Se equivocó Orson Welles en su célebre improvisación de El tercer hombre: el reloj de cuco no lo inventaron los suizos, sino los alemanes –o lo que fueran entonces: Alemania, como tal, no existía–. "En Italia –dice–, en 30 años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento; en Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco".
Con brocha gorda –Alejandro VI fue papa entre 1492 y 1503–, la primera parte del enunciado sí que es impecable y concisa: la bota en la que fermentaron los grandes inventores, artistas y pensadores de la época fue un conglomerado de territorios terrible y profundamente dividido, rebosante de hambrunas, epidemias, traiciones, guerras, invasiones y asesinatos políticos. Sobre esto va La belleza y el terror (Taurus, 2021), de la catedrática de Historia en la Manchester Metropolitan University Catherine Fletcher, un ensayo denso –481 páginas sin contar la bibliografía y el índice onomástico–, a veces apabullante, pero bien escrito y que trabaja con una materia prima apasionante, violenta y, perdón por la obviedad, clave en el devenir de la Historia de la Humanidad.
El relato de la autora arranca en 1492 y concluye en la batalla de Lepanto. En La belleza y el terror se abordan, entre otros asuntos, la invasión francesa de 1494 –con su plaga de sífilis, o sea, el mal francese–, el papel de los italianos en el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, los avances en armamento, el sitio de Pavía, el saco de Roma o el Concilio de Trento. Los temas son los habituales, vaya. El libro presenta un orden coherente, claro y, exceptuando alguna excepción temática –sobre los soldados o las mujeres–, lineal. Está todo lo que tiene que estar. Y bien ordenado.
A ojos del profano, lo más interesante del volumen son aquellas pequeñas cosas, llamativas y, en ocasiones, duraderas, que quedaron de un tiempo que no fue, precisamente, de rosas. Sirvan estos ejemplos: el término "nepotismo", que deriva de nepote –"sobrino" o "nieto" en italiano–, viene de esta época: "La tradición de reservar unos puestos en el Colegio Cardenalicio para las naciones no italianas no se siguió mucho durante ese periodo, en el cual surgió una nueva costumbre: el nombramiento de sobrinos del papa, esto es, el nepotismo"; también "banco", que tiene su origen en la palabra homónima italiana que designaba "el estrado o mesa en el que los banqueros ejercían su actividad en los mercados o en las plazas", o "libelo" –de libelli, libros pequeños que se vendían en las plazas de las ciudades y que, durante las Guerras de Italia, fueron utilizados por su potencial propagandístico–.
El lector que aborde La belleza y el terror también aprenderá que, en 1476, Leonardo fue acusado de sodomía… y que esto no tenía nada de insólito –"Los archivos policiales ponen de manifiesto que en Florencia, a finales del siglo XV, la mayoría de los varones fueron denunciados, con razón o sin ella, al menos en una ocasión por haber mantenido relaciones sexuales con otros hombres"–, que el cardenal Juan de Médicis se convirtió en León X padeciendo una fístula anal, que las mujeres con poder estaban mejor vistas en los principados que en las repúblicas, o que el papa Pío V, para conmemorar la victoria en Lepanto, proclamó el 7 de octubre como día de Nuestra Señora de la Victoria, "que luego pasaría a ser la festividad de Nuestra Señora del Rosario porque el triunfo de los cristianos se había producido gracias a la Virgen y sus plegarias".
Eso sí, a Fletcher se le puede reprochar una cosa: cuando se refiere a la primera circunnavegación del globo, menciona a Magallanes y a Pigafetta; Elcano no aparece por ninguna parte. Por otro lado, hay que señalar que el papel de España en la época es tratado de manera ecuánime, y que no hay tintes negrolegendarios –ni rosilegendarios–.
En definitiva, La belleza y el terror es un libro con el que se aprende –y se aprende bien– sobre un periodo mutante, sangriento, luminoso y definitivo. En su tocho, Fletcher certifica que puede "coexistir una brillante innovación cultural con todo tipo de atrocidades, con las que, de hecho, suele estar interrelacionada". Como ya dijo, en fin, Orson Welles en El tercer hombre.