncia, con muchísimas expectativas para los hombres, en su momento, en la vieja Roma, cuando se funde con el poder, con Constantino, y, a la vez, el epicureísmo influyó mucho en que la gente intentara ser más feliz. El poema de Lucrecio De rerum natura es un alegato contra los que temen a la muerte. No hay que temerla. Entre otras cosas, porque, dice el epicureísmo: "Cuando estás muerto, no puedes estar consciente de ningún tipo de sufrimiento. Y cuando estás vivo, no estás muerto. Entonces, no tiene sentido alterarse por eso". Es complicado. También los hombres somos débiles y, evidentemente, tenemos siempre esa asechanza en nuestro futuro.